¿Se puede perder el miedo a los números?

¿Es posible hacer matemáticas divirtiéndose? Diego Rodríguez y Daniela Jácome, ambos profesores de matemáticas, han enfocado su trabajo e investigaciones en buscar alternativas de aprendizaje, y en esta ocasión con la ayuda de algunos cuentos matemáticos nos mostraron una cara diferente de los números.

En el marco de las actividades de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, el miércoles 4 de diciembre del presente se llevó a cabo esta charla en el salón José Luis Martínez.

Para comenzar, se les pidió a los asistentes votar por alguna de las expresiones en las que se sintieran mayormente identificados: 1. Todo en mi vida son matemáticas. 2. Considero que las matemáticas son importantes en mi vida, más no son lo primordial. 3. Odio las matemáticas, no deberían de existir.

¿Para qué me sirve saber matemáticas?

Daniel nos platicó que, en su niñez, las matemáticas eran muy temidas por él, y conforme iban avanzando, iban incrementando su nivel de complejidad (y su nivel de terror). Llegó a tal punto su temor, que se dijo a sí mismo: «En el mundo real, ¿para qué me sirve saber matemáticas?». «Debe haber una forma agradable de saber de las matemáticas».

Por estos análisis, Diego nos muestra un ejemplo de la tabla de Arquímedes en base 2. A través de ejemplos bastantes dinámicos y divertidos, mostró el funcionamiento de dicha tabla, que nos ayuda a obtener resultados complejos a través de ecuaciones matemáticas simples. Todo el auditorio se sorprendió al conocer el secreto de su funcionalidad en las matemáticas.

También, con la misma tabla nos habló acerca de cómo realizar cálculos de funciones logarítmicas. Destacó que las investigaciones han avanzado gracias a esto, gracias a las matemáticas pioneras, a las «amistades tóxicas», como el académico lo menciona.

Literatura y matemáticas ¿buena combinación?

La segunda parte de la charla, Daniela Jácome nos narró uno de sus 18 cuentos que ha escrito hasta la actualidad: «La princesa y el espejo».

Narró el cuento con una calidez sublime, y con los detalles matemáticos necesarios para comprenderlo (y disfrutarlo). En este cuento, la princesa, que podría conseguir lo que ella quisiera (excepto salir del castillo), un día se observó en el reflejo de un espejo, y se notó fea. Mediante un decreto real, todos los nobles, príncipes y jóvenes de los reinos cercanos fueron ante ella con miles y miles de espejos.

Ningún espejo logró complacerla, hasta que llegó un matemático que, mediante la ecuación del polinomio de Taylor, logró explicar las medidas exactas del espejo perfecto. Pero no fue el espejo el que verdaderamente llamó la atención de la princesa, sino lo entretenidas y divertidas que eran las matemáticas expuestas por este personaje.

Sin embargo, ellos no se casaron, sino hasta años después, tras conocerse y enamorarse (no mediante obligación o compromiso social), sino por amor.

Con esta exposición, sin lugar a dudas se ha atraído a los jóvenes en la sala un poco más a acercarse y perderle el miedo a los número, ahora que saben que las matemáticas son divertidas, entretenidas y, con el enfoque correcto, agradables.