Decimos que el miedo nos paraliza porque casi siempre dejamos de hacer cosas ante esa emoción, reconociendo pocas veces que también nos mueve, como si hubiera una virtud en lo primero y cobardía o simplemente una debilidad en lo segundo. Tampoco tenemos por qué entenderlo al revés. Y hay niveles. Abandonamos un lugar donde hay un incendio o una balacera, pero esperamos la luz roja para los automóviles antes de cruzar una calle, sin dejar de voltear en ambas direcciones para estar seguros de que no corremos ningún riesgo. La función principal del miedo consiste en protegernos contra amenazas reales. Los problemas empiezan cuando el peligro está en la imaginación, muchas veces acicateada por la ignorancia y los prejuicios, información errónea o de plano enfermedades mentales.
A pesar de los servicios que nos presta, preferimos reducir el miedo a su mínima expresión, hasta expulsarlo de nuestra existencia. Pero al considerarlo una emoción negativa y rechazarlo también perdemos la oportunidad de superarlo, sobre todo cuando adopta formas específicas, como aversiones que impiden vivir plenamente. Y mientras no se presente el detonante de la fobia todo parece ir bien, hasta que aparece el bicho, la circunstancia o la persona que no podemos soportar. Sin entrar en detalles clínicos, adquirimos la mayoría de nuestros miedos en la infancia, casi siempre a través de los adultos.
Cuando nos mueve, muchas veces el miedo adopta formas hostiles, como defensa contra la amenaza percibida. Si esta existe realmente, la respuesta adquiere tonos positivos, resulta útil. Pero si no, hacemos el ridículo y quedamos como unos miedosos o unos estúpidos, merecedores de los calificativos adecuados a nuestra respuesta. Esto en cualquier edad y donde menos se espera. Una amiga necesita pedir ayuda a algún vecino para recoger el cadáver de una cucaracha en su patio. He visto gente aplastar contra el cristal de la ventanilla a una mariposa que trataba de salir del autobús. Niños que sin motivo agreden a mi perro cuando pasamos a su lado. Solo porque tienen miedo.
Recientemente, en un grupo de Facebook sobre historias de Aguascalientes, una visitante de otro país subió una foto de un monumento en una glorieta y pidió información acerca de los personajes ahí representados. Se trata de la escultura de Don Quijote y Sancho, construida en 1985 en el cruce de Adolfo López Mateos y Héroe de Nacozari de la capital del Estado, con desechos de la planta automotriz Nissan. De inmediato, la xenofobia se mostró sin pudor en varias respuestas de los usuarios, supuestamente ofendidos por la ignorancia de la visitante. Con sus burlas violaron una regla elemental de este tipo de grupos y en cualquier relación humana: tratar a los otros como queremos que nos traten, aunque también hubo respuestas amables que salvaron la dignidad del sitio y mostraron que el miedo a los extranjeros no constituye la norma en esa ciudad. Pero se hizo evidente que el mayor peligro de estas conductas se encuentra en la facilidad con que se propagan. Y que la lectura de la gran obra cervantina no garantiza una mejora en nuestra calidad humana. En cambio, revela que los burlescos usuarios no necesitan haber leído el libro para identificar a los personajes, sino simplemente vivir en la ciudad.
Mucho se ha escrito sobre la locura del célebre hidalgo en relación con lo que consideramos normal, para decir que con harta frecuencia la demencia está en aceptar lo aprobado por las mayorías, por temor al no menos célebre qué dirán. Y poner en entredicho el monopolio de la sensatez. Por eso, considero una prueba de cordura disfrutar cada momento como viene, evitando que el miedo se vuelva algo natural en nuestras vidas.
Durante las jornadas de violencia en Sinaloa y el sur de Sonora por la captura de Ovidio Guzmán se suspendieron todas las actividades en varias ciudades. Sin embargo, dos días después, mis hermanos ya estaban saliendo de paseo a la playa y a un rancho. Encerrar al hijo del “Chapo” Guzmán ─sobre el que en ese momento no pesaban cargos judiciales, lo que alimenta el rumor de que se hizo como regalo de Reyes al presidente estadounidense de visita en el país─ no tiene por qué traducirse en una reducción de la violencia criminal que ha seguido y seguirá cobrando víctimas.
Tras décadas de lucha contra el crimen organizado, queda claro que el gobierno no puede, no sabe o no quiere tomar la delantera. Si entre sus causas históricas están la pobreza, la desigualdad económica y la corrupción, actualmente se añaden la falta de voluntad política para garantizar la seguridad ciudadana y culpar al pasado. Eso sí constituye un motivo real para vivir con temor. Afortunadamente, nos queda votar contra el partido en el poder, por el sano miedo a la incompetencia oficial.