Noches de marzo

Un miércoles por la noche caminando sola en un mar de hombres. En sentido contrario, otra chica venía, también sola. Por un instante nuestras miradas se encontraron y entendí que ambas sabíamos lo mismo: cuidado.

Era 2018 y a falta de quorum (y ponencias aceptadas) para el congreso nacional de literatura, Sarahi y yo nos animamos a ir juntas. Nunca supe si a ella le gustó viajar conmigo, pero para mí fue una excelente compañera de viaje. Rápido establecimos una dinámica que funcionó esa semana de marzo desde el domingo que llegamos hasta el sábado que nos fuimos, entre el minituristeo, el transitar a las ponencias y mesas de creación y los afters.

El miércoles, el grupo preestablecido para el gran after se segmentó en dos (o eso recuerdo). Nosotras nos quedamos con el grupo que accedió a la azotea de un edificio en la avenida principal del centro, cuando en eso unos dijeron que iban a ir a un bar karaoke donde estaban los delegados y algunas otras personas. En lo que se fueron, decidí que también quería ir para allá. Sarahi y Daniel, que también venía con nosotras, se iban a quedar. Revisé Maps, me marcaba a pocos minutos. Octavio fue el único que me preguntó. “¿Segura?”. “Sí”, le respondí. Y así me fui.

Creo que al final sólo estuve como una hora en el bar con personas que para ese momento no ubicaba a cabalidad (a algunos sí), y que yo, la última en llegar, me cohibí, casi no conviviendo, y en cambio aprovechando un ratillo para intentar cargar mi celular que desde hace un mes se descargaba rapidísimo, pero para cargarse era un cabrón que tardaba medo año. Entre casi no hablar mientras me tomaba una cerveza, esperar a que la batería subiera aunque fuera al 15% y que como era miércoles, todos los lugares cerraban más temprano que si fuera jueves, para antes de medianoche ya todos se estaban despidiendo.

Antes de desconectar el cel, le envié mensaje a Sarahi, quien me respondió que ya no había nadie en la azotea y se habían ido al departamento de uno. Me envió ubicación, revisé en Maps otra vez y dije “Ahí voy”. Dije un adiós prácticamente al aire y salí con los primeros que se fueron.

Devolverme a la avenida principal. Ok. Ir hacia la izquierda. Luego para abajo… ¿Aquí?

Lo interesante de un lado de las calles perpendiculares a la venida es que todas iban en pendiente, mientras el otro se mantenía plano. Claro que tenía que bajar por una de esas, según Maps, y mientras le decía a Sarahi que ya iba caminando, me abrumaba darme cuenta que mi batería iba bajando drásticamente. Justo la calle tenía que estar sola. Casi hubiera preferido otro mar. Comencé a bajar cuando crucé junto a un hombre en sentido contrario. “No, mejor me devuelvo”. Hice como que volvía a la avenida y caminé un poquito antes de reanudar la bajada. 4% y el miedo me impregnaba. Cuando la pendiente se hizo menos pronunciada (en realidad nunca lo estuvo tanto, pero así lo percibía), decidí correr. Mejor parecer la loca que corre por las calles para que nadie se acerque, y claro, sin voltear atrás por si de pura casualidad alguien me seguía. 2% y Sarahi me describió la casa. Creo haberle dicho que mi celular iba a morir.

Llegué a un cruce casi glorieta únicamente con el mapa mental que me recordaba que de ahí era seguir derecho. En esa zona casi residencial no escuchaba voces. Caminando rápido, miraba a todas partes intentando identificar alguna casa en fiesta, abrumada ante tanta quietud. No sé qué habría pasado de no ser porque la residencia en cuestión eran unos departamentos de dos pisos con vista a la calle, desde donde estaban conviviendo en modo tranqui. Les hice señas y afortunadamente Sarahi ya estaba atenta. Alguien bajó a abrirme la puerta. Me uní a la fiesta sin que nadie supiera lo ansiosa que estuve sobre una travesía que si acaso fue de 20 minutos (una eternidad).

En una de esas platiqué con Octavio sobre mi llegada y le decía que gracias por confiar en mí cuando le dije que sí podía llegar. Ya no recuerdo qué me respondió (otro de tantos olvidos), y probablemente nos enfrascamos unos minutos en el tema de la percepción de la edad e independencia, pero muy en el fondo sí me arrepentí de no haberle pedido que me acompañara, como sí se había ofrecido una noche antes a acompañarnos a las dos, pero como ya íbamos con Daniel, le dije que no se preocupara.

Mi historia de horror quizás sólo ocurrió en mi cabeza, pero significó cuestionarme mucho, en especial cuando ese mismo año salió ese trend de “Si uno de estos días me matan…” y mi mente fatalista sólo pudo sentirse culpable de tomar un riesgo.

¡El riesgo de poder caminar sola a un lugar!

Fue en esos años que también pasé un conflicto por sentir que no era merecedora del feminismo, no sentirme digna por no marchar, por no participar en hilos, por no publicar más, por creer que no era válido haberme sentido así esa noche de miércoles al ser un riesgo innecesario que yo misma decidí tomar.

Pasa el tiempo y he aprendido a sentir la sororidad, muy necesaria. Este año por un momento olvidé que era 8M y me sentí en paz. Pero ese breve momento de calma no representa que también grite, quizás no en marchas o activismo constante, pero sí porque no tengamos que sentirnos inseguras en andar por una calle ni sentirnos identificadas con ese texto anónimo y donde estamos todas:

“Si un día de estos me matan espero que sea de lunes a viernes antes de las siete de la noche porque la fiscalía de la mujer solo trabaja hasta esa hora. Espero andar con pantalón flojo, camisa floja, sin maquillaje porque si no dirán que yo lo andaba provocando”.

“Espero estar en el trabajo o en el súper porque si ando con un amigo, de fiesta o de viaje, dirán que yo lo merecía por andar en la calle; espero que me maten de día, porque si es de noche dirán que si me hubiera quedado en mi casa nada de esto me hubiera pasado”.

“Además espero que me mate alguien a quien no conozca ni me puedan relacionar (porque si es un conocido o un ex, van a decir que seguramente yo le hice algo, que seguramente yo me lo merecía o que fue mi culpa no haberme dado cuenta antes de que me podía matar)”.

“Ojalá el mismo día mis amigas corran a borrar todas las fotos en las que aparezca con menos ropa de la ‘normal’ en redes sociales (y que borren mis fotos con amigos, en fiestas, en traje de baño, para que no digan que me lo merezco por fiestera o exhibicionista)”.

“De lo contrario, le dirán a mi familia que yo me lo merecía, que merecía morir y que eso le pasó por descuidada y zorra”.

“Ojalá y no vean mis tatuajes porque dirán ‘pero también la niña tenía tatuajes en todo el cuerpo’”.

“El patriarcado no sólo nos mata, también nos culpa por nuestra propia muerte”.

Salir de la versión móvil