Muertos el viernes

A Lucy

Nos lamentamos que apenas es lunes, dónde sea, mientras sea lunes, esperamos una hora entera a que llegue la siguiente para esperar con mayor ansia la siguiente y la siguiente, esperando que se le acaben los minutos al día; gastarlos, lo más que se puede, para acercarnos al viernes cuando apenas es lunes. Martes, ya mañana es miércoles; mitad de semana y luego jueves que es como si ya fuera viernes.

Esperamos que el tiempo pase rápido; no queremos vivirlo. Queremos que se acabe, que se nos vaya. Vivimos con una prisa porque nos llegue la muerte; con una urgencia de que ya nos llegue el mañana. No dicen que cuando te mueres pasa toda tu vida frente a tus ojos. La apresuramos tanto que pasa sin que podemos verla; aunque nos pasa frente a los ojos no la reconocemos. Y es que quién está dispuesto a decir que no quiso vivir su vida.

Otros se pasan toda la semana pensando qué tienen que hacer y cuando llega el fin —cuanta esperanza guarda la palabra; la promesa de una clausura—, hacen todo lo que no han hecho porque se la pasaron pensando que tenían que hacerlo. No hay descanso. Toda la semana hay mucho trabajo; muchos pendientes que buscamos cualquier motivo para distraernos.

Me merezco un descanso; uno bien merecido nos decimos. No pasa nada, nomás un ratito; y es ahí cuando te pones a perder el tiempo. ¡Qué se pierda!, no quieres saber de él. No lo quieres.

Es mejor distraernos de nuestras vidas no haciendo nada o haciendo cualquier cosa: en el televisor, con los amigo, en algo interesante. La palabra lo dice: que cause interés, que importe, porque la vida ya no, y no queremos saber que nos faltan las ganas de vivirla. Y otra vez lunes. Y a volver a empezar porque no hiciste nada toda la semana. Pero ahora sí. Este lunes sí. Hoy empiezo. Y así te dices y nunca terminas nada. Y es que te dijeron que venimos a este mundo a sufrir para ganarnos la vida eterna. Y le sufres, porque tú creíste en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Esta vida no es la vida, la buena es la que sigue. Por eso no la vivimos. Vivimos pensando que vendrá un lugar mejor; tiempos mejores. Porque los tiempos de Dios son perfectos. Chingaderas. Así diría mi madre. Ella, porque yo no digo groserías.

La promesa del mañana, de que nos llegue el fin—el de semana y el de la vida—, no muere. Pero nos contradecimos. Empezar siempre nos mantiene lejos del final. Hoy no; mejor mañana. El próximo año, ahora sí le echo ganas. Este semestre es el bueno. No me vuelve a pasar. Es la última vez.

Siempre es la última. Siempre nos morimos más rápido cuando empezamos diario las cosas, y es que así no las terminamos nunca; como la semana, que no se acaba. Pero pasa el tiempo y un día se nos va la vida y el mañana. Se nos quedan atrás. Nos reunimos con los amigos a recordar los viejos tiempos; cómo no vamos a platicar de los buenos tiempos. Y es que todo pasado fue mejor. La vida se detiene antes de que termine. Lo que le queda es para recordar lo que fue; un pasado que se repite frente a nuestros ojos; como la muerte, hasta que nos llega la hora de los remordimientos. Ah, cómo pasan los años.

Eso te desespera, quieres irte. ¡Ya vámonos! ¿Cuánto falta? ¡Apúrate, no hay tiempo! No lo desperdicies. Nunca tienes tiempo. Y si tienes, hay que darle tiempo al tiempo. Como si fuera importante. Hay más tiempo que vida. Eso lo dicen los viejos y cuando lo dices te das cuenta que ya no estás tan joven. Y es que nacemos en un mundo que va tan rápido que apenas llegamos ya nos queremos morir. ¡Estoy muerto! gritamos todos los días esperando que se acabe la semana; que se nos acabe la vida, que nos alcance el tiempo porque ya lo dejamos muy atrás.

Le llevamos tanta ventaja, que apenas abrimos los ojos a lo que nos pasa, ya estamos muertos. Así terminamos. Muertos el viernes y todos los días esperando un día. Esta vida no es vida, es horrible ¿Pero qué nos queda? Esperanza; la espera de que ya sea viernes, de que pase el tiempo volando. De morirte poco a poco. Así nadie sospechará que fue un suicidio. Morir en secreto, en silencio. Una muerte lenta, semanal, con la ilusión de que ya llegue el fin.