Minificciones de José Luis Tapia

Paradoja de la omnipotencia

En el mundo de la filosofía, existe un dilema que incluso hasta el mismo Descartes intervino con alguna solución, el cual dice que si acaso un ser omnipotente puede crear una piedra tan pesada que ni él mismo pueda levantarla. Al escuchar este entuerto, las deidades decidieron realizar una asamblea para darle una solución real a esto y transmitirla a los incrédulos humanos. Combinaron todos sus poderes y lograron crear la piedra más pesada que se haya conocido en cualquier mundo divino o mortal. Ante la incertidumbre de que no se pudiese levantar y así dejar de infundir el respeto y el temor a los seres humanos, decidieron hacerse los locos y dejarla ahí sin que nadie supiera jamás de su existencia.

El tiempo pasó hasta que un día, un ingenuo hombre de la Tierra descubrió esta piedra. Al intentar levantarla, se percató que era muy pesada. Les comunicó a todos sus conocidos por si querían intentarlo, pero ninguno pudo. El hombrecito decidió convocar a todos los héroes, guerreros, fornidos, etcéteras para que hicieran su mayor esfuerzo, pero como él lo previno, ninguno pudo. Ante esto, éste ya no tan ingenuo hombre decidió cobrar a quien lograra levantar a la imposible roca, con la promesa de recompensar a quien lo lograse. Como el dinero no es territorio de dioses, estos dejaron en paz a los hombres con sus piedras, paradojas y otras tonterías.

De esta manera, se dio origen al mito del primer empresario.

 

Musa

Le encantaba observar cómo dormía. Se quedaba maravillado cada vez que su musa daba algún respiro. Era el espectáculo más encantador para un simple humano como él. Ella lo era todo. Le acariciaba el pelo, le daba tiernos besos en la mejilla. De ahí, en el cuello. Descendía su mano con gracia pero a su vez, con muchísimo cuidado, para evitar que se despertara. Los contornos de su cuerpo eran algo demasiado delicado como para tratarlos con brusquedad, ni siquiera de día. Era su amor, su luz, su vida. Danzó con ella en el silencio de aquella noche sólo por algunos minutos si no, se podría romper el encanto de aquel momento celestial.

Cuando salió de la pieza de la mujer de su devoción, el tipo pasó su dedo por el labio inferior y decidió despedirse con un beso en el superior. Al salir, trató de no pisar los peluches, muñecas y otros cachivaches que se encontraban tirados por toda la pieza. Al llegar a su habitación, su esposa le comenta:

-Te demoraste en el baño.

-Sí, es que pasé a ver si la niñita estaba bien.

El tipo se acuesta al lado de su mujer, pero esa noche no hacen el amor. La luz se apaga.

 

Amores de estación

La conocí en un día de otoño, debajo de ese gran árbol que se encontraba en el patio de la universidad. Me acuerdo que ocupaba una parca muy larga y un gorro más grande que ella. Claro, era la época en que los árboles se desnudaban para que nosotros pudiéramos abrazarnos, solamente por el frío que nos domina en aquella estación. Nos besamos por primera vez bajo esa cama de hojas secas, mientras contemplábamos la telaraña de ramas que se formaban hacía el cielo. En invierno, los abrazos se volvían cada vez más eternos, puesto que si el árbol no se movía, nosotros menos lo haríamos. En primavera, todo fue distinto. Los árboles se vestían nuevamente de colores, mientras nosotros nos desvestíamos frente a ellos sustancialmente. Las ropas se volvían más ligeras, como también nuestros gestos. Ella se veía hermosa de vestido. A mí me gustaba contemplarla, sobre todo cuando bailaba al son de los pétalos que se perdían en el aire. Nos despedimos semidesnudos bajo un fornido árbol de verano. Al volver de mis vacaciones, la dirección de la universidad decidió talar aquel ídolo de madera sólo para construir un nuevo edificio. Ella me dijo que lo nuestro ya no sería lo mismo, por lo que decidió terminar conmigo. Ahora, sin mi árbol ni mi amor, me sentí desnudo bajo la infinita tristeza de un cielo transitorio.

 

Semblanza:

José Luis Tapia. Chileno, humanista por defecto y afecto. Nace en Coquimbo en donde aprende a leer a temprana edad. A escribir, muchísimo más tarde. Creedor absoluto de que todas las personas tienen siquiera una historia que contar.