Pequeñas heridas mortales (Belén Gopegui)

Se nos mete dentro ―Gopegui, claro está, quién si no― desde el primer párrafo, con esa prosa suya que tiene un no sé qué que sabe a sí que sé y que sabe también a batido de frutas poéticas.

«Además, poco a poco se está descubriendo que la autodisciplina, la motivación, o la capacidad de resistir la tentación y seguir practicando lo que toque, dependen también de la suerte biológica».

Nos habla Belén con esa precisión que todo lo alisa, manejando sus conceptos particulares, acercándonoslos, buscando la corta distancia, buscando nuestra respuesta aunque no pueda oírla, buscándonos.

«¿Qué harías si se volvieran contra ti los que apelan al rencor de la suerte, de la mala suerte, los que te reprochan ser un niño mimado no por el dinero, sino por la genética?».

Como bien se dice en la contracubierta, este libro es una propuesta de amistad, pero es también una propuesta de diálogo, la autora expone y la lectora o el lector considera (piensa con detenimiento), reflexiona (examina atentamente todas las ideas cuyo conjunto interesa) y medita (emplea en este examen el uso de la imaginación). 

«Lo que digo es que seguramente hay muy pocas cosas de las que podamos enorgullecernos, cuando alguna ventaja nos tocó en suerte». 

Pequeñas heridas mortales es ensayo y es literatura, es razonamiento y es arte, cuenta Gopegui las cosas como nadie las ha contado y te interpela como nadie te ha interpelado.

«Así que vale más pensar que el rencor no es contra las personas, sino contra las reglas. No tenemos que hacer un recuento de heridas y pesares, de destrezas y dones».

Y nos habla del sentido común, de los personajes malotes, de lo ajeno, del rencor y la fortuna, de los comportamientos humanos, de los cataclismos y del sentido de la vida.

«Conmoverse, dirás, es una nubecilla que pasa y se pierde de vista. Pero un día la nube se queda y, con ella, las personas empiezan a estudiar, a proyectar, y a poner en práctica planes, de una en una, de dos en dos, de mil en mil». 

Es este un libro social, el lector tendrá que responder (mentalmente) a cuestiones sociales, sin pensamiento no hay crecimiento, sin conversación no hay acercamiento.

«Escriben en el tiempo gestos que pocos ven, actúan, hacen que pase algo, como si fueran colocando, copo a copo, la capa de nieve que, sobre los campos, los guarda de la helada y espanta la sequía».

Belén maneja con soltura conceptos que a todos nos atañen, conceptos que, aun estando ahí, pasan desapercibidos, y los expone con claridad, nada como la transparencia para acortar todas las distancias.

«Dicen que el verbo es una diferencia. Andar, llover, reír. Después de que andes, de que llueva, de que nos riamos, siempre algo ha cambiado. En cambio, los propósitos en forma de palabras me gustaría que los tomes como lo que son, pájaros a punto de echar a volar si un movimiento los espanta, o si es mucho lo que impide que se lleven a cabo».

Por supuesto, no nos olvidamos de la poética. Gopegui tiene una voz que grita sin gritar, una voz que no necesita levantar para que se oiga clara y fuerte, con susurrar le vale, y nadie susurra como ella.  

«¿Por qué un suelo de adoquines se parece un instante al universo? No hay por qué, pero lo miro y te lo cuento y en estos cafés de un solo lado te entrego la distancia que nos une».