Reseña literaria: «_Espejo del vacío_ de Gabriel Govea» por Gloria Vergara

Espejo del vacío, de Gabriel Govea, traducido al francés por Georgina Navarro y Carl Lacharité fue publicado por Mantis Editores y Secretaría de Cultura de Colima, en la colección Terredades, en agosto de 2018. En una presentación pulcra, como la obra de nuestro poeta, nos encontramos de entrada con el comentario de Carmen Villoro, quien sintetiza este mundo poético, cuando dice:

La poesía de Gabriel […] surge de la ausencia y de la sombra. Desde su soledad deja salir palabras como gaviotas que buscan ascender hasta el misterio. Sabe que la boca no puede colmar su propia sed, por eso sus versos gritan, arden y se desvancen si encuentran el vacío. Resucitan, en cambio, cuando el cuerpo es templo habitado por la sonoridad del otro. (contraportada).

Y es que, a partir de los cuatro apartados que conforman el libro (Delirios, Cuando el delirio se encarna, Mujer humeante y El goce del tercer hombre), Gabriel Govea muestra la trayectoria del sujeto que desde su origen hasta el momento sublime de la transfiguración habita y es habitado por el vacío que es Dios, que es deseo, que es hueco, que es boca, que es sed, que es sombra, que es otro. El otro en cuya alquimia se crea a sí mismo, frente al espejo del pasado; en donde aparece, por fin, el niño que se libera de las ataduras para hablarse a sí mismo: “Niño mío, yo huía de las olas gigantes en los sueños[…] / Quise negarte […] / Quise olvidar que tu madre murió / y tu padre apenas quedó vivo / con una copa de filosofía en los labios” (p. 86).

En esta revelación frente al espejo, el poeta hila la nostalgia con una aguda resignficación que supera la soledad para autodefinirse en la voz de la segunda persona:

Ahora sé: detrás de la cortina de mórbidos espectros

más allá del maremoto azul de la aflicción

plañes tú, niño herido, niño de andróginos enigmas

niño de oleajes

niño en el jardín

niño en los botes de agua

niño en el columpio solitario

niño almohada y fantasía

niño novia inmaculada […] p. 86

Y allí, frente al espejo del tiempo, luego de atravesar el misterioso grito de la búsqueda, se encuentra a sí mismo:

Hoy te reconozco 

y te celebro […]

Festejemos que nuestra ha sido la ilusión

y nada nos pertenece

más que el viaje. (p. 87)

Este es el último poema del texto, pero cuando llegamos a él, hemos transitado ya los roles que nos impone el poeta en las borrosidades del espejo. Así entendemos que este viaje poético es también un viaje identitario que se despliega en los bordes de lo sagrado. Y es que el hecho de buscarse genuinamente a sí mismo es ya parte del misterio que nos abre el acceso a la idea de Dios. La ruta del Dios que nos habita es la misma ruta identitaria que nos trazamos en la búsqueda angustiosa de lo que somos en el mundo. Por eso el poeta dice:

Los locos buscan a Dios

en el deseo

para encontrarse

con el más terrible espejo (p. 21).

El camino de lo sagrado tiene los contrarios que nos trapan: lo sublime y lo terrible, la caída y el vuelo ascencional. Así el deseo como aspiración, nos hunde, pues “un vacío se extiende / ahí / donde palpita / el deseo” (p. 25), exclama el yo poético. Entonces, lo que pudiera ser la brasa de la fe para encontrar a Dios, revela la marca de la duda como una semilla mística. Y el deseo se revierte cuando somos atraídos en la búsqueda en la que Dios es hueco, vacío, muerte:

Un hueco donde se mira

la muerte

como si fuera Narciso

me desea

    me desea

            me desea. (p. 27).

En ese delirio, Dios se vuelve carne, cuando el sujeto lírico afirma:

Se enredan como puntas

a mi espina dorsal

los gritos del dios

    deseante. (p. 29).

Entonces lo que viene es el reconocimiento a través de la palabra, como un preámbulo a la segunda parte del poemario titulada “Cuando el delirio se encarna”. Y es que en este ámbito, el cuerpo del sujeto lírico llega a ser la palabra misma con la que se expresa cuando dice:

Urge incendiar el habla

reconocer el espejo

del vacío (p. 31).

