Ni la violencia ni el crimen organizado ha causado últimamente tanta indignación en los mexicanos como el gasolinazo.
México recibe enero con reformas y cambios drásticos que no son bien recibidos, Peña Nieto se desgasta aún más y suma actos que hunden sus, ya bajos, niveles de aceptación.
Con el arrastre de escándalos de una mansión de USṨ7 millones, el recibimiento políticamente mal manejado del presidente electo Trump, casos de corrupción y poca confianza se avizoraba ya un año de retos para el Gobierno, de contención de protestas, reacciones e inteligencia para soportar hechos venideros; sin embargo, casi ninguno supo prever la rebelión y desorden que hoy se vive.
Hasta hace unos meses, solo dos de cada diez personas aprobaban la gestión del presidente Peña y muy probablemente si se levantaran estadísticas hoy y mañana, esos dos de cada diez habrán cambiado de parecer.
Ni los 43 de Ayotzinapa ni los 15 de Tlataya, tampoco los 5 de Apatzingán ni los 22 de Tanhuato ni todas las muertes en las que los Derechos Humanos son violados han podido encender a la población como el alza a la gasolina.
México despierta e insurrecto toma cartas en el asunto y a su manera saca raja de un gobierno tambaleante. Mientras tanto el peso sigue en caída y la economía no mejora y el futuro se pospone ante la barbarie de muchos que reaccionan al hartazgo que les produce la injusticia sistemática.
Dónde irá a acabar este asunto solo el pueblo indignado lo sabrá, aún es pronto como para aventurarse a imaginar. Lo que sí es posible deducir inmediatamente, y que el resto de gobiernos latinoamericanos deberían ir tomando nota, es que al pueblo no se le debe mentir. Si se va a jurar algo, más valdría que fuera cierto y no solo una estrategia para alcanzar el poder.
No se puede dar a entender que con una reforma los precios bajarán, hacerlo slogan y repetirlo hasta que las mayorías se lo crean, pasar años haciéndolo y luego de ramplón subir precios significativamente limitándose a decir que se comprende el enojo y la molestia… pero que de no aumentarse precios serían aún más dolorosos los efectos y consecuencias, como lo dijo Peña.
El gobierno claramente sembró la idea de que los precios de los combustibles bajarían, cosa innecesaria como falsa. Se dijo que no habría aumento desde la campaña en el 2012, se sostuvo la idea durante el 2015 y aún el año pasado se aseguró que no habría más gasolinazos y que la energía sería más barata.
Más rápido cae un mentiroso que un cojo reza el dicho y así fue, el combustible tuvo un incremento de precio (el mayor en los últimos 20 años) quedando la mentira al descubierto y siendo la gota que derramó el vaso. Miles de mexicanos salen a las calles a protestar, vandalismo y protesta se entremezclan y la búsqueda de la equidad y la igualdad se desdibujan. El que no tiene recursos se cansa de ello y actúa.
El mundo atónito ve el show improvisado, 500 privados de libertad por los múltiples atracos, 250 incidentes en comercios, miles de negocios cerrados, movilizaciones, cortes de rutas, tomas de gasolineras, saqueos, llamados a revoluciones modernas, más violencia y lo que se vendrá.
Los políticos, los estrategas de campañas y los gobernantes deben dejar de pensar que maquillando realidades es la vía para engañar a la población, deben dejar de jurar falsos, de llamar “reajustes” a los cambios profundos, deben dejar de mentir descaradamente.
El pueblo tarda pero reacciona, es silente pero cuando se cansa habla a gritos y quizá ya no perdona. No somos las mismas sociedades de siglos atrás, quizá señores de la clase política, deberían de empezar a sincerarse y a navegar con la verdad como bandera.