Limpiando la casa (sí, soy limpiador [vocacional {de fin de semana}]) he encontrado mi primer rechazo editorial. Como la cubierta se ha soltado, la deslizo hacia abajo para que se vea la fecha y la editorial.
Estas próximas Navidades hará veinte años. En aquellos tiempos no sabía nada del mundillo editorial (y, obviamente, era más feliz, un escritor puro). Como Marleen estaba entusiasmada con la novela, ni pensé en el impensable rechazo.
Empecé a escribirla sin querer. Estábamos suscritos a la revista Selecciones. Era nuestra lectura de escusado. Ligera, con textos breves y variados, un poco burguesa, eso sí, pero, bueno, ¿quién no tiene un momento tonto en su vida?
Lo cierto es que pedían aportaciones (de cualquier tipo) y les escribí un relato. Antes de enviarlo, se lo di a leer a Marleen. ¿Esto es todo? —me preguntó—. ¿No hay más? ¿Qué pasa después?
Mi novia quería más. Y escribí otro capítulo. Le gustó más que el primero. Y escribí el tercero. Escribía en un cuaderno, con un bic cristal (de esos que escriben normal). Escribí toda la novela en nueve cuadernos.
Todavía no tenía ordenador. Me gustaba más escribir a mano. Qué pena… Me gustaba más enviar las obras en papel y que las editoriales me las devolviesen. Ay, esas cartas de rechazo, tan igualitas, tan asépticas, tan trascendentes.
Recuerdo que escribía para Marleen. Terminaba un capítulo y se lo leía en voz alta. Así fue hasta el final. Los personajes eran como de la familia. Ricardo, don Pedro, Alejandro. Por eso es su obra preferida.
Después de media docena de rechazos di con Editorial Tetragrama. Leyeron la obra y les gustó. No hace falta corregirla —dijo el editor—. Nuestra correctora dice que tiene muchos pronombres enclíticos, pero eso es una elección tuya y por lo demás está bien.
La editorial no quería correr riesgos y tuve que pagar la mitad. Se hicieron dos mil ejemplares. Recuerdo que dudaba de la honestidad de la editorial. Me preguntaba si habrían imprimido los dos mil acordados o solo los mil que yo había pagado.
Medio año más tarde salía de dudas. La editorial cerraba y me ofrecieron los mil seiscientos ejemplares que quedaban a precio de coste. Cuando recogí las cajas, pude ver además que la distribución había sido notable, pues conservaban las etiquetas de las distribuidoras.
Hoy, veinte años después, Donde la brisa te habla está prácticamente agotada. Me quedan dos docenas de ejemplares que guardo para regalar a mis nuevos lectores. En unos meses no me quedará ni uno.
La novela no es una obra maestra (creo), pero tiene sus lectores. Lectoras, sobre todo. Para algunas, es la mejor novela que han leído en su vida. Y a lo largo de estos diecinueve años me lo han probado comprándome varios ejemplares para regalar. Sé también que algunas personas empezaron a leer con esta novela. Conocidos que no leían y que se aficionaron después de leer la Brisa.
Con mis siguientes obras ya no ocurrió.
Gustaron, sí, pero lo normal.
Algo debe de tener.
Mi primera.
Novela.