Relato «Josefina» por Salvador Castañeda

Entró y salió de la multitud del mercado.

Cerca de las doce el calor está detenido. En su travesía  trochó la Avenida Chimalhuacán, se metió por la Calle 4  hasta su casa, subió por una escalera al parecer tallada sobre la piedra a la entrada de una Caverna. Abrió la puerta de tablones mal cortados, de bisagras resecas, y un espacio de paredes  y piso sin trabajar la recibió con modestia. Al frente, como un objeto extraño salido de lo irregular de la superficie medio calcárea, un cuadro de perímetros de Nogal, resguarda tras un vidrio mosqueado el Título de profesionista con una foto ovalada que ya poco tiene que ver con el original. La maestra Josefina, se graduó  en la Normal de la Región lagunera en Torreón. Luego de años de escuelas en la sierra de varios Estados llegó a Nezahualcóyotl e impartió clases en los sitios menos esperados; a pleno sol, en los terregales y tolvaneras, en espacios anegados; sin más salario que la cooperación voluntaria –en los primeros tiempos de aquella comunidad, los más difíciles- de los padres de los alumnos, sin gises a veces, sin pizarrón otras, escribiendo en las paredes encima de brochazos de pintura negra y un andrajo de Jerga por borrador. Sacó los nopales del enredo en un periódico de fecha pasada que desplegó sobre la mesa armada con pedacería de madera unida con desproporcionados clavos cabezones.

Primero de ir a la marcha dejaría la comida preparada; nopales hervidos pasados por agua varias veces para dejarlos sin baba, orégano, vinagre, cilantro picado, cebolla, frito chile de árbol y queso espolvoreado, tallarines y un altero de tortillas. Terminó. Al envolver las espinas alcanzó a ver, en una de las fotos del diario, perros de ataque que se abalanzaban enfurecidos. Esta imagen le produce una rabia más fuerte que la de los animales. Ve en otras a los perros con su policía cada uno, los caballos, los escudos de acrílico, los chalecos, los garrotes, y era como estar otra vez en las marchas, en el plantón, escuchar la algarabía, las consignas; como si leyera las mantas y estuviera en la Mesa de negociaciones, con sueño, cansancio, hambre, y el temor constante de que se eche a caminar el  dispositivo para levantar el paro a la fuerza.

Son las dos de la tarde del Día del Maestro, y está hospitalizada; escucha quejidos y súplicas contra el dolor, una clase de demanda sin efecto de tan oída por las enfermeras del Sanatorio; pareciera que ahí nadie más que ella escucha. En la cama, sobre las sábanas blancas y la almohada bajo un pie, que le alivia el dolor del fractura del Calcáneo –que la maestra imagina un hueso reseco, solitario, desmoronándose por el viento y la lluvia-, mira hacia arriba el suero; un cristal líquido que gotea apático, sin prisas, bajando por cuenta gotas por la tripa de hule transparente que se le prolonga de una de la venas de la mano de donde sale. Hay sangre seca sobre los parches de tela adhesiva. Se duele del golpe en la columna, siente un dolor empalmado entre las vértebras que amortiguaron 50 kilos desde cuatro metros sobre el cemento. Al ver la botella observa las burbujas y experimenta un vértigo que, sin advertirlo, la mete nuevamente al instante brevísimo de la caída; una fracción de tiempo en el espacio durante el que se sintió realmente libre, una sensación que nunca antes imaginó siquiera: libre en la víspera de la muerte.

No fue necesario más para tomarle verdadero sentido a la vida; un extraño placer que terminó de golpe con un grito del cuerpo contra el suelo. No se explica cómo pero un algo intangible que ni tiempo le dio para la reflexión, la llevaba por la Cornisa de la casa  en el segundo piso –todavía con tramos de varilla como retoños salidos del concreto. Se le veía extraña dando vuelta por el rectángulo, y más insólito resultaba verla empuñando un alargado cuchillo, y en la otra mano una penca de nopal.

 

Semblanza:

Salvador Castañeda. Escritor mexicano nacido en el ejido de San Isidro del municipio de Matamoros, Coahuila, en 1946. Fue cofundador del grupo guerrillero Movimiento de Acción Revolucionario (MAR) en los años 60. Castañeda cayó en prisión a causa de las acciones de dicho grupo armado, y fue donde descubrió su vocación de escritor. Obtuvo el Premio de Novela Grijalbo en 1980 por su primera novela ¿Por qué no dijiste todo?