Reseña literaria «Uno contra uno: Lucha libre como motivo para la esperanza en la narrativa de ficción de Aldo Rosales Velázquez» por Mauricio Morales

Preliminar.

Dos momentos recientes de historia condensada:

Ambos decretos deben fundarse en la valoración de la importancia histórica y sociocultural de la lucha.

Si se acepta, como algunos registros[3] indican, que, alrededor de 1910, el veracruzano Enrique Ugartechea creó las bases de la lucha libre mexicana, ésta pronto cumplirá 110 años de desarrollo. En este tiempo se destacan etapas determinantes[4]:

La presencia de la lucha, en cuadriláteros como en pantallas, generó una influencia que durante años ha sido analizada por expertos en ciencias sociales[5]. Éstos concluyen que la lucha, como deporte-espectáculo, posee un folclore propio que se comunica de manera directa con aspectos socioculturales de México. Destaco tres planteamientos: 

  1. El mexicano se identifica con el luchador por ser éste el repositorio de una idiosincrasia nacional de la superación.
  2. La lucha libre tiene algo de ritual casi religioso. Las funciones, gracias a su parafernalia, en la que destaca la máscara del luchador, despiertan las mismas emociones primordiales que sustentan la fe en lo divino.
  3. Las funciones de lucha son un espacio aceptado de catarsis individual y colectiva. Al presenciar un combate, el asistente, si se dice técnico, apoyará lo que se considera correcto; si, al contrario, sigue a luchadores rudos expresará el deseo de transgredir las reglas. En ambos casos, el apoyo es reflejo del modo en que las personas reaccionan ante situaciones lejanas a la lucha libre.

Otra perspectiva nos deja ver a la lucha como una expresión que también se subordina al extremo frívolo de la cultura popular. En México es fácil ubicar la estrategia de difusión que toma prestado algún elemento del folclore de la lucha libre. Los ejemplos van desde las máscaras impresas en empaques a comediantes enmascarados de redes sociales, pasando por luchadores de comercial, contendientes del llamado ring poético y los carteles de lucha usados como tapiz en restaurantes de comida mexicana. La lucha y el luchador llegan a convertirse en pretextos para el comercio, el entretenimiento y, en general, para la búsqueda de metas en ámbitos distintos a los del espectáculo deportivo.

De lo anterior podemos concluir que la lucha libre es una expresión cultural importante en México, ¿por qué, entonces, resultaría pertinente sumar y valorar la propuesta creativa que, a partir de la lucha, plantea Aldo Rosales Velázquez?

Para comenzar a responder, recupero, a modo de epígrafe, el séptimo poema de Canto a mí mismo, de Walt Whitman.

Vengo con música vigorosa, con mis cornetas

y tambores,

no toco marchas sólo para los vencedores,

toco marchas para los derrotados y los muertos.

¿Has escuchado que es bueno salir victorioso en cada jornada?

También digo que es bueno ser derrotado, las batallas se pierden en el mismo

espíritu en que son ganadas.

Vibro y redoblo por los muertos,

soplo en mis trompetas mi alegría más estruendosa por ellos.

¡Vivas a quienes han fracasado!

A los que vieron hundirse en el mar su barco de guerra

y a todos aquellos que con él se hundieron en el mar;

a todos los generales que perdieron los combates,

y a todos los héroes derrotados,

y a los incontables héroes desconocidos que

son iguales a los más grandes héroes conocidos.

No quiero decir que a Aldo le interese retratar únicamente la derrota; sin embargo, sí le da un lugar sobresaliente cuando expone su particular visión de la lucha libre, visión que invita a redescubrir la actividad a partir de observar sus planos más ignorados, planos que encuentran correspondencia en las aristas menos amables de la realidad: el esfuerzo sin recompensa; el dolor y el daño físico, la enfermedad; el sacrificio, el error, la frustración, el arrepentimiento, la nostalgia, la pobreza, la soledad. Experiencias que en los cuentos de Aldo se originan y mantienen por el mismo impulso: la esperanza de ser un luchador, la esperanza de vivir y resistir a lo que implica ser un luchador.

