En 2013, Rosario Izquierdo sorprendió a la crítica con la novela Diario de Campo, entregándose entera a través de una historia humilde, feminista, humana. En 2019, homologa ese estilo suyo tan neutral, tan certero, tan sobrio, un estilo desapegado pero intenso, palpitante.
—Rosario, ¿qué nos puedes contar de esos cinco años de ausencia?
—Pues que he estado escribiendo e intentando mover esta obra y otra que tengo terminada. No ha sido fácil. Algunas editoriales me han tenido pendiente de su respuesta durante demasiado tiempo, para después desestimar la publicación. Prefiero un NO a tiempo, antes que esas incertidumbres. Encontrar a una agente literaria, Silvia Bastos, ha sido fundamental para llegar a una editorial como es Comba, donde siento que tanto la novela como yo misma estamos siendo bien tratadas. Cada vez me importa más poder confiar en las personas de las que depende la publicación y difusión de mis textos.
—Decía en la reseña que le hice a El hijo zurdo que tienes voz. Hoy día abundan los autores sin voz. Muchos lectores quizá no entiendan el valor que para un escritor tiene esa voz personal, ese estilo que le distingue de los demás. ¿Sabías que tenías voz? ¿Te lo habían dicho?
—Aprovecho para darte las gracias por tu reseña, de donde se deduce que el libro te ha gustado, Salvador. Cuánto me alegré y me alegro. Sí, creo tener una voz propia. La escritura tiene un componente inconsciente que no podemos controlar, hay que dejar que fluya y después hacer un trabajo de reescritura que es el que va sellando tu voz personal, fijando con precisión tu propia mirada. El resultado final, sin estar desvinculado del todo de lo inconsciente, debe fluir ante las miradas lectoras transmitiendo una impresión de solidez. Después, cada creación en la que nos enfrasquemos nos va a poner por delante problemas narrativos diferentes, y lo ideal es que los resolvamos, dejándonos llevar en el proceso creativo por lo consciente y lo inconsciente, sin perder esa solidez. A través de mis lectoras y lectores me llega la impresión de que transmito una voz propia en mis narraciones, me lo han dicho varias veces y es señal de que algo estamos haciendo bien, y de que el trabajo lento y concienzudo va dando sus frutos.
—El hijo zurdo está recibiendo excelentes críticas. Al lector medio, tal vez le choque que una novela tan brillante venga de la mano de una editorial modesta. ¿Piensas que los grandes grupos editoriales publican nombres en vez de libros, que les importa más la firma que la obra?
—Como he dado unas cuantas vueltas por grupos editoriales grandes antes de llegar a la editorial Comba, te puedo decir que estoy completamente confundida sobre las variables que les llevan a aceptar o descartar la publicación de los manuscritos que reciben. No sé mucho del mundo editorial y, cuanto más lo conozco, menos lo comprendo. Cuando veo sellos que se alejan de la calidad de su catálogo en pro de la fama del autor o autora a quienes deciden publicar, sin tener en cuenta la naturaleza del texto que publican, el concepto que me viene a la cabeza es el de mercado: mercado editorial, mercado literario, mercado capitalista, mercadeo de nombres y autorías, el libro como una mercancía para clientes fácilmente manejables. Solamente entre esas coordenadas del mercado se pueden comprender algunas decisiones editoriales. Es decir, justo todo aquello que nunca tengo presente al escribir, y que se sitúa en las antípodas de mi manera de entender y vivir la literatura y la escritura. Recuerdo que Doris Lessing, cuando ya era una autora consagrada, hizo el experimento de enviar, bajo nombre falso, un manuscrito recién terminado a varias grandes editoriales británicas, recibiendo negativas de todas ellas, que después contó en un artículo. En alguna de esas cartas le decían que se notaba mucho que era una autora novel, que tenía errores de principiante y debía trabajar más su voz literaria, cosas así. Lessing hizo esto precisamente para demostrar la dificultad que tenían las autoras desconocidas para ser tenidas en cuenta. No muchos años más tarde, recibió el Premio Nobel de Literatura
—Con tan solo dos novelas, ya eres una autora con lectores a la espera de la siguiente. ¿Importan las ventas? ¿Hay editoriales que aún publican por amor al arte o un autor que no vende no interesa?
—Sin duda hay editoriales que publican por amor al arte, entendiendo por esto que lo que les lleva a tomar la decisión de publicar una obra son las características artísticas del texto, antes que las personales del autor o autora. Pero claro, las ventas son imprescindibles para que las editoriales verdaderamente literarias sobrevivan. Gracias a ese idealismo editorial y a haber encontrado editores con visión literaria, como fue Constantino Bértolo para Diario de campo y, ahora, Juan Bautista Durán para El hijo zurdo, he podido publicar mis dos novelas y espero sacar pronto una tercera. Como autora también me importan las ventas, no lo niego, pues aspiro a ser leída por la mayor cantidad de personas posible. Además, valoro mucho todo el trabajo que hay detrás de un libro bien editado, bien hecho, y creo que debe pagarse. Tal y como está el mercado y dado lo difícil que es vender libros, no creo que yo pueda vivir nunca de lo que escribo, pero me dolería verme como “autora que no vende”, es una categoría demasiado pobre, en todos los sentidos. Aspiro a comunicar, a ser leída y comprendida, a no aburrir a quien me lee, a ofrecer narraciones que contengan algo nuevo, único, que sean editadas con mimo y que, como resultado de todo ello, se vendan bien. No es imposible. Ojalá tengas razón y sea verdad eso de tener ahí fuera una pequeña comunidad lectora que se interesa por lo que hago, compra lo nuevo y espera lo próximo. Me da una gran alegría y esperanza pensar que eso pueda ser así.