Relato «Ninguna eres tú» por Jesús Marín

Ninguna mujer eres tú. Ninguna lo será. De todas las mujeres del  mundo, habidas y por haber, ninguna serás tú. Tú eres única en mi corazón, única en mi vida y en mi muerte.  En tres años (que a mí me han parecido siglos) lo he comprobado en sangre propia.  Habrá mejores o peores mujeres en el mundo. Quizá igual de inteligentes o mucho más inteligentes que tú. Infinitamente más hermosas. De eso no hay duda. Lo he comprobado. Pero a ninguna la puedo mirar como te miro a ti. Ninguna es más hermosa a ojos de mi corazón que tú,  mi pequeña María Félix, mi malvada muchacha peor del mundo. A ninguna la he podido querer como te quiero a ti. A ninguna la quiero como te quiero a ti.

No me pidas un porqué, ni una explicación, te amo, sin orgullo ni pena, sin remordimiento ni causa, te amo por muy perra que seas. Te amo porque eres una muchacha muy triste, y que lo único que necesitas es confiar en alguien, y sabes, Laura, aquí estaré para cuando me necesites. Y siempre tendrás el hogar de mis brazos y la fe de mi corazón.  Ninguna mujer eres tú y ninguna mujer lo será. Ninguna me ha llorado como me has llorado tú y ninguna me ha querido tanto como me quieres tú. Y ninguna me ha puesto de rodillas como me tienes tú a mí. Y ninguna en el mundo me ha hecho llorar de rabia y de amor, cada madrugada, cada vez que contemplo un amanecer, y no estás tú.  Lo he tratado. He intentado amar a otras mujeres, embriagarme en otros vientres, probar otras carnes. Embriagarme de otros aromas, pero indescriptiblemente ningún cuerpo es tu amado cuerpo, ninguna piel tiene el sabor amargo de tu piel. Y ninguna tiene el par de hermosas nalgas que tiene tu chaparro cuerpo.

He tenido a mi merced mejores cuerpos que el tuyo. Sonrisas menos cínicas que la tuya. Más grasa en el pecho que en tus senos de gorrión dormido, pero para mi desgracia, ninguna eres tú. Ninguna lo será. No es tu cuerpo, ni las tetas pequeñitas como margaritas recién despiertas, tampoco es la cortedad de tus muslos ni el callado mar de tu vientre. No, no se trata de eso, simplemente es que solamente tú haces vibrar mi alma, simplemente tú haces llorar donde no hay lágrimas. Es tu ternura de niña abandonada lo que me conmueve, lo que me obliga a seguir amándote.  Ninguna mujer mide esos 156 centímetros perfectamente distribuidos en tu cuerpecito compacto y rumbero. Ninguna tiene esa inteligencia aguda que me desarma y me motiva, que me deslumbran y me ilumina. Ninguna tiene ese pie de gárgola según tú y de princesita china según mis labios. Ninguna otra mujer serás tú en mi corazón. Ninguna otra mujer podrá hacerme temblar de amor con solo pensarte. Sí, si llámeme cursi, reniega todo lo que te dé tu sinaloense gana, pero cabrona, no puedo dejar de amarte.

Y hazle como quieras. No son tus ojos, lo que me hacen temblar. No es tu boca, la que  no beso, así que nada importa ya, para mí, desde aquel 23 de enero, el único vientre que existe es el tuyo, bendita hermosa muchacha. Y así será mientras no me acabe de morir. Te amo Laura Elizabeth. Y chingue a su madre Dios, ninguna mujer eres tú. Y ninguna lo será…

II

Yo no tengo táctica ni estrategia con vos (ni esperanza alguna). Mi estrategia es quedarme quieto en la oscuridad. Ovillado en mí mismo, resistiendo tu ausencia. Pensando que en alguna parte de la ciudad, duermes, a salvo de tus pesadillas, a salvo de ti misma.  Mi estrategia es rezarle a cuanto dios pueda y conozca. Rezarle porque, tú, hermosa muchacha por fin regreses de tus guerras e infiernos y nos demos ese abrazo que ambos necesitamos. Y perdonemos nuestras palabras y nuestras heridas, y que comprendas la forma en que te amo. Mi estrategia es hundirme lentamente en la arena, sin ruido ni piedades, y que una mañana te despiertes libre de mí.  Mi táctica en cambio, es más simple y más profunda, es mirarte cada noche al cerrar los ojos, mirarme en tus afilados ojos negros, con  tu brillante cabello ala de cuervo.  Mi estrategia es escuchar tu amada voz diciéndome sos una nenita. Mi táctica es imaginar que por fin estamos juntos y que dormirás en mi pecho y yo te abrazaré con este amor que te tengo y que pese a tus descomunales esfuerzos no has logrado destruir. Mi táctica y estrategia Laura Elizabeth es seguir amándote a ojos cerrados y a corazón abierto. Y que Dios se apiade de mi alma. Y de la tuya.