Migración humana: cuerpos que se mueven

El ser humano ha demostrado a lo largo de su historia una necesidad imperante por moverse. Se mueve de casa, de ciudad, de país, casi siempre con la idea de buscar una mejoría en la vida.

Eso sucede con la migración por ejemplo. Grandes cantidades de personas dicen buscar del otro lado lo que no encuentran en su tierra, llámese oportunidades, dinero, hasta amores.

Como dice Vargas Llosa (Los inmigrantes, 1996), se trata de un movimiento cercano al derecho a vivir, pues en ese movimiento, la persona se juega la vida misma, siempre pensando que del otro lado las cosas estarán bien.

El migrante no quita el trabajo, lo crea, es un factor de progreso, de ahí que se indique la importancia de la migración como elemento fundamental de la vida humana y su progreso.

Pareciera por tanto, que dicha movilización estará presente mientras haya humanos en la Tierra, y que en esa dinámica social, se tejen nuevas realidades, espacios diversos para la comunidad.

Pensemos en las grandes ciudades del mundo, y cómo éstas se han configurado y construido en la diversidad de subjetividades que las habitan. De ahí adquieren su riqueza humana, y sus reconocidas características como espacio geográfico.

La Ciudad de México, Nueva York, Londres, Los Ángeles, etc., serían una muestra de la diversidad humana, y por tanto, de lo que esa misma diversidad es capaz de construir.

Es decir, que ante la diversidad se puede apreciar una mayor riqueza tanto económica, como cultural. Incluso la misma diversidad lingüística traería por consecuencia un enriquecimiento social que se proyecta en nuevas formas de convivencia.

Con el cierre de algunas comunidades esto puede venir a menos. Hoy el Brexit, y los Estados Unidos pretenden limitar –esa es la palabra adecuada-, la cualidad humana de movilizarse.

Se intenta detener un deseo humano por vivir en otras circunstancias, pero también de construir nuevas realidades en nuevas sociedades. Cosa por demás ilusoria, nos parece, pues como decimos, la movilidad es inmanente al género humano.

Lo podemos apreciar en el propio cuerpo, como una representación de lo social. El cuerpo está hecho para moverse, la cantidad de articulaciones lo indica. No es un cuerpo para estarse quieto, de lo contrario, el estancamiento, el detenerse, lo enferma.

Es algo que en el trabajo clínico escuchamos continuamente. Un sujeto que se detiene, se enferma. Cuando deja de moverse, en el sentido de buscar algo más allá de su cotidianidad, viene entonces la enfermedad; somatiza para gritar algo que no dice en palabras.

Hemos escuchado personas que expresan en su síntoma el detenimiento del que han sido presas. Como lo detenido simbólicamente se hace bolas en el cuerpo y a la larga, genera dolor.

En el campo social, pensamos en la misma dirección. Cuando los cuerpos, ahora representados en un conjunto, se detienen, advendría la enfermedad. El tejido social puede verse afectado ante el detenimiento de los cuerpos.

Cosa por demás preocupante, pues si tomamos en cuenta que la vida significa movimiento, búsqueda, ya nos podremos dar una idea de que peligros acechan a la vuelta de la esquina.

No solo estamos hablando de síntomas sociales, sino además de algo de mayor preocupación: la limitación de la dialéctica humana en tanto su diversidad. En otras palabras, sin movilidad humana, no hay diversidad cultural.

Lo anterior pude traducirse como, detenimiento en la cultura, límites para la creación, para la construcción de nuevos espacios sociales, y con ello, el estancamiento de toda la humanidad.

Por eso dice Vargas Llosa (1996), que atacar a los inmigrantes es una gran insensatez, una contradicción en sí misma, pues en efecto, lo que se detiene o ataca en muchos casos, es una esencia humana, la del movimiento.

Ojala podamos ver a tiempo esa contradicción, no sólo a nivel social, cosa que se está vigilando ahora con lo que sucede en Estados Unidos y Europa, sino más importante, revisarlo en uno mismo, al respecto de la movilidad y búsqueda que le damos a nuestro cuerpo.

Al final de cuentas, estaremos de acuerdo en lo costoso que resulta limitar el movimiento ya sea a nivel social como a nivel personal. Quedarse sentado en casa, echado, como se dice, con el riesgo de enfermarse, o colocar un muro gigantesco de un valor increíble, son muestras precisamente de contradicción humana.