Su destino estaba marcado. Todas las noches, cuando el reloj de péndulo indicaba que eran las doce en punto, extendía sus alas y emprendía el vuelo hacia aquel cielo de medianoche, en donde sentía el viento frío rozando sus alas. Sin embargo, aquella noche algo extraño flotaba en el ambiente, y un solo instante bastó para que él sintiera cómo un hálito de soledad se deslizaba hasta su alma, entonces dos lágrimas de cristal brotaron de sus ojos causándole una ceguera total. El pobre ángel del amor sintió terror ante tal oscuridad y dejándose llevar por el viento, fue conducido hasta la habitación de una joven que dormía apaciblemente en su cama. Cuando se halló cerca de la muchacha, con una precisión sorprendente y sin escrúpulo alguno, le arrancó el corazón del pecho. Sin perder más tiempo partió con rumbo desconocido, llevando en sus manos frías y temblorosas a aquel corazón aún palpitante de pasión.