Ilustración por Rodrigo Rico
“Personas que agarraron sillas, favor de quitarlas”, “personas que agarraron sillas, favor de desocuparlas” decía una invisible voz potente y desconocida en medio de la absoluta oscuridad, donde lo único que resplandecía un poco era la enorme cópula del antiguo episcopado repleta de oro. Cuchicheos inentendibles e impacientes aguardaban el inicio. La voz insistente continuaba “Van a cortar el performance”, “van a cortar el performance”. Repetía así, cada vez más enérgica, hasta que después de nueve ocasiones tal mensaje fue asimilado.
Silencio, alguien o ¿acaso algo? se aproxima. Es el inicio. El público ignora la pantalla proyectora de imágenes robóticas. Dirige su mirada a ese alguien o algo infestado de pequeños relojes, esos de colores, de unos ocho por ocho centímetros; sí, esos que no cuestan más de diez pesos fuera de cualquier estación de metro de esta enorme ciudad. A ese alguien-algo le cuelgan una especie de láminas rectangulares, como espejos borrosos que sinceramente deslumbran de inclemente forma las pupilas.
Decenas de modernos celulares pelean por grabar o plasmar las mejores imágenes, mismas que con certera seguridad serán borradas en menos de una semana y reemplazadas por algo más novedoso y vanguardista.
Parece ser que se trata del mismísimo Tiempo en persona. “Cronos” dice la joven que está a mi izquierda, “Saturno” pude haber enunciado yo en ese mismo instante pero para qué, si de todas formas terminaremos llamándole Tiempo. Un chico jala que jala una maleta rodante color verde, y una madura mujer le siguen. Ambos acompañantes ajustan los relojes m-a-d-e in China.
Ruidos estremecedores son emitidos, todos callamos más por incertidumbre que por asombro. El chico Maleta Verde, asistente ejecutivo y/o personal del señor Tiempo, ha ido a traer una escalera de seis peldaños, color aluminio (o plateado si es que quieren darle más valor a esta herramienta marca Cuprum), en la cual, el señor Tiempo, ante alarmas estridentes, comienza a subir.
Los sevaacaer, secaerá se murmuran o se tienen en la punta de la lengua. Observamos nerviosos y petrificados, sólo esperamos por una espectacular caída. Ya arriba, Electric man?, ata una hélice a una cuerda. Vueltas cada vez más rápidas, ruidos más estridentes que los anteriores y expectativas más grandes de la esperada caída que no, nunca llega.
Él, Tiempo nunca tiene ni un pequeño tropiezo, nunca se detiene y siempre sigue su curso. Avanza, sus asistentes sacan de la maleta plumones y billetes falsos con sentencias como la clásica “este es un juguete didáctico”. Se solicita la ayuda de algún espectador, Jacobo es invitado a participar.
El señor Tiempo habla, y por casualidades babélicas lo hace en un fluido español, lengua imperial. Comienza a dictar a sus ahora tres secretarios: “El tiempo es una sensación de duración. Ba,ble,bla…”. Calla, enmudecido da la espalda. Reparte varas retorcidas. Él y Jacobo desarman con billetes didácticos de 500 adheridos con cinta canela, dos relojitos, uno verdes, otro, azul.
Ahora ya no sé lo que sentimos, ¿es asombro o incertidumbre?
Camina y todos lo seguimos, con la vista. Se para enfrente de una madera paliducha que funge como pizarrón, con un plumón rojo el señor Tiempo dibuja tres círculos, sigue una mecánica similar a la pasada, sus asistentes dotan de los materiales necesarios a los cada vez más voluntarios elegidos por dedazo. Bille-relojes dentro de los circos.
No me es fácil ver, la gente se aglutina cada vez más. La temperatura se eleva y los olores se entrelazan, los que sobresalen son de tabaco y alcohol, aunque nadie fuma ni bebe en el recinto, es a lo que huele, quizá sea que ese aroma híbrido delate algunas de las aficiones de los presentes… quizá sea yo, la que quiero creer que huele a eso y no quiere admitir que es a sudor, en realidad.