¿Qué modos de vida nos cuentan Entre cuatro esquinas (Fondo Editorial Tierra Adentro.2013), El filo del cuerpo (Revarena Ediciones. 2016) y Sombra-Reflejo (BUAP.2017)?

Estos volúmenes integran 39 cuentos, 24 dedicados al boxeo y artes marciales; y 15 dedicados a la lucha libre. Quince historias coincidentes en la forma ágil y nítida en que son enunciadas. En el relato “Tiempo de rendirse” se ubica una metáfora útil para delinear tan efectiva narración. Dany “Halcón” Ortiz, sabe, gracias a su maestro Hércules Beltrán, que en la lucha “no hay que desperdiciar ni un solo respiro, ni un tantito así de energía: nunca se sabe cuándo un gramo de aire, una gota de agua en el cuerpo, podrán dar la victoria.” Aldo sabe que lo mismo aplica para su oficio y por eso se niega el desperdicio de palabras, por eso busca, con éxito, la contundencia del verbo y la oportuna dosificación de exhalaciones poéticas. Aldo es un cuentista audaz y técnico, prefiere la construcción de argumentos bellos y precisos para desplegar los nudos que obsesionan su inventiva y habilidad de observación.

Ese acto, el de observar, funciona como el nexo con los contenidos más profundos de los cuentos. Su lectura invita a observar aquello que, en la lucha libre, sucede en momentos distintos a los dominados por el bullicio y el fulgor de las funciones.

Los personajes, en primer lugar, no son luchadores en sentido estricto, su actividad se ubica en los extremos: la preparación para el debut y la búsqueda de resignación ante el retiro. Nos encontramos, pues, con aprendices y maestros de lucha, con exluchadores y con veteranos que insisten en luchar a pesar de que el tiempo les ha quitado la fuerza. Importa, además, observar lo que es la vida cuando está lejos del cuadrilátero. Si bien, en la mayoría de los cuentos, Aldo se acerca a la expresión del cronista experimentado cuando plasma descripciones plásticas de luchas y entrenamientos; otros son los motivos de mayor importancia para las historias: lo cotidiano; la relación con los otros, la relación con uno mismo, con las propias carencias y deseos; y la relación con el tiempo de vida, con lo que se vivió, con lo que resta por vivir. Los protagonistas de estas dinámicas son delineados como seres humanos que sólo se destacan por dominar la técnica de un deporte y por sobrellevar, a la par, un conflicto personal que les impondrá un desenlace penoso.

Estas historias, de fatalidad aparente, son el vehículo que Aldo emplea para explorar la esencia de la lucha en trayectos alternos a los abiertos por análisis sociológicos. Aldo dirige su obra hacia la reivindicación del luchador, hacia la dignificación de la lucha libre.

Un argumento poderoso nacido en esa exploración nos muestra al luchador como una persona real, vulnerable; y a la lucha como una actividad excluyente; la lucha no es para todos, mucho menos para aquellos que la ven como un acto de burda representación. En palabras de don Felipe, el maestro del maestro del Halcón Ortiz: “…suele pasar que la gente piensa que esto es fácil, que esto es un circo. Quisiera verlos subirse aquí, quisiera verlos aguantar un mes, qué digo un mes, una semana entera.” El protagonista del cuento “Promesa” agrega que: “…la lucha también era una penitencia, aunque la gente desde abajo no lo notara.” El descuido del espectador puede residir en no valorar, de manera justa, el trabajo que el luchador invierte para poder ejecutar embates durante dos o tres caídas. No es un capricho que en los cuentos de Aldo encontremos la insistencia de un motivo: entrenamientos estrictos, agotadores, dolorosos. Sesiones dirigidas por maestros respetados, y superadas por aprendices dispuestos a convertirse en cuerpo y alma. José, exluchador protagonista del cuento “Memorias”, repite desde su silla de ruedas la sentencia de su maestro: “Una buena lucha es como un entrenamiento bien llevado, nomás que con gente en las gradas.”

