Monsieur Chocolat, o el trágico arte de reír llorando

Foto tomada de la película Monsieur Chocolat, (Francia, 2016).

 

Monsieur Chocolat –Francia, 2016– la cuarta entrega del actor y director, Roschdy Zem, es un extraordinario film que evidencia, por un lado, el magnífico París de la Belle Époque –1900-1914, periodo previo a la Gran Guerra–, aquélla época tan reconocida por ser uno de los momentos más importantes de la cultura y del arte universal, por la ascensión de una clase burguesa fuerte, por su “estabilidad” económica, entre otras.

Pero, a su vez, muestra que aunque en ese momento Francia llegó a ser la segunda potencia financiera del mundo, eso no implicaba que dentro de la comunidad francesa no existieran importantes problemas de desigualdad social, de pobreza y de desempleo. Esa sociedad contradictoria está representada por el sofisticado y exigente público parisino y por los artistas de circo.

En un contexto como ese, ambos personajes, Footit (James Thiérrée) y Chocolat (Omar Sy), los encuentro sumamente interesantes, no sólo porque sean los protagonistas de la película, sino por lo que simboliza cada uno. El viaje de estos dos payasos hace de este film una verdadera tragedia. Es más, el que se haga referencia a Shakespeare dentro de la película –The tragedy of Othello, the Moor of Venice, específicamente– nos da más qué pensar.

Pero, ¿qué entendemos por tragedia? En general la tragedia es concebida como el arte de desvelar el lado caótico, injusto, triste y miserable de la vida o de la existencia humana.

Así, por ejemplo, Schopenhauer comprendía la tragedia como: “el aspecto aterrador de la vida, ofreciéndonos el espectáculo de la miseria humana, el reinado del error y del azar, la pérdida del justo, el triunfo de los malvados; contemplamos, pues, todo aquello que más repugna a nuestra voluntad en el sistema del mundo. Este espectáculo nos conduce a apartar la voluntad de la vida, a no amar a ésta ni a desearla”. (Schopenhauer, 1818).

El personaje de Footit, a mí juicio, encarna esa parte de la tragedia que nos propone Schopenhauer. ¿Por qué? A lo largo de toda la película observamos a un Footit divertido y gracioso; mas esa actitud contrasta con su personalidad fuera del escenario. Tras bambalinas se puede apreciar a un Footit reacio, un hombre molesto con el mundo, resignado a vivir preso de la melancolía y del hastío.

Dicha actitud se debe, después nos enteramos, a que el payaso perdió a su gran amor. El desamor es como estar muerto en vida. Cuando vi y reflexioné en el personaje de Footit, me fue imposible no pensar en el poema de Reír llorando de Juan de Dios Peza. En una palabra, Footit bien podría ser Garrik, el también desolado actor inglés.

Ahora bien, Nietzsche, por su parte, aunque era afín a la concepción de la tragedia schopenhaueriana, él, a diferencia de Schopenhauer, afirma y enaltece la vida, con todos sus matices y dolores. Nietzsche sostenía –grosso modo– la idea de que, a pesar de ser cierto lo dicho por su predecesor, uno no debe renunciar a la vida ni, mucho menos, resignarse a vivir amargamente, como Footit. Antes bien, uno debe trascender sus límites y sus miedos, y, ¿por qué no? Desafiar a la muerte, nuestro inevitable destino.

De ahí que a la tragedia se le ubique no en el plano de lo bello, sino en el de lo sublime. Hay algo inefable y maravilloso en la lucha a muerte que sostienen la libertad humana y la naturaleza. Hay un algo, una luz etérea que resplandece cuando el hombre pelea contra su destino irremediable. Ese tipo de personaje es lo que Chocolat representa en el film.

Chocolat, un hombre de raza negra que llego a Europa por haber sido comprado, trata de hacerse de un lugar y de un nombre dentro de una sociedad refinada, sí, pero también mezquina y hostil.

Chocolat, un hombre que descubrió su vocación como actor y que –movido por su hambre de obtener un poco de dignidad para consigo mismo y para con su gente– confiando en su propio genio – y a pesar de estar rodeado, como Othello, de desleales compañeros– quiso

hacerse libre trascendiendo su condición para comenzar a cambiar el gusto de una comunidad que, desafortunadamente, aún no estaba preparada para tales cambios.

Por eso es que intenta dar el salto del circo –entretenimiento barato– al teatro –un arte más profundo y refinado–. Sin embargo, en toda tragedia el destino y lo terrible siempre vencen, aunque eso no sacrifica –hay que decirlo– el hermoso ímpetu de Rafael (Chocolat) por empoderarse de su ser y hacerle frente a la adversidad.

Resulta muy adecuado aquello apuntó Schopenhauer: eso que el artista –el genio– “conquistó y presenta elaborado a los otros no puede, sin embargo, convertirse de inmediato en patrimonio de la humanidad, porque ésta no tiene tanta capacidad de recibir como aquél de dar”. (Schopenhauer, 1818).

Esta reflexión sobre Monsieur Chocolat, está sintetizada en estos íntimos y desgarradores versos de Peza. Y es que, aunque lo intenté, no pude concluir otra cosa:

El carnaval del mundo engaña tanto

que las vidas son breves mascaradas;

aquí aprendemos a reír con llanto

y también a llorar con carcajadas.