Minificción de José Luis Tapia

De lo mortal a lo divino (y viceversa)

 

En el año 2015, se escucha una conversación dentro de un almacén: “deme dos cigarritos sueltos por favor. ¡Ah! Y deme también un encendedor. El más baratito que tenga”. El dueño del negocio le pasa al joven lo que le solicitó y el muchacho le agradece con una sonrisa. No cualquier sonrisa, una sonrisa gratificante. Está listo para que su noche comience, todo gracias a este anciano, dueño de aquel negocio. Con en el encendedor ya en su mano, el joven mira a sus dos amigos, quienes lo estaban esperando afuera. “¿Tienen todo listo supongo? ¿Las botellas? ¿La tela? ¿La bencina? Perfecto. Ya compré el encendedor. Movámonos”. El joven prende un cigarro. La noche se silencia.

Se dice que cerca del año 2000 A.C., en el monte Olimpo, un titán de nombre Prometeo decidió robarle el fuego al mismísimo Zeus y así, poder entregárselo a la raza humana. Por este acto de osadía, el dios griego del trueno le otorgó un castigo ejemplar a Prometeo: el titán sería encadenado en el Cáucaso, en dónde un águila se comería su hígado por toda la eternidad. “No tienes idea de tus actos Prometeo. Tu osadía repercutirá para siempre” exclamó como finiquito el poderoso Zeus. El águila comienza su labor. La noche se silencia.

El cielo se viste de rojo y negro. La temperatura asciende cada vez más. Los gritos ensordecen el aire. Nadie sabe cómo sucedió o cuándo comenzó. El descontrol no da paso al raciocinio. El fuego es ahora culpable de todo. Las llamas empiezan a llevarse las casas, los árboles y la cortina de fuego se extiende hacia la plaza más cercana, la que se consume en un último lamento. Ni un solo culpable a la vista. Sólo hay un testigo: un anciano, dueño de un negocio cercano, quién asegura que el culpable de este desastre fue un jovencito, un jovencito de aproximadamente unos 4000 años de edad. Un trueno se ríe en la luminosidad de aquella noche ruidosa.