Minificción «Historia de un beodo conocido, mas no de un alcohólico anónimo» por Rosalba Gil

 

¡Qué placer tan monstruoso! Beber ahogando la sed en este desierto inundado de otros dipsómanos. Cada día nublado, llego inconsciente del tiempo, pero puntual a mi cita con ella.

Me asombro como un bebé gigante ante tal presencia claroscura y de belleza tan profunda, cada vez que con su peso toca la mesa para aligerar mi existencia.

Y con un instinto vitalmente mortífero me dispongo a probarla y alejarla de mí. Tomo una pausa alargada, pensando en odiarla como a lo tan querido, pero me condeno como el acérrimo veleidoso que soy y planto mi mano en su cuerpo helado para susurrarle el sol que me provoca. Me apresuro en el vaivén del hastío agridulce de ese sentimiento y la consumo.

La mesera se aproxima y sólo vocifero en mi mente: déjame en paz. Aunque sé que le pediré otra versión de ella, y que cuando vuelva a tenerla en mis manos será la única y la mejor. Entonces voy a ir a ningún sitio porque dentro de mi docta ignorancia cualquier infierno donde sirvan cerveza es un paraíso.