La especie humana es aquella en que los
cambios debidos a los años son más espectaculares.
Los animales se consumen, se descarnan,
se debilitan: no se metamorfosean. Nosotros sí.
Simone de Beauvoir
En M., el sol del medio día ha golpeado a la ventana y Tú se despierta con el sopor acostumbrado de todos los habitantes de la región. Es un nuevo día, ¿qué de malo podría suceder? Tú se empeña con todas sus fuerzas a salir del pantano en que había estado hundido desde hacía más de un mes; se despega los cabellos del rostro y decide que la solución a todo el desgaste que le ha propinado el saber de las noticias alarmistas de M., será el egoísmo.
Así es que Tú, olvidando las reflexiones que pudo meditar en sus últimos momentos de cordura, ha preferido dejar toda la preocupación social y acudir, como anuncio de la salvación eterna, a disfrutar de una feria del libro.
Después de todo, ¿qué de malo tiene para M. que él piense por un momento en su propio bienestar? Abstraerse de la realidad que lo había destrozado será una excelente terapia para él y nada más que para él. Justo lo necesario.
Tú avanza por los pasillos repletos de ediciones con anuncio de descuentos, se congratula de reconocer, a lo lejos, a un afamado escritor de actualidad. De pronto, es llevado por la multitud de letrados –o eso cree él– a un auditorio en el que la entrada de un ser más haría colapsar el edificio. “¿Quién será el que se presenta?”, murmuró Tú, y su respuesta llegó inmediatamente al estrado: Vargas Llosa saludaba al público, sonreía a las cámaras, miraba a uno y otro lado del auditorio. Tú no cabía en júbilo, olvidaba su frágil humanidad mientras alzaba el teléfono en busca de obtener la mejor fotografía del autor.
Pronto, la presentación de la última novela del escritor, llevaban a Tú en un estado de euforia, Cinco esquinas era una crítica social desde diversas perspectivas, a la dictadura de Alberto Fujimori, en Perú.
“El estado de histeria que vivía Perú”, “traía un condicionamiento”, “un país viviendo una anormalidad tan inmensa”, “el periodismo se envileció durante la dictadura”, iba y venía Vargas Llosa en sus reflexiones sobre la novela, y Tú, sin saberlo, ya se encontraba en el suelo, agonizando, hundido en la miseria que le hacía emparentarse con Juan Peineta, ser esa víctima inocente que se retrata en la ficción del autor, ser del montón, como siempre lo ha sido.
Sin saber cómo, Tú se encontró de frente con el mismo sol que lo había despertado ese día, aunque ya un poco más opaco. Se enjuagó los ojos, caminó en el sinsentido de largas avenidas carcomidas por el tiempo, y paró en donde creyó encontrar refugio al costado de un árbol.
“A donde vaya”, pensaba Tú, “el fantasma de la confusión y el dolor de M. me persiguen. ¿Qué diferencia positiva puede haber entre esa novela y lo que vivo en mi propia carne?”…
Ahí, en su hundimiento, Tú recordó los aguinaldos a los altos fueros, la persecución a activistas, el temor de vivir en M., la histeria, a los niños que no ven más futuro que el ser reclutados por el crimen.
La sensación de retroceder en el tiempo cuando se ingresa al transporte público, la previsión de salir de la casa con veinte pesos en la cartera, por si te asaltan, no te metan navajazos por andar sin un quinto.
Y lo peor –concluye Tú–, el egoísmo generacional que hoy, también a él, le ha invadido.