Minificción por Adrián Ramos

Nota roja

Al principio sólo conseguí ver una de sus piernas, separada del resto de su cuerpo, incrustada entre las defensas delantera y trasera de dos automóviles.

“¿Qué pasó? ¿Se lo están madreando?”; “¡Ay, no! ¡Lo partió!”. “Permítanme, jóvenes”.  El chofer actuó de inmediato: “¿Bueno?, señorita, me gustaría reportar un accidente”, al igual que varias personas en la periferia. “Sí, una camioneta blanca acaba de impactar con un sedan”. “Hola, necesito una ambulancia en la Agrícola Oriental, por favor”. En menos de un minuto la calle se llenó de espectadores.

“¡Le desgraciastes la vida!”. “¡Mírate! ¡Vienes pedo, cabrón!”. Gritaron. Y como en un ataque de masoquismo emocional, mi mirada se dirigió instintivamente hacia el otro lado de la calle, hacia aquella pierna. Me percaté del caos que originaba ese revoltijo de sangre, gritos, impotencia, sudor, desesperación y pedazos de autos y de persona desparramados con violencia. Los autos ya no circulaban.

“No logro ver el cadáver, señorita”, dijo el chofer a la operadora, mientras yo buscaba con la mirada algún indicio, hasta que di con él. Entre el alboroto conseguí ver un borbotón de sangre y éste me llevó a su rostro. El rostro del cadáver. Aquel cadáver seguía vivo. No para el chofer, no para la gente que hablaba por teléfono ni para las operadoras. Pero él seguía ahí. Su expresión de terror lo comprobaba.

“¡Aváncele, aváncele!”, dijo un chaleco verde anónimo. Su obligación era devolver el flujo automovilístico a la normalidad.

“Listo, jóvenes. La ayuda viene en camino”. Avanzó el auto. Para nosotros todo había terminado. Efímero como un accidente. Anónimo como una llamada al 911. Indiferente a final de cuentas.