Con todo ello, los nuevos procesos no podían permanecer de espaldas a este fluir, consolidando estos caminos en momentos en los que las nuevas tecnologías y los nuevos medios de transporte abren espacios casi sin tiempo. Y es aquí donde se entorna definitivamente la puerta que lleva, desde los últimos recursos de la poesía española a los nítidos ecos de la literatura mexicana, desde los resortes del eclecticismo de los poetas de la vieja Europa a las voces de los jóvenes poetas mexicanos.
Dentro de este espacio común, la figura de Alí Calderón (Ciudad de México, 1982) viene a definir un puente necesario que ha llegado a abarcar la edición de su poesía en dos editoriales españolas de relevancia, Valparaíso y Visor, dando muestras de la importancia que suscita su recorrido literario en este país.
Su último libro, Las correspondencias (Visor, 2015), viene a ser una carta de presentación, una puesta de largo en sociedad de un poeta muy interesante, poeta que nos deja entre sus páginas una particular forma de enfrentarse al verso y que, desde mi punto de vista, añade tres características que van sedimentando su literatura:
En primer lugar, es Alí un poeta que es lenguaje, y, cuando digo esto, quiero decir que somete al lenguaje a una nueva sintaxis comunicativa activando al lector para que reconozca esa nueva forma de expresión, familiarizándose con ella, aceptando de buen grado el juego que propone. Y es en este juego donde va desgranando una comunicación precisa, sin signos de puntuación, que es la clave para entender el mundo que nos está proponiendo.
En segundo lugar, la capacidad de activar, desde la descripción de lugares (el topoi griego) un universo que sobrepasa los límites de lo visitado, una recreación de Estambul, Florencia, Granada, etc, activando mecanismos que van más allá del paisaje para agrandar la dimensión real de lo observado. Alguien podría decir que algunos de los poemas de Las correspondencias pueden ser una guía para el viajero, pero son mucho más, son la interpretación compartida de la piedra y los sentimientos. Y puesta en la mano para el lector avisado.
Y, en tercer lugar, una singular escritura que podríamos relacionar con el muralismo, donde las alegorías, los recursos casi pictóricos, la historia y la intrahistoria son elementos que quedan fijados al poema para la recreación lectora. Pero un muralismo (en alguna ocasión en la lectura he podido recrear escenas propias de Rivera) que marca los ritmos de una revolución en pleno siglo XXI, con tonos que evidencian el color de nuestras nuevas formas de vida.
Además, los guiños a la literatura oriental a través de haikus y algún tanka, o los planos- contraplanos en la narrativa de buena parte de sus poemas, o los títulos latinos que diferencian las partes del libro y que nos acercan aún más en la identidad lingüística (versos del poema “La Tabla de la Esperanza”, atribuido a Trismegisto), o el humor que se deja ver en algún poema, componen el nuevo libro de Alí publicado en España.
En estas idas y vueltas desde la tradición y la innovación de España y México, figuras como la de Alí Calderón dan fe de un nuevo tiempo que apresta a tomar en consideración las líneas mágicas que han surgido para unir ambos países. La nueva poesía mexicana está pidiendo paso.