Madres y padres, incluso maestros, se quejan de los niños y de lo difícil que es educarlos, es algo que escuchamos constantemente tanto en escuelas como en el consultorio privado.
Pero reflexionemos, ¿qué significa decirle a un niño que es difícil? Sí, decírselo sin miramientos, sin detenerse a pensar en los efectos que puedan traer las palabras, sin apreciar en profundidad lo que se dice.
Una respuesta la brinda la literatura en la novela de Alessandro Baricco (Esta historia, 2005), quien nos cuenta a través de Elizaveta, lo que para ella representó tal palabra.
Mi padre siempre me decía que era una chica difícil, y ahora sé que con esas palabras quería decirme –y quería decirse- que no habría forma de acercarnos, a nosotros dos, y él acabaría atendiéndose a un sentimiento de lejano afecto…
Como leemos, esas palabras a tono de maldición se constituyen en una pared con la cual el padre hace separación respecto a su hija; ella lo sabe, lo intuye o lo siente. Se trata de una forma sostenida de rechazo.
Cuando a un niño se le dice, es que no te entiendo, es que eres muy difícil, no se está hablando de lo que el niño es para el adulto, más allá de eso, lo que se juega es una historia donde surge un deseo por no estar ahí, no hacerse presente, en otras palabras, un no quiero estar aquí contigo, un rechazo.
No es la dificultad que pueda traer consigo un niño lo que incomoda, es lo que representa ese niño en la historia del adulto, lo que le ha “impedido” hacer, las alas que ha cortado, es de ese tipo de cosas de las que se habla cuando se manifiesta la maldición.
Y por supuesto que el niño reacciona, como Elizaveta que se pregunta: de qué tengo que vengarme, de qué tengo que vengarme.
El sujeto que fue mal-decido –nótese lo interesante de la palabra-, sabe en su interior pero sin certeza, que hay algo de lo que tiene que vengarse, algo que no anduvo bien desde el principio, algo que incluso no representa un recuerdo, pero ante lo cual necesita actuar en correspondencia.
Dicha actuación será en los términos que dicta la maldición: si me dicen que soy difícil, si todos me lo han dicho, así ha de ser. Ahí es donde incorporamos el carácter maldito de lo que se les dice a los niños.
Ser difícil no es lo que hace el niño, pues de él dice poco, de quien realmente está expresando algo en su actuación problemática, es del adulto mismo; es decir, sobre el padre o la madre, pues en efecto, en los síntomas del niño se revelan las miserias de los adultos que no pueden ver lo que les aqueja.
En las dificultades que presenta, sean estas escolares, familiares, sociales, comportamentales, etc., el niño expresa algo de sus padres, poco de sí, como decíamos, pero que si no se atiende, a la larga, será algo que se consumará como de su propia identidad.
Nos parece entonces que, esas dificultades de los niños no son otra cosa más que esfuerzos por reivindicar una posición, la posición de niño querido, niño deseado (Dolto, 1988). Es eso lo que todo ser humano quiere y necesita saber y sentir para poder vivir.
De ahí los esfuerzos, incluso desesperados de algunos niños por hacerse notar, provocar algo en sus padres aunque sea un mal sentimiento, siempre y cuando con ello adquieran un poco de atención ante lo que tienen enfrente: un niño.
Habrá casos donde se les diga que además de ser difíciles, son insoportables. Niños que no se sabe cómo conducirlos, a los que se les habla de una forma y de otra, pero sin resultados, niños a los que literalmente se les mal-dice.
La próxima semana abordaremos el tema de la maldición a los niños, aquellos que además de ser rechazados, son niños malditos, en tanto tuvieron como única oferta por parte de la vida, ser mal-decidos, y es desde esa mala-dicción que actúan e intentan reivindicarse en la familia y en la sociedad, las que por cierto, no los reconocen.