Monogatari: el juego de lo obsesivo

Monogatari Series, es un grupo de novelas ligeras escritas por el novelista japonés Nishio Isin. Basándose en ellas surgió la adaptación al anime que lleva el mismo nombre. Este se emitió respetando el orden de publicación de las novelas. Cuenta con nueve temporadas y tres películas. No he tenido el gusto de leer las novelas, estas se encuentran desperdigadas por amazon y el devenir de la vida no me permite adquirirlas, pero sí me he deleitado con el anime.

Ver este anime fue un cumulo de muchos escenarios literarios: Mishima, Kawabata, en general la narrativa japonesa y el de una novela que no llega a las cien páginas: La paloma, de Patrick Süskind.

La relación con Mishima la encuentro principalmente en el milagro de la animación: se gesta un nuevo personaje. En la novela El rumor del oleaje, Mishima construyó el escenario de la isla escondida dentro de las vísceras del personaje central: el mar. La historia de la novela, un poco repetitiva para mi gusto, era narrada desde una perspectiva omnisciente: la del vasto encierro causado por las costas.

En Monogatari la animación minuciosa convierte al enorme repertorio de escenarios en un personaje oscilante que, a través de sus gesticulaciones obsesivas, da una interpretación de la psique del personaje y de las armamentísticas bocas de los personajes que no paran de bombardear al espectador con un diálogo denso, adictivo y enfermo.

La relación con Kawabata la encontré en la atemporalidad de los personajes. Una de mis novelas capitales, La casa de las bellas durmientes, enfrenta al personaje frente el deterioro carnal de los anhelos, además profundiza en el inevitable fin de la vida y en como los sueños se mantienen hasta morir antes que el cuerpo. El diseño de los personajes hecho por Kawabata en esta novela se construye sobre un pasado efímero e inmediato para luego ir reconstruyendo al personaje sobre un plano isomorfo al tiempo real; como si todo fuese un recuerdo.

En Monogatari esto se ve favorecido por el desorden cronológico de las publicaciones. Gracias a esto cada personaje se vuelve un rompecabezas. Además, la vida de los personajes parece no avanzar entre tanta densidad de diálogo. No se conoce mucho del pasado y del contexto, no hay personajes secundarios, no existen las muchedumbres: La narrativa fluye sobre un presente segmentado. Se puede incluso pensar en un paralelismo temporal, intentado construir un Pedro Páramo de adolescentes semi-muertos.

También se puede encontrar el precioso erotismo de la literatura japonesa. Considero que he visto un buen número de animes y en algunos encuentro un erotismo aceptable, pero en Monogatari el erotismo existe en un plano literario, algo en lo que Mishima y Kawabata han sido maestros. En este anime el erotismo evoluciona a un plano de sensualidad, siempre apoyado por su magnífica animación, hasta que disgrega sobre su escenario cambiante como algo natural en el desorden: la exploración de las estéticas del cuerpo y del sexo.

En Monogatari el género fantástico es materia prima. A lo largo de cada una de las temporadas los personajes surreales, sobrenaturales, excéntricos e inesperados juegan un papel crucial en la trama. Lo rulfiano del anime recae en la interacción entre los personajes reales y los ficticios: la línea es tan delgada como la que divide al mundo real y la Comala de Juan Rulfo.

La novela La paloma del escritor alemán Patrick Süskind es el encuadre de la obsesión. En Monogatari la obsesión se materializa en los movimientos de cámara, en el cambiante escenario y en el imparable diálogo. En Süskind en el devenir violento y accidentado de la conciencia de sus personajes. Cuando se vuelve a ver los capítulos de Monogatari se siente que el mundo que se observa no es más que el interior de un cráneo preciosamente decorado.

En Monogatari no se cuenta una historia lineal o circular, tampoco es un juego entre los fetiches con las colegialas y con el amor por lo sobrenatural. Monogatari traducido al español significa historia y, en esencia, es eso: es la historia del pensamiento juvenil e imaginativo, es la envidia que tenemos nosotros por nuestras propias creaciones.