Minificciones por Orlando Valle

La Mariposa

Mientras observaba el errático vuelo de una mariposa, la limonera, otros le observaban con mal disimulada ironía. Le afligía sobremanera que no existiese un nexo común con aquellos hombres. 

 —¿Cómo sobrevivir con esa incapacidad de asombro? Con la sensibilidad fosilizada —pensó, aún embelesado por la gracilidad de la lepidóptera. 

  Alguien se le acercó y dijo: 

  —La imaginación es la única salida.

  —No creo que estén todos de acuerdo —replicó, mirando de soslayo a los demás.

  —Lo están; todas las noches sin excepción, sobrevuelan el muro y los alambres de espino, incluso yo, créeme —concluyó el guardia, absorto en la mariposa.

Alma sensible

El músico hizo una leve reverencia. Acto seguido, desapareció tras el telón. Apareció de nuevo portando una cuchara y un pequeño tarro.

—Estimado público, antes de proferirme una crítica desapasionada, endulcen sus lenguas, pues soy portador de un alma sensible. Siento no poder ofrecerles una buena cucharada de miel, la mermelada resulta más asequible para mis desafinados bolsillos. 

Esa misma noche quiso componer una sinfónica de besos sobre el ombligo de su esposa; ya sonando en tierra púbica, esta, lánguida, le dijo a media voz: 

—Cariño, ¿a tu alma sensible no le resulta molesto el sonido de mis tripas desiertas? 

Bocetos

Semejante a un útero forestal, el alto valle proporcionaba a Almudena todo tipo de especímenes arbóreos, cuyas mayestáticas formas bocetaba al abrigo de un improvisado refugio de piedra y arbustos. Hacia el ocaso, le pareció ver un extraño movimiento en la lejana espesura. Poco más tarde, cerca del refugio, se produjo un voluminoso sonido percusivo, como si se tratara de una gigantesca txalaparta; un fortísimo olor a resina, dulce, impregnó el aire. Entonces, algo emergió de entre las sombras: una imponente y robusta figura, cubierta parcialmente de musgo y hojas secas. 

Almudena, pávida, creyó escuchar: 

—Agua. 

Y comenzó a llover.