El espectáculo sí es posible, pero la lucha, para existir, demanda una preparación que dé al contendiente, además de fuerza, el conocimiento de su cuerpo y del cuerpo del oponente; el conocimiento de los límites: su miedo y el miedo del rival.

El temor del hombre que en la tradición popular es visto como ideal de valentía es otro rasgo sobresaliente en los relatos de Aldo; él indaga en la mente de quienes sueñan tener éxito en la lucha y nos muestra que el primer obstáculo puede esconderse en ese filo del espíritu que amputa destreza y talento cuando ve ante sí una amenaza imbatible. El luchador, en realidad, puede tener miedo, y lo tiene no a seres fantásticos, vampiros u hombres lobo; el luchador teme subir al ring con miedo, pues podría cometer errores que, en un instante, anularían el entrenamiento y pondrían en riesgo su vida o la vida de aquel con quien lucha. El luchador teme, también, encontrarse con esas fracturas del destino que germinan el caos cuando uno se siente seguro de tener bajo control todo lo que puede estar bajo control. En consecuencia, resulta lógico el continuo enfoque a la fragilidad del cuerpo, expresada en lesiones, agudas y crónicas; en la invalidez física y mental; y en la muerte.

Los anteriores motivos, es valioso señalar, son enmarcados por Aldo en un tiempo particular; éste funciona como un rival que espera, paciente, a quienes saben del sufrimiento de la carne y los huesos para encararlos con los terrores que prefieren anidar en las entrañas de lo cotidiano. Si bien los pupilos de Aldo entrenan sin respiro para ganar con dignidad el título de luchadores; como las personas reales, y por tanto complejas, que son, enfrentan sus dilemas como cualquier otro: sin garantías que les aseguren decidir lo correcto. A lo largo de la vida los personajes entran en combate contra sí mismos y en más de una ocasión pierden por sí mismos. En palabras simples, quiero decir que los luchadores de Rosales Velázquez, como cualquier persona, adoptan el riesgo de ser dentro de la incertidumbre; ellos sabrán de oportunidades desperdiciadas; verán partir a los suyos; ganarán la soledad; llegarán al punto de no saber con qué más sostenerse una vez que no puedan hacer lo que hicieron toda la vida. Atención especial merece el duelo de nostalgia acogido por Muerte Roja, protagonista del cuento “Los murmullos”, homenaje elegante a la cumbre que es Pedro Páramo; como el cacique, Muerte Roja hace y deja de hacer su vida en razón de un anhelo que nunca dio frutos. Los luchadores no sólo se encierran entre cuatro esquinas, como cualquier persona pretenden existir en libertad cuando saben muy bien que otras cuerdas se ciñen sobre ellos: el olvido que insiste en vestir el hábito del recuerdo; el deseo de revivir el pasado para vivirlo mejor; y la búsqueda de un futuro feliz anclada a un presente destruido.

El pasar del tiempo adquiere otro significado cuando lleva a los personajes a transitar entre dos épocas, una pasada, definida por el ensayo exhaustivo previo a la entrada en el ring; y una actual, en la que muchos entienden que basta el pretexto de la máscara y la repetición temeraria de dos o tres movimientos para ser nuevo ídolo del espectáculo. En torno al cambio generacional, los maestros creados por Aldo vuelven a cobrar importancia; ellos son los primeros en atestiguar que la lucha se transforma porque en su enseñanza ya no se aplica el rigor de la etapa fundacional; el drama del maestro es aceptar que sus esfuerzos ya no podrán detener el cambio.

