Purpose of Existence

“Empathy is really the opposite of spiritual meanness.
It’s the capacity to understand that every war is both won and lost.
And that someone else’s pain is as meaningful as your own”.

Barbara Kingsolver

 

En algún punto de nuestra vida comenzamos a relacionar el amor con la locura. Es, también, el sentimiento que más usamos para justificar nuestro egoísmo más puro. Ya sea malinterpretando obras clásicas de la literatura, como Cumbres Borrascosas o Jane Eyre, o disfrutando de la superficialidad y sencillez de las comedias románticas en el cine; nadie se salva de creer por unos momentos que este proceso forzosamente implica una locura y un cambio más en nosotros mismos que en la persona que decimos amar.

En la película I´m a Cyborg, but that´s OK, dirigida por Park Chan-wook, el elemento de la locura toma un tinte real, pues los personajes están internados en un psiquiátrico y el amor, para ellos, tiene la virtud de volverlos un poco más sanos.

La historia nos presenta a Young-goon, una chica que cree ser un cyborg y que está convencida de poder conversar con aparatos electrónicos. La razón para que ella llegue al hospital en cuestión es que en un intento por recargarse termina con un corte profundo en la muñeca y una leve descarga eléctrica.

Lo que para muchos no es sino una señal de intento de suicidio, para la joven es el único método que la mantiene viva. Una vez instalada y conociendo poco a poco al resto de los pacientes, Young-goon se autorevela su misión más importante: encontrar a su abuela que fue “secuestrada” por los hombres de blanco y acabar con ellos. Al forjarse esta meta, el personaje principal busca maneras de recargarse, por lo que prefiere lamer pilas que ingerir comida, a pesar de poner en riesgo su vida.

Es el personaje de Il-soon, un joven ladrón con temor a volverse un punto para luego desaparecer, el que lleva el mensaje de esta película. Mientras que nuestra protagonista está enfrascada en seguir sus métodos para salvar a su abuela, Il-soon aprovecha su mayor virtud para ayudarla. El chico está seguro de ser capaz de robar aptitudes de otras personas, y es así como roba la habilidad de un paciente para jugar ping-pong y hasta la voz de otra chica. Lo cierto es que se trata de una persona cuyo mayor defecto es también su mejor virtud; la empatía que naturalmente fluye dentro de él le permite comprender a los otros pacientes y compartir sus mundos.

A pesar de la trama y del lugar en el que se desarrolla, no se trata de una película con un acercamiento gris y deprimente. En realidad, los colores brillantes predominan, dando la sensación de que estamos dentro de un sueño; una misma conciencia compartida sobre la supuesta locura de los pacientes.

Además, la propia trama va más hacia la comedia, lo surreal y hasta lo patético, pero sin ignorar temas importantes dentro del contexto de los psiquiátricos, como el trato a las personas y las distintas formas en que los enfermos pueden buscar la muerte. Incluso las escenas que representan los estados de cada paciente son firmes y manejadas con la seriedad e importancia que para ellos implica. Es la oportunidad de que el espectador pueda sentir lo que ellos sienten sin juicios sobre lo real y lo imaginario.

Se puede decir que no sólo se observa su mundo, sino que se comparte y se le da un grado de verdad; la idea es que mientras se observa la película no se duda de si los personajes pueden volar o hacerse pequeños, y simplemente se cree firmemente en que si es real para ellos lo es para los demás.

Es un grado de empatía que no se puede encontrar en gente común y “sana”, y una forma pura de aceptación que el mundo real no puede ofrecer. Young-goon se encuentra constantemente decepcionada por carecer de un propósito, de una buena razón para vivir, y le es frustrante no entender a su abuela cada que ella está a punto de revelarle la verdad. La protagonista se siente más identificada con una máquina expendedora que con su madre y halla más verdad en una radio que en las palabras de los médicos.

Además debe tratar de evitar los siete pecados, que no son más que manifestaciones de su humanidad, como sentir tristeza, agradecimiento o culpa. Cuando por fin confiesa a una doctora que ella es un cyborg, la respuesta no es de incredulidad, sino de aceptación, de la idea de que al saber cómo se ve ella es que pueden ayudarla en verdad. Mientras que el personaje de Il-soon se vuelve un guía que la sigue en su historia, y cuida tanto de su vida como de su mente.

Una de las mejores escenas es cuando la protagonista intenta volver a comer, convencida de que Il-soon le implantó un aparato que volverá la comida en energía para recargarla. En esta toma, el joven le da instrucciones a Young-soon para alimentarse y el resto de los pacientes también sigue los pasos, demostrando que ellos comprenden su predicamento. Si ella sufre, ellos también; ya no se trata de un amor violento, egoísta, sexual y occidental, se trata de un amor nacido de la comprensión y la empatía, de reconocerse en el otro, no por imitación, sino por compartir el mismo lenguaje de aquellos que no encajan en la sociedad y que no logran contactar con otros.

Young-soon finalmente se convence de que su meta es la de hacerse explotar, pero lo cierto es que el único propósito de su existencia es su existencia misma; es aceptarse en su realidad de cyborg, en su vida única, en la fortaleza y la desesperanza que causa el vivir todos los días, lleguen buenos o malos momentos.