Cuando le perdió el respeto a su mamá, lo puso a buscarlo por toda la casa. Le dijo que no descansaría hasta encontrarlo. Le dijo que si era necesario lo iba a sacar de la escuela para que lo buscara día y noche. Le dijo, y fue muy clara con él, que no permitiría que un hijo de ella le perdiera el mandil donde guardaba el respeto que tanto trabajo le había costado ganarse.
Primero lo puso a recoger su cuarto para ver si no estaba por ahí tirado. Mientras lo buscaba entre calcetines sin pares, libretas deshojadas y calzones balaceados, prendió la tele y se puso a pensar en qué había fallado como madre ¿He sido muy blanda con él o demasiado dura? ¿O será porque no le di pecho de recién nacido? ¿Habrá sido por la vez que se me cayó o por qué su papá le dio cerveza de chiquito? No, cual. A mí se me hace que es tanto celular. Se la pasa pegado a esa porquería. Que si tiene tarea al celular; que si no también; que si no puede salir hay anda en el jodido celular. Ay no, yo no sé cómo su padre fue a comprarle esa cochinada del “Alfonsiete”.
Por más que le da vueltas al asunto no le encuentra explicación y mejor no le quita el ojo de encima para que busque bien por todos lados el mandil. Llega la noche y total, en el cuarto no está. Aunque ya pasó un buen rato el coraje no se le pasa. Así que para desahogarse lo atasca de trabajo a ver si así entiende. Y cuando acabes de barrer me lavas los trastes y sacas la basura y le das de comer al perro; y no me vayas a dejar abierto. Y ya que le des de comer me limpias la vitrina y sacudes la sala y te me pones hacer la tarea porque no quiero saber que me reprobaste una materia ¿No que me ibas a sacar de la escuela ma? Apenas lo escucha se le calienta la cabeza. Mira muchacho, cállate la boca. Me rompe el corazón escuchar todas tus majaderías. No se vale hijo; no se vale. Ya te acordarás de mi cuando no seas nadie y andes todo miado en las calles. No te imaginas cómo me duele verte desperdiciar tu vida con esos amigotes que no te dejan nada bueno. De seguro fue tu amiguito ese. Ese el que anda todo mugroso. Mugroso muchacho, ha de ser él el que te dice que me faltes al respeto. Respeto deberían de enseñarle en su casa. Y sí, yo aquí como tu estúpida trabajando todo el día para que el señor vaya a hacer menso a la escuela. Tú has lo que quieras, no te apures mijo, yo aquí me parto el lomo para tú que hagas tus estupideces. Pero hay un Dios. Vas a ver. Espera a que venga tu padre. Ya lo estoy escuchando: Desvergonzado irresponsable; flojo mal agradecido, huevón, prángana cabezón. ¿Crees que me gusta escuchar todo lo que te dice? ¡A ver dime! No me respondas, Jorge Alejandro, que se te seca la boca. ¿Qué crees que el respeto lo venden en la farmacia o en el mercado escuincle baboso? Y yo aquí como tu pen…deja te explico ma. A ver pues. Dime. Te digo, pero, no te vayas a enojar. No, no me voy a enojar ¿Me lo prometes? Te lo prometo. Dime que no te vas a enojar ¡Que no me voy a enojar con una chinga… da la casualidad que yo, pues, este… Cómo te digo…Es que… Yo este…
Y así pasaron varias horas hasta que habló. Ya ves que el otro día que no estabas te dije que según me fui al parque, pues Juan vino y traía un tepache ¿Vino con vino? No, con tepache… ¡Es igual! ¿¡Y luego!? Pues luego luego que lo probamos nos dolió el estómago. Juan se vomitó encima del perro, me dio mucho asco; yo me vomité encima de él y se volvió a vomitar. Nos asustamos; de rato nos pusimos a limpiar pero no sabíamos con qué y pues agarramos lo primero que se nos atravesó; luego me di cuenta que era tu mandil; como que también se espantó porque cuando lo mojamos para limpiar se puso todo pálido ¿Con qué lo mojaron? Con un agua que olía toda agria que estaba en un bote verde. Hicimos un batidero; hasta el perro se preocupó, y es que estaba chille y chille cuando le limpiamos los ojos con el agua. Total que luego quisimos quitarle lo asustado al mandil y lo preocupado al perro pero nomás no. Lo agarramos y lo echamos al patio de atrás, pero quien sabe cómo, ya tenía el mandil en el hocico. Lo zarandeaba de un lado para otro, mordiéndolo hasta que lo deshizo ¿Era el mandil rojo que tiene unos pajaritos bordados? Sí ¿Sabes que ese mandil fue lo último que me dio tu abuela, que en paz descanse?
Jorge Alejandro no lo sabía, tampoco sabía que su mamá guardaba el respeto en la bolsa derecha del mandil rojo con pajaritos bordados hasta que lo perdió. Ella lo miró. No dijo nada. Apagó la tele. Le puso seguro a la puerta. Cerró todas las ventas. Se quitó una chancla. Se limpió las lágrimas. Le bajó los pantalones y le dijo al oído muy suavecito: Esto me va a doler más a mí que a ti Jorge Alejandro. Te cuadras, porque te cuadras. Y entonces ¡Zaz! Se lo cuadró. Le dejó bien claro que al querer limpiar su error ensució su reputación y le confesó que no volvería a confiar en él. Le dolió pero fue firme con lo que le dijo. No sabes lo decepcionada que estoy…prométeme una cosa. En tu vida, ni una sola vez en tu vida, vuelvas a decir una mentira.
Al día siguiente la maestra escribía en el pizarrón: Mi mamá me mima, para explicarle a la clase lo que era una aliteración. Jorge Alejandro, que se sentía con el compromiso de no volver a mentir, pero sobre todo, que se sentía tremendamente adolorido en todo lo que utilizaba para sentarse, decidió no apuntar el ejemplo. Si él tenía clara una cosa, esa era que “su mamá no lo mimaba” y no estaba dispuesto a escribir una mentira en su libreta para que ella la viera y le recordara su promesa. La maestra se dio cuenta y le insistió para que trabajara pero no quiso copiar el ejemplo. Entonces lo mandaron a dirección y a la salida llamaron a su mamá. Al día siguiente no podía ni sentarse por la tunda que le habían dado en casa por flojo. Era claro; ya no había respeto. Estaba tan adolorido que estar sentado era un infierno y parado el mismísimo cielo, que cada que podía, se levantaba del pupitre, hasta que la maestra cansada de pedirle que permaneciera en su lugar lo dejó parado toda la clase. Nadie entendía por qué tenía esa cara de gusto al ser castigado. Desde entonces, diario llamaban a su mamá, y al día siguiente parecía que se empeñaba aún más en ser castigado para que lo dejaran todo el día de pie. Fue así como Jorge Alejandro no volvió a tener ni tantito respeto por los demás. Lo poco o mucho que tenía, lo había perdido en la bolsa derecha del mandil rojo con pajaritos bordados que la abuela le había regalado a mamá.