Minificciones por Ronald G. Hernández Campos

La respuesta

La respuesta a mis preguntas, después de muchas décadas de vivir en este mundo, aun estando al borde de la muerte, me llegó en una premonición, demasiado tarde: «… desperdiciaste la mayor parte de tu vida intentando resolver un acertijo cuya solución era más que evidente: el caos es el origen de todo». Después de oír lo último del oráculo, mis ojos al fin dejaron este mundo… No entendí la respuesta, claramente.

(Des)memoria

Aprendemos a olvidar: el recurso más infalible para el perdón verdadero es la amnesia selectiva; la técnica más efectiva para que el desamor no nos pegue en la nostalgia es la justa desmemoria… Mi abuela en su tiempo de lucidez, sin querer, agradeció de la senectud su demencia.

Get out of my mind

¿Cuándo empezó? No es una pregunta que quiera contestar. Todo estaba ahí, en mi cabeza, cuando ocurrió: amor, desilusión, enojo, odio, frustración, odio, odio, odio, tristeza, amor, lo tomé del cuello, lo vi a la cara, risa, su expresión al dejar de respirar, ,¿Felicidad?, el tiempo que tardó en morirse, ¿Se murió de verdad?, sus labios secos, me quitaron de encima, enemigos, enemigos, todos son enemigos, todos estaban ahí, todos vieron, todos me veían con miedo, con odio, con odio, con lástima, la lástima no se le tiene ni a un perro, quería llorar por lo que hice, quería llorar, sólo pude reír, reía y reía a carcajadas…

«Es suficiente por hoy», decía la voz del doctor. El doctor de verdad lamentablemente ya no podía decirme nada…

Los títeres

La marioneta se cansó de moverse por los designios e hilos impuestos por los titiriteros de dedos gordos y grasientos y los de su creador, que lo había abandonado; se puso su propio teatro con otros que la siguieron.

«¿Y cómo representáramos el amor?«, fue la pregunta más absurda que le hicieron los demás títeres sin expresión ni voluntad que la acompañaron como la masa a los líderes equivocados: «sencillo: como el amor no existe, lo inventamos como inventamos la verdad«, respondió la marioneta…

El brillo de tus ojos

Sus ojos brillaban para mí, siempre que lo tenía a mi lado. Siempre que nos veíamos. Siempre que le daba un beso y le acariciaba la cara para contemplar sus mejillas enrojecidas y su sonrisa risueña. Nunca supe que en verdad el brillo de sus ojos eran lágrimas reprimidas. El tiempo breve se encargó después de desmentirme la idea absurda de que el alma y el brillo de los ojos estaban conectados…

En el ataúd, Roy se veía igual, excepto porque sus pupilas se habían vuelto opacas…

Semblanza:

Ronald G. Hernández Campos. Escritor costarricense. Nació en San José, en 1989. Graduado en enseñanza del castellano y literatura y filología española (ambas carreras en la Universidad de Costa Rica). Ha publicado textos de narrativa y poesía en diferentes revistas literarias. Es autor de los libro de relatos Libre(ta) de cargas (Editorial Eva, 2017) y La aldea: cuentos y memorias de Tontilandia (Mariposa de Vidrio, 2018).