El arpista
I.
Terminó de tocar. Acomodó cuidadosamente el arpa sobre el césped. Miró un momento las hebras de sol que se filtraban por el abeto. Fue al río, hizo cuenco las manos y se mojó el cabello. Casi podía escuchar las palabras de su madre: “No te mojes las manos después de tocar.” Suspiró. Volvió a meterlas hasta los brazos.
II.
Volvió al arpa: Caligrafía musical. Lienzo blanco de trazos sobre agua. Pátina de los dedos en las cuerdas. Cerró los ojos y escuchó un aplauso seco: “ni muerta dejaría de aplaudirte.” Los abrió, se supo solo. Miró el abeto y entró al río para que nadie lo escuchara llorar.