La cara de la luna
Mi padrastro me golpeó con su cinturón cuando le dije que vi a la luna bajar entre la sal y el concreto, estaba bailando con un hombre muy extraño, tenía ramas en el cabello y pequeñas esferas brillantes en los brazos. Bailaban lento, sin música, sólo con el ritmo del oleaje. No quise acercarme porque temí que desaparecieran si se daban cuenta de mi presencia. La luna tenía pequeños lunares en la espalda, sus cicatrices solo aumentaban su belleza. A pesar de mis deseos de dejarlos bailar toda la noche y sólo observar, un camión pasó por la carretera cercana, distrajo mi atención; al volver la mirada, ya no estaban. Lo único que quedó como rastro fueron unas notas de luz y algunas ramas en el suelo. Sé que tal vez todo estuvo en mi cabeza, después de todo, la luna no puede tener el rostro de mi madre.