¿Por qué los candidatos no convencen?

Por su discurso, respondí presuroso y sin pensar a mi interlocutor cuando soltó la pregunta en medio de una charla sobre el cinismo de la clase política.

-Sí eso lo sé, pero ¿qué es? Creo que hay algo muy particular en la forma que tienen de decir las cosas, reviró.

No soy especialista, respondí. Desconozco y soy tal vez un “opinólogo” más en este vasto océano de la comunicación y quizá –creo- deberías mejor hablar con los que saben, los que dicen que tal y cual va a ganar no más porque sí…

El aludido decidió que era ya momento de concluir el intercambio de ideas y desprenderse de mi muy grata compañía (alábate burro) antes de que las cosas pasaran a mayores y acordáramos continuar el intercambio de ideas en un lugar con menos comida y más bebida.

Cada uno caminó hacia su fatal destino. Uno eligió la izquierda y otro la derecha. Ninguno decidió avanzar por el centro por una sencilla razón: no estábamos lo suficientemente estúpidos como para elegir una ruta con más riesgos y menos probabilidades de llegar a algún sitio seguro.

Avancé despacio. En el trayecto encontré a una familia en la jardinera lateral comiendo tortillas con algún algo. Se notaban felices y alcancé a escucharles hablar sobre un partido de la selección y también sobre el capitán, Marquez creo que se llama (lo relacionan con un rollo sobre lavado de dinero y no sé cuánto más, pero no le han probado nada, creo).

Seguí caminando. No me interesé en el golpeteo y el consecuente sonido de los autos al tratar de evadir el enorme bache en el carril y mucho menos en el ágil movimiento manual de un policía que fingía regresar un documento (una licencia quizá) al chaval que le esperaba sentado tras el volante del modelo reciente y el celular abierto. De hecho, ni siquiera me interesó el color del billete recibido/entregado porque pensaba en la pregunta: “¿por qué los candidatos no convencen?”.

Avanzaba sin prestar mayor atención a las chicas, aunque por alguna extraña razón recordé al representante de la alianza no sé qué justo al ver el grosor del cinturón o el diminuto de la falda -como quiera verse- de una de ellas. Él –dicen-, sabe y tiene experiencia, ha trabajado con azules y rojos, ha manejado recursos económicos y también representado a nuestro México en papel de canciller, pero no más no alcanza a cerrar círculos.

Eso es, ellos tienen círculos, pero él no es de ellos y por eso no sabe. Además, el problema no es que sus asesores le hayan recomendado siempre pronunciar normal 23 palabras y luego gritar nueve con falso énfasis. No. El verdadero conflicto radica en su indefinición, su falta de convencimiento y su enorme carencia de empatía. Además, ¡cómo cerrar algo que desconoce!

Detuve mi andar en la esquina, esperando… esperando… esperando. ¡Eso es!

El arraigado del golfo lleva años presente y esperando, pero no había logrado concretar hasta ahora, cuando la gente está(mos) realmente hasta la madre de los mismos y sus mismas ojetadas. Gracias a ese desencanto, a ese mal humor, a esa generalizada decepción, ahora tiene una oportunidad y a nadie importan sus canas, desvaríos y ocurrencias. Tiene el respaldo de la mayoría, pésele a quien le pese. El problema es que en ese camino hay demasiada pasión y muy pocas neuronas.

Mientras ando sonrío. Seguro ahora soy de la mafia del poder. No puedo evitar la carcajada.

Un paso, otro y otro más. He recorrido esta ruta al menos dos veces y conozco dónde están los problemas, quiénes son los vecinos y cuáles son sus espacios. Por eso no me sorprende ver a don Rafael barriendo la banqueta a las 6 de la tarde y a la señora María preparando el comal para las quecas y las gorditas, ¿o qué?, ¿ustedes permitirían que uno y otra sean detenidos en sus actividades cotidianas? Jejeje. Con él es lo mismo. La fórmula es decirles lo que quieren escuchar y no hay pierde. Lástima. Tuvo que pisotear los derechos de alguien más para estar y aspirar a la incómoda posición que hoy ocupa un amigo: tonto, torpe y mediocre, pero amigo. Creo que solo por eso le votó, aceptó y avaló tanta porquería. Después de todo, al parecer, es cierto: duermen en la misma piara.

Asco.

Casi llego. Desde aquí puedo ver a los de seguridad atentos a lo que se mueve sin importar género, edad, religión, oferta, sexo, tendencia o nacionalidad. Hay que proteger al cliente sin importar que sea una verdadera basura.

Magdalena se asoma al balcón y sus incondicionales le sonríen. Ella es un asco y, tristemente, será senadora.

Sigo caminando.

La duda.

¿A quién convenció la pinche vieja?