Minificciones por Daniel Irineo

 

Los tres dedos
andantes
son la araña
invisible
que Dios el hombre
ignora…

Raúl Renán

 

Gabinete de animales notables

 

La mosca

En el periplo fandanguillero existe un agente de corta estatura, alones cordiformes, rostro enjuto y nariz inquieta, sus labios festejan el sabor melifluo de dulce y deyección. No se han dado las circunstancias propicias, pero se dice que con el plenilunio y la marea adquiere propiedades oníricas. La retórica eslava las refiere henchidas e insoslayables, como pequeños dragones. Otros prefieren animales simientes: lombriz o garrapata, los menos avisados hablan del perro y la cigüeña por sus condiciones antígenas; pero hay un halo en esta díptera soñadora, una manía poco doméstica que la hace más querida y menos tonta que el gato, es su mirada y esa ductilidad serena que acopla el viento. La última vez, le vi almidonando girasoles y con el rigor trashumante de sus patillas suplicaba compañía.

 

La tijerilla negra

En los tiernos orbes de la toalla de baño, casi como un sueño doliente surge un ser despreocupado y socarrón, pero para nada ingenuo, siempre aparece en lugares inapropiados: paños, cortinas, zacates, y por esa explícita condición de hedonista, en bisagras aducidas con el rocío del baño. Su empeño se estima necesario para condicionar la existencia de gérmenes, ya que sus huevecillos no resisten las oquedades mal higienizadas. Este dermáptero debe su nombre a una sinécdoque nacida de los cercos en el extremo rezagado de su cuerpo que insinúan la aparición de una tijera, esto, pese a los caprichos de estudiosos del cielo, quienes incitan la teoría de una pequeña luna, aunque el nombre para el insecto, en este último caso, no deja de ser escandaloso. En otros registros aparece como el héroe del que Thomas Carlyle hizo tanto empeño, precisamente por la contradicción moral que las queja, en las literaturas francesa e inglesa, se les nombra con atroz infamia perce-oreilles y earwig, ello se deriva de la idea ampliamente diseminada en esas culturas, de que se alimentan de los tímpanos del oído, ideas que posiblemente tengan sustento en el viejo cantar de los nenúfares, crónica latina que narra el periplo del joven Altair, quien escapa de su patria para buscar al rey de Galipoli, su tío Lisímaco, y pedir ayuda al saber que su padre ha sido asesinado en una conspiración de la corte; pero el príncipe no logra hallar destino, porque tropieza en su paso con una cueva cerca de la encrucijada del río Evros donde las crónicas narran fue sepultado Orfeo y su canto continúa atrayendo a los incautos que se aproximan a esos territorios; es hasta que Lisímaco se entera que el joven príncipe ha salido en su busca que este emprende camino para encontrarle. Llega a la cueva del nenúfar, donde ve al joven poseso por el hechizo e intenta sacarlo del transe sin conseguirlo y por poco caer atrapado en este, es en ese momento de agitación cuando Lisímaco ve por las paredes de la cueva pequeños grupos de tijerillas que se deslizaban sobre las piedras y el musgo, entonces, sabedor de las manías del insecto, decide tomar algunas de ellas para introducirlas en sus oídos, con lo que logra salvar al príncipe del trance en el que se encontraba. Esta anécdota ha llegado hasta nuestra época a través de diversas genealogías que se han limitado a la obstinada tarea de repetir las narraciones, sin retratar por completo el carácter heroico de este espécimen; por ahora, nuevas investigaciones han expuesto un factor que le agrega un halo de fatalidad a esta criatura, es el hecho de que poseen alas, sin embargo, estas mismas investigaciones revelaron que aquellos apéndices son inútiles para fines violentos.

 

El escarabajo

No existe en la naturaleza animal, espécimen más esforzado, numeroso y cortés, tiene su origen en la creación, en un espacio incierto del Pérmico temprano, este coleóptero es considerado como uno de los pináculos de la autodefensa artrópoda; sin embargo, hay quienes no toleran compartir espacio con él, achacándole rigores de impureza racial por su parecido con las especies blattodeas, esto quizá se debe a lo explícito de su tamaño, la dureza inaudita de su caparazón, las posiciones insólitas en que muchas veces los encontramos o ese cierto tinte cobrizo que adorna un pálido negro en su cuerpo. La taxonomía egipcia, quien suma algún misticismo a la especie, los clasifica en los que sirven para comer, para la medicina, para ataviar y los que arrastran el sol, esta última clasificación era, hasta donde nos permite recapitular la historia, una manifestación del amanecer o del Dios Jepri, recordándonos que el día de mañana está más cerca que cualquier noche, tesis que se añade al pensamiento gnóstico al que las generaciones ulteriores dieron el nombre de flojera astral. Pese a las habladurías, que nuestro insecto toma por ingenuas, debido a que lo arropa un acorazado de porte oblicuo y tenaz que le evita hacer caso a las vociferaciones y lo reviste de un arranque netamente positivista, muy parecido al rinoceronte de Juan José Arreola, pero mejor templado y según esquemas paleográficos, más preciso. Es justamente en su corteza donde se produce el primer indicativo por el que Vladimir Navokov descubrió que Samsa nunca fue una cucaracha y más bien perteneció al orden de los scarabaeinae, hecho al que se adhieren de forma oportuna la disposición de sus piezas bucales bien curtidas y espigadas, el vientre convexo y segmentado, la fortaleza de sus extremidades hirsutas y el desconocimiento congénito o más bien inocente de poseer alas. Navokov, sin embargo, no indagó o no quiso hacerlo sobre la alimentación de este cándido bicho, pero esto acaso, sería entrar en demasiadas sutilezas, por lo pronto sabemos que no es más apetitoso que el de otros coprófagos. Estas criaturas disfrutan agazaparse a la sombra de un aljibe, en un patio, un abrevadero o el campo, donde el relieve de esos reinos les proporciona una visión de la noche y sus astros en la que construyen cada año la omnipotencia que inicia y termina con su labor minuciosa de urdir la tierra para dejarla inmóvil.

 

 

Semblanza:

Daniel Irineo (1986, Ciudad de México). Licenciado en Derecho y estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha participado en las antologías literarias: Pliego de Astillas (CONACULTA-INBA), Niños que se tragan la luna (Editorial El Cálamo) y Poesía ante la incertidumbre (Editorial Río Negro), además de diversas publicaciones en revistas culturales de México y Suramérica.