«Cuando la dueña de la veterinaria me dijo que tenía que ir a Open Door a revisar un caballo, no protesté, la idea me divirtió. Open Door, sonaba raro». Con esta frase empezó Iosi Havilio su andadura novelística. «Open Door, sonaba raro» ya nos dice mucho sobre la protagonista de la historia. El hecho de que le atrajese la idea de ir a un lugar con nombre raro. El hecho de que no protestase aunque el trayecto era largo. El tono. La voz. La forma de hablar de esta mujer ya nos dice mucho sobre ella. Y enseguida nos mete en su vida, empieza a contarnos y nos involucra, nos convierte en parte de la historia, la parte que escucha.
«Voy con la cabeza apuntando al suelo, en busca de piñas nuevas para patear, y por eso pego un salto cuando oigo un hola tímido demasiado cerca. Es Eloísa, la chica del almacén. Hola, digo y los ojos de ella se disparan para cualquier parte. Debajo de la axila lleva una bolsa de arpillera enrollada. Tiene puesta una camisa abotones estampada con ramos de flores chiquitas, amarillas, rojas y blancas,tipo rococó, y un corpiño negro, que se transparenta mucho pronunciándole las tetitas».
Ya había leído Paraísos, que es la continuación de Opendoor, y lo bueno del asunto es que da igual cuál leas primero. La historia de esta mujer espontánea no tiene principio ni final. Solo el camino importa. Me gusta esta mujer que se deja llevar por sus impulsos. Que carece de prejuicios. Que, a su modo, es inocente, pura, cabal. Como un animalillo silvestre que se hubiera perdido entre nosotros.
Tiene nombre, eso es obvio, pero no nos lo dirá. Tiene inquietudes como cada hijo de vecino, pero tampoco nos hablará de ellas. Tiene miedo, y seguramente también se avergüenza a veces de ella misma, tiene sueños, y seguramente también sabe que se equivoca cada día, como todos nosotros, pero no nos hablará de ello.
Iosi Havilio ha creado el personaje más moderno, el prototipo contemporáneo, un modelo singular que sin embargo nos engloba a todos, pues se conforma con vivir y hacia esa sobrevivencia nos dirigimos todos dentro de una sociedad que ya no da tregua.
«El hombre saca cualquier tema para entablar conversación. Está distinto, más amigable, me mira de otro modo. Quiere saber qué hago, a qué me dedico. Me cuesta creer pero intenta seducirme. Me pregunto si se le cruzará por la cabeza cogerme ahí mismo, con todos esos cadáveres alrededor».
Opendoor es una novela innovadora. Sencilla, espontánea, pura. Aunque Paraísos sigue en la misma línea, hay una evolución. La pizca de ironía que Opendoor no necesitaba, surge en Paraísos de manera natural. Dos libros que en realidad son uno, una obra maestra en dos actos.
He leído (por ahí) que ambas novelas son minoritarias. No estoy (yo) muy seguro de eso. Para saberlo, habría que promocionarlas a lo grande. Poner una pirámide de ejemplares en la entrada de las librerías, como hacen con los libros de Follett o Brown. Entonces lo sabríamos. En fin, ya lo dijo Constantino Bértolo: «Cada literatura educa y maleduca también a sus lectores».