El delirio encarnado nos hace ver la dimensión erótica en donde lo divino y lo demoniaco se funden a través del deseo. Cuando el yo poético enuncia: “Eres cáliz para los endemoniados / en busca de refugio” (p. 35) o “Lo místico es amarte / en el tornado / del odio / y en el ojo / del miedo” (p. 35), muestra las dimensiones del lo corpóreo en la búsqueda divina que al tocar el cuerpo se amplifica tanto en lo sublime como en lo terrible.

            Cabe decir, que las estrategias discursivas en este apartado se amparan en campos semánticos de lo religioso para mostrar su búsqueda:

Desde mi altar de carne y huesos

suplico por la extinción:

oficias una misa

de cirios que proclaman

lo gótico de un fuego

sin amante.

Que cese ya la hoguera

donde mis pensamientos

gritan.

Levanta una hostia

sanguínea entre tus manos

y háblame en la lengua

de los místicos. (p. 39).

La referencia a lo religioso místico es un recurso retórico pero a la vez es, denotativamente la misma búsqueda. Ocurre aquí que la metáfora se hace visible para mostrar un campo referido de mayor profundidad que es la autodefinición, incluso el autoerotismo en el camino de lo identitario. Por lo menos así lo podemos notar cuando el yo poético afirma:

Soy mi amante en un rincón

oscuro donde moran los buitres

al acecho de mi carne (p. 45).

Luego mina también el campo erótico en esa autodefinición:

Cómo sudo el semen de la incertidumbre

cómo siembro truenos

en lo que me hace hombre (p. 45).

Y al final de este delirio encarnado, vemos que la búsqueda de Dios es también la búsqueda amorosa que implica el sacrificio y la mortificación de la carne. ¿Es acaso la vía amorosa de los místicos la que encarna el delirio? Porque “un cuerpo que no ha sido amado / petrifica […] / […] la piel del prójimo / […] ingiere […] latigazos / se inmola entero / al dios / […] es […] signo […] de […]una lengua muerta” 51.

“Mujer humeante” abre referencias múltiples al mito prehispánico de Coatlicue, a la diosa madre Tierra, en los volcanes que como primeros padres envuelven el origen del sujeto lírico. La voz en primera persona es la de ella que se define como si subiera al escenario para encarnar en su seno al hijo deseante con quien formará el espejo.

            Soy la danzante de la niebla púrpura

la de falda volcánica y telúrica

la del pan terrestre

y levadura que alucina (p. 57).

El encuentro con el amado es también el rito del origen a través de la metáfora de la mujer humeante que se ofrenda en el sincretismo de la búsqueda, en donde el amado “levanta [su] sangre con su cáliz” (59). En este círculo poético, aparece el llamado, la caída representada a través de la entrada en las aguas, en la Atlántida profunda hasta que es devuelta a la orilla convertida en espuma.

Yo, que no tenía surco para que me habitaras

te llevé a la costa; después me hundí

en mi propio deseo

tan viva como lava

incandescente de misterio (p. 63).

En un diálgo que marca el poeta, las voces de ella y el testigo hijo se alternan para clamar contra el abandono, el estigma de la huérfana, la confusa, la apócrifa hija que respira en la sombra del génesis en donde el poeta marca la unidad de ella-él a partir del deseo.

La última parte del poemario, “El goce del tercer hombre” muestra en el origen lo monstruoso del ser que surge del desmembramiento de la unidad hombre-mujer. Ese hombre es el Otro que se pronuncia en el deseo del cuerpo, que vive el deseo. Pero de la seducción, de la embriaguez famélica, solo queda el sueño, el manojo de nervios: “Quizá debí gritarte / con un manojo de nervios en las manos / como si fueran rosas del Día de San Valentín […] / Quizá debí gritarte / como anoche soñé que te gritaba” (p. 81). De la unidad rota, queda el espejo humeante en donde se revela el misterio identitario, en donde se descubre al niño hablando frente al espejo: “Niño magia convocada / niño orfebre del silencio” (85)

Espejo del vacío es pues un viaje múltiple a través de la palabra pulcra, precisa, aguda y dolorosa de Gabriel Govea, un caleidoscopio de la interioridad que clama desde su sombra y ve despegar el vuelo de su ilusión en el deseo de volver al origen.


Semblanza:

Gloria Vergara. Doctora en letras modernas por la Universidad Iberoamericana. Profesora-investigadora de la Facultad de Letras y Comunicación, en la Universidad de Colima. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, académica correspondiente en Colima de la Academia Mexicana de la Lengua y miembro del Seminario de Cultura Mexicana Corresponsalía Colima.