¿Por qué nos duele el suicidio?

“Yo no soy la libertad, pero si el que la provoca”

-Facundo Cabral

 

En una gran parte de mi vida me ha gustado el rock y el metal, desde pequeño. He sido seguidor de bandas pioneras como Led Zeppelin, Black Sabbath, Iron Maiden hasta bandas como Immortal, Burzum o Emperor. Algo característico de estos géneros, aunque no único: es su gran dramatismo, sea este para expresar odio o amor.

Sea cual sea el sentimiento, siempre es llevado al extremo, pocas veces podemos ver en sus letras o en su música un punto intermedio. Tal vez sea por su origen: el blues. Un género lleno de melancolía y soledad, una mezcla entre la decepción y las carreteras vacías del Mississippi.

Ahora, hablemos de lo más importante: los músicos. Aquellos seres que a cambio de ventilar sus propios sentimientos o pensamientos, son recompensados (no siempre) con una vida que ya muchos quisiéramos tener.

Los músicos son hombres que toman la pasión y la transforman en un lenguaje estructurado, en un idioma con reglas y leyes. Estos son los personajes que están involucrados en el acto mismo de la creación del género. Sus historias son las que nos permiten sentir o pensar, que no solo son seres iluminados con un enorme talento, si no a final de toda las máscaras o interpretaciones que son obligados a adoptar, al final de todo, son seres humanos que se paran frente al espejo y se llegan a cuestionar.

Ellos al igual que tú y yo, solo somos un montón de estrellas escondidas en el gran absurdo de la nada espacial. Ellos son los ejemplos perfectos del nihilismo pasivo, viviendo sin vivir, un constante devenir que no se detiene a pensar en el más allá. Pero ellos también se cansan, se ciclan en este eterno retorno que es la vida. Para poder sobrevivir sustituyen a Dios por la fama o los placeres, piensan que la existencia tiene un sentido porque “algo” exterior a ella se lo da.

Mas en el derrumbe de ese “algo” la desesperación, la inacción, la renuncia al deseo, el suicidio se vuelven opciones deseables. En la búsqueda superficial del sentido, el hartazgo se vuelve cotidiano. Por eso, aunque nos sorprende cuando los hombres ricos o famosos se suicidan, se puede decir que es algo esperable. La llenura en demasía tiene por consecuencia que se desparrame el vaso. ¿Qué más puede hacer un hombre que ha conseguido lo que muchos seguimos luchando todos los días? La libertad no es más que un camino del cual nos pretendemos liberar; pero no que no podemos vivir sin ella.

El suicidio siempre es sorpréndete cuando es alguien conocido o famoso, pero es algo muy tangible en el mundo de los cotidianos. Esta fue la causa de muerte de 842, 000 personas en 2013, un considerable aumento en comparación con las 712, 000 muertes por esta razón en 1990.​ Por lo anterior, el suicidio es la décima causa de muerte a nivel mundial. Nos exterminamos nosotros mismos ante la falta de sentido de una sociedad tan liquida, híper-modernizada y con falta de fines últimos.

Antes una gran parte de nuestra vida estaba fundamentada por la fe por el futuro; mas ahora todos nosotros somos sostenidos por relatos que aunque muertos, le dan sentido a nuestra existencia. Vivimos en la esperanza, aunque engañadora, de cuentos que nos permitan vivir: el futuro, nuestro trabajo, el matrimonio, la vida, el cielo y el infierno.

Aun conociendo y viviendo frente al absurdo, advirtiendo cómo el universo es una alegoría constante y desesperanzadora, nos volvemos la más grande constante rebeldía ante la arbitrariedad del mundo.

Creemos en un mañana que todavía no llega, un mañana que todavía no es, un mañana que tal vez no será. Pero la ilusión se sostiene de ese día, muchos la necesitamos como una droga, un calmante ante la ansiedad de lo incierto. Nos encadenamos a ella porque es lo más seguro, al final de cuentas no es muy diferente de la religión, una creencia de que algo fuera de nosotros nos dará la tranquilidad tan buscada, una paz perpetua.

Las personas viven como si no tuvieran la certeza de la muerte. Pero ahora, te voy a decir un secreto que tú ya sabes pero te gusta ignorar: el mañana solo te va acercar un poco más a tu muerte, ¿por qué no acelerar más el proceso? Porque si lo pensamos al final de todo, con eso te vas a encontrar. Extraña paradoja es la vida: vivir para poder morir. ¿Qué es lo que nos hace compadecernos o despreciar de alguien que se arranca la existencia? ¿Por qué decimos que no vivió lo suficiente? ¿Cómo se mide la suficiencia de la vida? ¿Cuándo es cuando se dice que ya no debe vivir más? ¿Cómo demonios se mide eso?

El hombre tiene y debe tener un apego a la vida, el cual es dado por su conocimiento de la mortalidad. Nosotros como animales no tenemos un problema con el sinsentido de la vida, dispárale un perro y el saldrá huyendo por su subsistencia, él siempre quiere vivir aunque todos los días haga lo mismo.

El conflicto con nosotros es la conciencia. El suicidio es una forma de escapar al problema del absurdo de la vida, que es algo que cualquier hombre, si es que no se hace el tonto, puede sentir a la vuelta de la esquina, debajo de un arbotante, esperando el camión. Es un momento de una desnudez intranquila que se transforma en un problema incognoscible, si es que no lo sabemos afrontar.

Vivimos en un mundo, donde estamos en una lucha constante entre nuestros sueños y la realidad, entre lo ideal y lo existente. Al final de esta batalla nos damos cuenta que carecemos de una meta definida.

Entonces volvemos a la pregunta: ¿por qué no suicidarnos como estos artistas? Porque solo estamos negando el problema, en vez de eso, debemos anclarnos a la inconsistencia, a tomas decisiones para deleitarnos en ella, a vivir el presente y responsabilizarnos de él. En lugar de buscar esperanza en alguna cosa, en algún tiempo o en alguna circunstancia.

Busquemos mejor rebelarnos a esta condena y crear realidades que reflejen, que mejoren nuestra condición. Buscar la creación, tomar los colores de nuestra vida y formar un cuadro, que aunque no todos le entiendan sea creado. Como Camus concluye en El mito de Sísifo: “todo está bien”, y que “hay que imaginarse a Sísifo feliz.” Seamos absurdos y levantemos esa roca una vez más.