Al tramar todos los motivos y situaciones que hasta ahora he pretendido analizar por separado, Aldo Rosales Velázquez nos dice, en definitiva, que la lucha es otra, algo que su público no sabe muy bien cuándo se perdió. La lucha es una disciplina que implica aprender y enseñar a través de sacrificios. Los luchadores también son distintos, ellos no quieren personificar la idiosincrasia de otros; son sólo humanos que ni siquiera, en algunos casos, deciden conscientemente el camino de la lucha; humanos que, a pesar de sus campeonatos, se ven derrotados donde muchos saben vencer. Los luchadores ya no son aquellos de película; los luchadores no se hacen, como por arte de magia, cuando una máscara es colocada.

Si en realidad la lucha libre es en México un preciado bien cultural, es responsabilidad del público cuidarlo y evitar su desprestigio. En este sentido, los cuentos sobre lucha libre escritos por Aldo son un llamado a valorar el empeño de sus protagonistas, a no dar por sentado su humanidad. Tal como puede hacerse con otros patrimonios culturales, el público, desde el asiduo hasta el de ocasión, debería mantenerse atento a valorar las producciones que tomen por tema la lucha libre y distinguir entre ellas para reconocer a las creaciones de calidad propia, y denunciar a las obras que escuden su difusión en el uso postizo de méritos ganados por la lucha en sí misma. Esta revisión será posible si el público se exige ser más observador y menos espectador.

Por su parte, el ejercicio de observación propuesto por Aldo se opone, también, al análisis académico que adjudica a la lucha una simple función de catarsis y que así parece validar un vicio tradicional en México: la periódica expiación de culpas y penas que permite volver a pecar porque se sabe que el arrepentimiento, al menos temporal, es posible. Esto no es así en los quince textos a los que se debe esta reflexión, ellos se alejan de esos lugares ya comunes, e invitan al lector a pensar en otra opción, una que sin duda es compleja, agridulce, la vía del crecimiento basado en la autoexigencia y la disciplina. En una época hostigada por nuevos paraísos artificiales que prometen alegrías a cambio de los más básicos esfuerzos, y que minimizan la importancia de la crisis y el dolor para la construcción de una felicidad auténtica, la obra de Aldo destaca, en conclusión, por ser un canto que rinde honor a esas vidas ignoradas, llenas de contrastes, en las que cualquiera puede, todavía, encontrar el ejemplo de la esperanza, algo tan necesario hoy para cultivar y defender aquello que nos vuelve humanos. El lector que decida ser testigo de las derrotas contadas en los libros de Aldo Rosales Velázquez podrá encontrar, bajo la máscara del artificio narrativo, la invitación empática a copiar de los luchadores ficticios, como ellos hicieron de desconocidos luchadores reales, esa forma de cumplir, desde el esfuerzo, el aprendizaje necesario para levantarse luego de cualquier caída. 


Semblanza:

Mauricio Morales. Soy originario de Tlaxcala. Obtuve el título de Psicólogo en el Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia de la UNAM. He participado en talleres de creación literaria en Tlaxcala, Guadalajara y Ciudad de México; como resultado de esta formación he publicado cuentos en medios impresos y electrónicos, locales y nacionales.


[1] Nota oficial de la Secretaria de Cultura de la Ciudad de México: https://www.cultura.cdmx.gob.mx/comunicacion/nota/0667-18

[2] Nota informativa en la sección Metrópoli de El Universal: https://www.eluniversal.com.mx/metropoli/cdmx/diputados-aprueban-dia-nacional-de-la-lucha-libre

[3] Nota biográfica de Enrique Ugartechea en la sección deportiva de El Universal: http://archivo.eluniversal.com.mx/deportes/66197.html

[4] Una línea de tiempo sobre el desarrollo de la lucha libre en México se puede visualizar en el sitio oficial del Consejo Mundial de Lucha Libre: http://cmll.com/?page_id=13# 

[5] Un ejemplo actual son las tres ediciones (2016, 2017 y 2018) del Coloquio de Investigadores de la Lucha Libre, realizado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, y organizado por el profesor investigador José Ángel Garfias Frías.