Poesía y educación ambiental

Hace pocos meses, la Maestría en Educación Ambiental de la Universidad de Guadalajara y la Editorial La Zonámbula publicaron un libro que titulé Ostimuri, en el que colaboraron varios profesionistas de la educación ambiental. Como introducción, el poeta y profesor investigador Javier Reyes y la comunicóloga y educadora ambiental Elba Castro —ambos doctores en ciencias sociales— describen las intenciones pedagógicas de esta publicación, que aprovecha los poderes de la palabra poética para llamar la atención de los lectores sobre el entorno vivo.

Antiguamente se escribían textos que transmitían enseñanzas, en prosa y en verso; hay estudios clásicos sobre el tema. En tiempos modernos, la idea de que el arte y la poesía deben servir a la sociedad se fortaleció durante el siglo XIX, en Europa y América. El movimiento romántico forjó la imagen del poeta educador, cara a la mitología política mexicana, en algún momento del porfiriato (1876-1911). Ya en el siglo XX, el ucraniano Anton Makarenko (1888-1939) publicó su Poema pedagógico (1933), orientado hacia la educación.

Como casi todos, siempre consideré la escritura poética un acto gratuito, gratificante en sí mismo. La autonomía del acto poético bastaba para justificarlo, sin necesidad de buscarle una utilidad. Al mismo tiempo, obras como las del alicantino Miguel Hernández (1910-1942) o el chiapaneco Juan Bañuelos (1932-2017) muestran una poesía comprometida con realidades históricas.

Mi relación con los educadores ambientales empezó en octubre de 2017, en el 1° Encuentro del Occidente de México sobre Poesía y Naturaleza, organizado en Chapala, Jalisco, por la Maestría en Educación Ambiental de la Universidad de Guadalajara y el Conacyt. Después redacté un escrito sobre el paisaje en la poesía en Aguascalientes. Los autores interesados en el asunto prefieren el ámbito urbano y ninguno participa en actividades ambientalistas.

En octubre de 2019, la Academia Nacional de Educación Ambiental A. C. y la Universidad del Caribe organizaron en Cancún el 2° Congreso Nacional de Educación Ambiental y Sustentabilidad. No pude acudir, pero envié una ponencia sobre la educación ambiental en relación con los movimientos sociales en Aguascalientes. Poetas y artistas participan en ellos solo de manera excepcional.

Después, Elba y Javier me entrevistaron y me invitaron a publicar un libro. Dije que sí a todo, viajaron, charlamos y les entregué un manuscrito. Y mi texto se convirtió en libro gracias a los educadores ambientales.

Reyes ha construido y desarrollado planes, estrategias, programas y modelos educativos ambientalistas en los estados de Michoacán, Guanajuato y Jalisco. Además, ha escrito y coordinado libros y otros trabajos sobre desarrollo regional y educación ambiental. Castro ha publicado varios libros —algunos con Reyes— en los que aborda las posibilidades del arte para expresar y transmitir contenidos y mensajes afines, como la sustentabilidad, la interdisciplinariedad o la producción de materiales educativos. 

En Ostimuri, la colaboración de Armando Meixueiro Hernández tiene tres secciones. La primera describe el estado actual de la educación ambiental basada en el arte en nuestro país. La segunda repasa momentos en que la poesía latinoamericana se ha interesado en cuestiones ambientales. La parte final analiza mi libro desde esa perspectiva.

Por su parte, Verónica Franco Ortiz propone una lectura ambiental del texto, en el contexto de la pandemia. Invita a reflexionar sobre lo que el libro dice de cómo se vive en lugares de clima hostil. Y concluye con “ideas para despertar el interés por la poesía en la educación básica”, como caminatas con actividades de contacto con la naturaleza, a través de todos los sentidos. Recomienda asesorarse para no terminar intoxicados. Y escribir, dibujar, pintar lo que la experiencia genere en cada caminante. También se pueden observar imágenes de ambientes naturales y ambientes artificiales como estímulos para la actividad artística. Y compartir poemas o versos para enriquecer la experiencia.

Margarita Hurtado Badiola propone usar mi poema en procesos educativos que involucran actividades artísticas. Sugiere ampliar el vocabulario, explorar la biodiversidad y pintar cuadros o modelar figuras en barro, incluso representar escenas a partir de su lectura. O trazar una línea de tiempo, identificar personajes y charlar con ellos o con el poeta; incluye algunas preguntas. Lo principal consiste en hacerlo “con el corazón”, como dijo el zorro cuando reveló su secreto al Principito.

Escribir un poema puede gratificar a quien lo escribe. Pero el poema no se agota en eso: genera resonancias en quienes lo leen; puede decirse que entonces empieza a correr sus propios riesgos. Entre los crujidos que lo forman y los de su lector(a), navega en aguas teñidas por sudor y sangre, sombras y voces ajenas que —con el viento propicio de la educación ambiental— lo llevarán a buen puerto.

Desde la Maestría en Educación Ambiental de la U. de G., Elba Castro y Javier Reyes desarrollan un trabajo que debe difundirse en ámbitos lo más amplios posible; cumplir tal propósito justifica este escrito.