Música, nostalgia y juventud

Hay una grieta en todo,

ahí es por donde entra la luz.

Leonard Cohen

 

La música de ayer era mejor que las porquerías que se escuchan ahora -rezan los adultos a los jóvenes-. En mis tiempos sí que había buena música -les humillan-. Antes cantaban con sentimiento -les matan-.

Es de común escuchar a gente mayor asegurando que la música del pasado fue mejor. Mejor que lo que se ofrece en el presente, mejor en cuanto a sensibilidad, a letra, instrumentación, etc.

La realidad dista mucho de encontrase en los elementos mencionados, no es que la música del pasado sea mejor o peor, se trata de la música que se escuchó en los tiempos de enamoramiento, de juventud, incluso de la infancia.

De ahí la carga emocional que imprime la persona en lo que en su tiempo escuchó. Estando de moda o no, las canciones fueron las precisas no por su calidad o su letra, sino por la experiencia de vida que en ese momento se llevaba a cabo.

La nostalgia que una melodía nos lleva a sentir, está en función del recuerdo que conlleva, de la suerte de apertura que logra en el alma de quien escucha. Nostalgia que conduce a las lágrimas ante el paso avasallador de una maquinaria llamada tiempo que avanza sin detenerse.

Y cuando una canción detiene el tiempo, detiene la maquina, el sujeto se ve presa de un dolor por lo perdido que al menos por un breve instante se re-presenta en la memoria.

El que recuerda revive; revive lo ya pasado, pero también re-vive su propio espíritu, que del género musical que sea, lo conmina a aquel lugar, a aquella persona. Por eso es viable decir, recordar es vivir, porque en el recuerdo algo se dispara.

Una chispa, una gota, algo, que viene a detener el tiempo, pero además a sentir lo ya sentido, lo que un día fue y ya no es más; experiencia radical de dolor de donde adviene la nostalgia: eso que fui, que hoy no soy.

Parece entonces un terrible e irrespetuoso error, señalar que lo actual no es bueno, sobre todo hablando de lo que escuchan los jóvenes, siempre los jóvenes. Música estridente, incomprensible, ruidos del demonio, lo que sea.

¿No es eso lo que decían los viejos a los padres de ayer, no fueron también juzgados por lo que escuchaban? ¡Hey pa´fuiste pachuco, también te regañaban, hey pá bailabas mambo tienes que recordarlo!, reclama una de la Maldita Vecindad.

Decir hoy que lo actual no sirve, que no tiene sensibilidad porque sólo el pasado fue mejor, resulta irrisible, contradictorio para quien lo dice, pues en esa crítica moral, le da la espalda a su propia experiencia frente a la música.

Podríamos referir al respeto, a la tolerancia incluso, pero se trata de algo más allá de eso.

¿Pensar en una especie de repetición de patrones como se dice, donde el adulto refleja de manera lo que sufrió, lo que le fue dicho?, puede ser, algunos será eso lo que atestigüen.

¿Pero no valdría la pena poner atención en la experiencia que vive el joven de hoy en torno a lo que escucha?

¿Saber que eso que tanto molesta a muchos, el día de mañana convocará la nostalgia de otros?

¿Que en esa horrible canción, una persona recordará sus travesuras, sus primeros amores y los fracasos, es decir, la vida?

¿No valdría la pena acaso, que en lugar de recriminar, de bajarles el volumen a los jóvenes, se les diera la palabra? ¿Y se les escuchara acerca de lo que tienen que decir de tal o cual canción?

¿De lo que ya la misma melodía está diciendo por ellos, y que ellos son incapaces aún de decir?

Al final, ¿quién nos indica el bien o el mal, qué es mejor? Ideales, puros ideales, que provocan la distancia entre generaciones. Ideales crueles que impiden saber del otro como saber de uno mismo.

Si la música es capaz de abrir una grieta en el alma del que escucha, de separar generaciones, ¿será posible que también tenga el efecto de dejar entrar la luz?, pues como dice Cohen, hay una grieta en todo.