En días pasados me encontré con la noticia de que no nada más el libro de 1984 de G. Orwell ha incrementado sus ventas en las librerías, esto desde el advenimiento de Trump; también el libro de la controversial y maravillosa filósofa Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, lo ha hecho. Esto me hace pensar que la sociedad estadounidense está buscando “herramientas” teórico-filosóficas para comprender y, al mismo tiempo, combatir la situación actual que afecta tanto a Estados Unidos como al resto del mundo.
Yo, como filósofo, considero que lo anterior es algo positivo y que debe inculcarse todavía más. Es más, ese regreso a Arendt –y la reciente muerte del filósofo Tzvetan Todorov– me hicieron pensar en otro pensador igual de importante, pero –creo– mucho menos conocido.
Este pensador también –como Arendt– vivió los horrores de la Segunda Guerra Mundial; y que, aunque no creo que sus teorías o reflexiones vayan a proporcionarnos la solución última a todos los problemas que nos ocupan, sí pienso que nos pueden dar indicios, señales que nos muestren el camino hacia una reconciliación mundial. Estoy hablando, por supuesto, de Walter Benjamin.
El pensamiento filosófico de Walter Benjamin se compone por tres corrientes filosóficas, de las cuales uno podría pensar que no tienen nada en común las unas con las otras, éstas son: el mesianismo judío, el romanticismo alemán y el marxismo. A pesar de lo distintas que éstas puedan ser, Benjamin las funde en un solo pensamiento que sólo puede ser producto de una mente brillante.
Básicamente, lo que hizo el filósofo fue fundir al mesianismo con la visión romántica, y éstas, a su vez, con el materialismo histórico. De modo que la crítica que lanza contra la modernidad capitalista, va dirigida hacia tal punto que lo que busca es interrumpir violenta y revolucionariamente la veloz marcha del progreso y la técnica.
La inconformidad que el filósofo alemán tenía para con los tiempos modernos puede reducirse a dos cosas, no necesariamente escindidas la una de la otra, a saber: al efecto de alienación que el capitalismo produce en los individuos y a su irascible impulso hacia el futuro, Bejamin sentía una enorme aberración hacia esa fúrica tempestad del progreso.
A su modo de ver, en la sociedad moderna hay: “Una extraña paradoja: la gente sólo piensa en su interés egoísta y privado cuando actúa, pero al tiempo su comportamiento está determinado más que nunca por los fuertes instintos de la masa. Y más que nunca los instintos de la masa se han descarriado por completo y se han vuelto ajenos a la vida”.
Mas su molestia no sólo era para con la forma en que estaba constituida la sociedad, sino también –y más intensamente, a mi parecer– para con la misma filosofía, la sociología y otras disciplinas de esta índole.
Pero, ¿por qué Benjamin estaba en contra del sistema capitalista y el discurrir de las humanidades? Claramente, porque el primero ponía a su disposición a las segundas para continuar con su dinámica opresora. Esto quiere decir, que la razón estaba siendo utilizada –y aún lo es–, de tal modo que el sistema pudiera seguir sometiendo y dominando a la sociedad.
Lo que ocurre en la modernidad es que se ha dejado de creer que los objetos y la naturaleza tienen un significado por sí mismos. Pues con el predominio de la técnica y el “avance” económico, se ha dado paso a que desaparezca toda huella de razón, entendida ésta como razón ilustrada, emancipadora. Ahora, más bien, lo que predomina es una razón instrumental.
En consecuencia, la sociedad ya no se constituye sustantivamente, sino instrumentalmente. En la modernidad capitalista se cree que impera un proceso instrumental autónomo de la voluntad y de los designios humanos. Mas, no reparamos en que la técnica y los procesos de producción masiva se han adueñado de los individuos: “el incesante afán de lucro propio de la clase dominante proyectaba expiar precisamente en ella su voluntad. [Sin embargo] la técnica traicionó a la humanidad, transformando su tálamo en un gran mar de sangre”.
Cabe mencionar que no por estar en contra y criticar el progreso del capitalismo, Benjamin esté a favor de una visión conservadora, porque no es así. Su crítica y su pensamiento están encaminados hacia una revolución.
La revolución en Benjamin, no es algo que surgirá “necesariamente” del progreso incesante de las economías, los procesos de producción y la técnica –como sí lo era para Marx y Engels–. El filósofo de la escuela de Frankfurt, entendía por revolución: “la interrupción de la evolución histórica que lleva a la catástrofe”, frenar completamente el avance desmedido del progreso, erradicarlo.
Y a pesar de que considero que lo anterior sea posible, no hay que arrojarlo al olvido. Pues, de otra forma, bien nos advirtió Bejamin: la sociedad moderna sucumbirá por haberse transformado en una sociedad despojada de todo sueño y libertad, de toda intimidad y de toda conciencia; una sociedad insensible, sometida al “encantamiento de la burguesía”.