Me gustan los libros que empiezan diciéndome dónde estoy parada. Así es Sed jaguar: un libro que inicia en un sitio que conozco: el valle en el que vivo, el que nos dijeron que es ‘el Valle de México’ y que Ahora no es un valle y mucho menos nuestro. Y luego me mueve. Me lleva de un sitio a otro y me permite encabalgarme en los pasos de este jaguar que es Antonio Calera-Grobet, que lo mismo camina que corre, llevándonos sobre el lomo para que veamos lo que él está viendo.
Me gusta que la poesía no sea sólo palabra, porque hay que entender que la poesía está en el poema pero que es mucho más que la sola palabra. Que poemas son los que vivimos y poemas son también los que no nombramos, y poemas los cuerpos cuando huimos de nuestro cuerpo con el cuerpo de otro, de otra.
Sed Jaguar abre con una declaración:
Nací el día del entrecruzamiento entre vivos y muertos, en que ambos se acurrucan entre flores y cantos, en un entrecerrado páramo de la realidad.
Hay una conciencia de los ancestros, un saber que somos el eslabón entre los que fueron y los que vienen y, sobre todo, una conciencia de que en la poesía están los que fueron antes y los que vendrán después. En este sentido, Calera tiende puentes entre el pasado y el futuro iniciando por los lazos más íntimos y personales para avanzar hacia lo más social y colectivo.
En este mismo poema que apertura el libro y que se titula ‘El natural’, leemos:
Mírame. Miro las cosas como tú: me entusiasma el pan pasado por vino, y me paro frente al mar como lo haces y lo harán los hijos de tus hijos: asombrado, temeroso y absolutamente conmovido por el hecho de ser vivo.
De aquí partimos. Este es el libro de un hombre que sabe que nació en el día más enigmático de la cosmogonía mexica y que reconoce este diálogo entre la vida y la muerte de manera absolutamente natural.
Hay otro diálogo en el libro, el visual. Son 50 poemas en prosa que dialogan con las ilustraciones de Demián Flores. Y aquí insisto: este es un diálogo entre dos procesos de creación en el que se establece un segundo puente: el de la poesía de lo visual con la poesía de la palabra.
[Valga decir que la poesía de Calera es un desencadenar de imágenes que crecen y evolucionan en una musicalidad fuerte en ritmo y alcance.]
Hay, en el ritmo de Calera, una urgencia por decir. No prisa, no apuro: urgencia. Una necesidad corriente del que sabe que no nombrar es dejar que el silencio gane en territorios en los que ya hemos perdido demasiado.
El poeta, entonces, pide: no perder el amor por la sangre, no perder el espejo, no dejar de mirarnos como lo que somos. Y el libro va de nombrar lo trascendente, lo que nos hace, hacia el señalamiento de lo que falta, a la acusación -necesaria y completamente a lugar-: al intelectual que no mueve a nadie con su palabra, a la apatía del que no quiere ver la guerra en este país, a quien subestima la cantidad de muertos, a quien no se siente parte del pueblo… al que no se pregunta, siquiera, a qué ha venido.
Hay un tercer puente que se tiende a todo lo largo del libro, el que nos da la posibilidad de construir y que, de alguna manera, es justamente como yo ubico a Toño Calera: como el artífice de un espacio colectivo en el que la otredad y la diferencia son amadas.
En el poema ‘Amaré’, leemos:
Construiré ese barco para mí y todos mis hermanos que es casi decir un pleonasmo, porque yo soy tu consabido otro, tú ese otro tan raído como vejado que soy yo, en donde cabe decir que andamos necesitados de ramos y velas, océanos de gente para navegar seamos lo que seamos y vayamos a donde vayamos.
Si tuviera que decirles qué tipo de libro es Sed jaguar, diría quizá que es un libro sobre el México que somos hoy y que aquí Antonio lo ha escrito con lucidez emocional y con mucha honestidad. Diría, también, que ésta es una poesía social en la misma medida en la que es una poesía personal, porque para poder hablar de lo que somos hace falta reconocerse y asumirse, ante todo, como lo que se es en lo individual.