“What prompts this melancholy key? A long familiar melody. It sounds again. So let it be”.
-Joseph Brodsky, 1 January 1965
… Y entonces llegaríamos y yo sabría que me esperaban muchas horas acompañada de comida, frío, pláticas aleatorias con mis tíos, uno que otro juego con mis primos, rezar, repartir regalos, dólares y demás. Y luego…
Cómo habría de saber que en 2010 celebraría por última ocasión el famoso combo Navidad-Año Nuevo en una de las colonias más antiguas de Tijuana. Uno que, en su momento, quizá me parecería aburrido o a veces incluso innecesario, pero que ahora recuerdo con nostalgia, con aquel sentimiento tan familiar, conforme se acerca el fin de otro año.
Ahora, esa familiaridad que durante 15 años me llevó a “la liber” es la que a cada rato me devuelve a ella, como recordatorio de esos momentos tijuaneros de mi infancia y adolescencia.
Cuando era pequeña, acudir a las celebraciones decembrinas -incluyendo las posadas, una designada a cada hijo de la familia- era mera cuestión de cruzar de mi casa a la de mi abuelita. Allí, “doña Jose” invitaba a todos (y me refiero a todos) los de la calle a que se unieran a estos momentos de jolgorio. Las madrugadas del 25 y 1, era cuestión de devolvernos caminando -de nuevo- mi hermanito, padres y yo.
Pasaron los años y dejamos de vivir en la Libertad, parte media, pero era casi como si no nos hubiéramos ido. Entre semana, visitar a mi abuelita para no ahogarnos en el creciente tráfico; los fines de semana, visitar a mi abuelita solo por el gusto de verla (o celebrar cumpleaños); en Navidad, visitarla y ser parte de la fiesta familiar de una matriarca, sus nueve hijos, sus otros tantos nietos, sobrinos, uno que otro hermano y demás gente que pasaba a saludar. En la víspera de Año Nuevo, lo mismo, incluyendo sus respectivos y famosos recalentados.
Para algunos, el camino a casa de mi abuelita solo implicaba unos minutos de traslado hasta la calle 14; para otros, era un viaje más largo, incluyendo a quienes su viaje incluía cruzar desde el otro lado, como tantas generaciones de la colonia que aprendieron a vivir en dos países. De toda la vida.
Ya no recuerdo cuándo fue el último día que visité la casa de mi abuelita. Tras su deceso el 19 de enero de 2011, los detalles sobre la vuelta a su hogar se han vuelto difusos. Curiosamente, lo que más recuerdo es haber disfrutado esas visitas; incluso ahora, aun cuando sé que a cada rato me quejaba (porque pasadas unas horas me aburría de repente o me parecía una rutina monótona), lo que me queda es una sonrisa por haber disfrutado en familia.
El combo de celebraciones decembrinas está por llegar. En mi casa, los planes están en proceso de definirse, y aunque puede que los días nos lleven a una reunión familiar, es completamente seguro que estos no incluyan esa tradicional visita a casa de mi abuelita.
Y aun así, la transición al 2024 será otro periodo ideal para simplemente agradecer por una época que no volverá, pero que ahora forma parte de ese álbum mental que es la vida.