Para comenzar: poesía en la selva

Leer poesía en voz alta es intercambiar luz, ritmo, palabra e ideas con otros.  En ocasiones somos afortunados por hacer presentaciones frente a una audiencia, en otras ocasiones somos afortunados por leer poesía en lugares que son importantes para nosotros mismos.

Particularmente tengo tendencia a leer poesía en lugares históricos o en zonas arqueológicas.  Hace una semana tuve el privilegio de regresar a la zona arqueológica de Campeche y, además de visitarla, leí poesía en algunos sitios mayas en medio de la selva baja.  Me alegro de haber regresado en el mes de diciembre y de haber tenido el clima a mi favor, aunque amante de las zonas tropicales, el viento del atardecer en el mes de diciembre es simplemente espléndido.

En un viaje anterior, el verano pasado, caminé y leí poesía en Calakmul, Edzná, Hochob, Dzibilnocac y Tabasqueño.  En mi más reciente viaje, mis pasos y mi poesía se entrelazaron con la selva en Toh-Cok, Santa Rosa Xtampak, Balamkú, Chicanná, Xpuhil y Becán.

Sean estos recorridos una celebración a mis raíces, sean un encuentro con un mundo del cual me queda mucho por aprender y validar o sean meramente caprichos míos, el hecho es que caminar tanto en estos sitios arqueológicos como en la selva baja de Campeche es una provocación fulminante a los sentidos, una invitación directa a escribir y a leer poesía donde hace cientos, sino miles, de años quizá alguien más lo hizo en el mismo lugar, o por lo menos, así lo quiero pensar.  Les comparto un par de fotos de estos caprichos míos durante el mes de diciembre.

La zona arqueológica maya de Campeche es extensa.  Estos sitios, que he podido conocer brevemente, son algunos de los tantos que existen y que ahora están abiertos al público.  Algunos de estos han sido abiertos hace tan solo un par de décadas.  Literalmente son tesoros escondidos en la selva.  Tal vez sea mejor, para la preservación de estos, que sigan así, un tanto aislados, y si los visitamos, que sea con respeto y cuidado.  Lo cierto es que cada paso me llenó de orgullo, cada resto de pintura roja en los muros me inspiró, cada sonido de la selva me hechizó.  En muchos de estos sitios fui la única visitante, lo cual me permitió absorber, a mi ritmo, el sol entre las frondas de las ceibas, las ancestrales construcciones mayas, el aroma de las flores y el canto de las aves mezclado con el llamado de uno que otro mono aullador.

Decidí llevar conmigo solo uno de mis poemarios en esta ocasión, Donde la luz es violeta.  Leí poesía en la cima de pirámides, en templos circulares, frente a frisos milenarios, entre las fauces de las construcciones mayas o al lado de una que otra piedra de sacrificios; lo cierto es que Donde la luz es violeta acompañó cada uno de mis pasos.  Mi audiencia fue la selva baja y estos recónditos sitios arqueológicos mayas enterrados en su corazón.

Con esta breve nota y con el aroma de la selva, aún fresca en mi memoria, y, por supuesto, con mucha poesía comienzo este año.  Un año lleno de incertidumbre que me invita todavía más a la retroinspección.  ¡Que la poesía nos salve!