Durante el mes de mayo se realizó la décimo sexta edición de Palabra en el Mundo, Festival Internacional de Poesía en todas partes, con sedes en varios países de tres continentes y en diferentes idiomas. Esta iniciativa nació convocada por la revista chilena de poesía Isla Negra, el Proyecto Cultural Sur de Argentina y el Festival Internacional de Poesía de La Habana, Cuba. Recientemente se incorporaron la revista venezolana Fábula de arte y cultura y la organización francesa Los artistas por la paz (APLP).
La convocatoria invita a todos los interesados en la poesía de todo el planeta a sumarse a las acciones, consistentes mayormente en lecturas públicas, siempre en favor de una causa. Desde hace varios años se hace por la paz; el año pasado se integró el respeto y cuidado de la vida, ambas causas de vigencia urgente.
En un contexto de creciente deterioro en las condiciones de vida que trajeron la pandemia, la inflación, la violencia y la pobreza a países como el nuestro, no resulta raro que el festival se convirtiera en foro para discutir problemas y denunciar injusticias. Desde luego, se han manifestado diversas posturas, desde las que se centran en difundir y reflexionar sobre la poesía, hasta las que enfatizan el compromiso de la poesía con las realidades históricas, sociales y ambientales.
Pero también ha servido para poner en contacto a comunidades poéticas anteriormente separadas, estableciendo relaciones muchas veces fructíferas, en las que se privilegia el intercambio de ideas y puntos de vista sobre el culto a la personalidad. Además, la convocatoria sugiere ocupar calles, escuelas, plazas, centros de trabajo y otros espacios, además de las bibliotecas y centros culturales consagrados, para realizar lecturas públicas, conciertos, teatro, exposiciones de artes visuales, mesas de discusión, intercambio de publicaciones y lo que en cada lugar tengan capacidad de hacer.
Esta iniciativa propone que la gente haga suyo el festival en todos los lugares donde se realice. Organizado por individuos o por grupos, se extiende propagado por vientos independientes, lo que no impide apoyos oficiales o privados.
En México, el festival tiene sedes en varias ciudades desde hace tiempo. En Aguascalientes se realizó por novena ocasión, tras una pausa de tres años; el octavo se hizo en 2019. Inicialmente lo organizaron Arlette Luévano y yo; después lo hice con Renata Armas. Este año me apoyó Ana Romo. Y como en la edición anterior, también esta vez ocupamos el Patio de las Jacarandas, en el costado poniente de la Plaza de la Patria, a la sombra del histórico Teatro Morelos y de los árboles que le dan nombre al sitio.
Diseñado por el artista Jan Hendrix, integra los elementos naturales como la vegetación y el agua con los artificiales como la cubierta, una celosía metálica con motivos vegetales sobre soportes de concreto. El muro de piedra del teatro como telón de fondo y el rumor del agua como fresca cortina acústica entre el recinto y la plaza. Si hay buen clima, como en este día, se puede disfrutar un momento muy agradable.
Muchos participantes de este año acudieron invitados por Ana Romo, autora de varios títulos y vinculada con la causa ambientalista a partir de Jaulérica vida, un libro colectivo coordinado por ella, para generar conciencia sobre la situación de los animales en el zoológico del Parque Rodolfo Landeros, en esta ciudad.
Además de ella, leímos poemas Juan Carlos Delgado, Karla Camino, María Elena Comte, Mario Cruz Palomino, Efraín Alcalá, Rogelio Guerra, Fabián Muñoz, Arlette Luévano, Juan Francisco Pizaña y yo; por su parte, Alejandro Collazo leyó unos textos y cantó algunas canciones, primero para convocar al público y luego como parte de su participación.
Los transeúntes se acercaron y muchos escucharon a los lectores durante las dos horas y media que duró el acto, en las bancas del patio o en las plegables que el Instituto Cultural de Aguascalientes proporcionó, junto con el equipo de sonido y personal para manejarlo.
Los participantes tienen experiencias y trayectorias diferentes, posturas e ideas diversas de lo poético, pero los reúne el interés por la lectura pública de sus escritos. Algunos tienen poco tiempo en el oficio, como Rangel, Camino y Comte, las últimas integrantes, junto con Delgado, Palomino, Collazo, Alcalá y Romo, de La Cofradía, pequeña y apasionada comunidad formada básicamente por maestros que desde hace décadas comparten gustos e intereses, siempre por el arte y la poesía. Guerra ha trabajado en el ámbito escénico, Pizaña también se dedica a la fotografía. Por su parte, Luévano y Muñoz gozan de mayor reconocimiento, han recibido becas y premios y han publicado varios títulos.
Así la poesía se mostró una vez más como terreno natural de la diversidad y respuesta a los conflictos por las diferencias. La multiplicamos y nos enriquecemos al compartirla.