«Memorias de lo que viví durante el COVID 19…» por Elda Soraida Cruz Enríquez

Día uno en casa presento fiebre de treinta nueve, pasan los días dolor de huesos y articulaciones, vómito, vértigo, se va el olfato y cambia el sabor de los alimentos (lo salado es muy salado y lo dulce es excesivamente dulce), se va el apetito, continúa la fiebre. Recibo atención médica, inicio el tratamiento al tercer día de los síntomas, continúo con fiebre de treinta y nueve sólo por las noches, empiezo a sentirme torpe, se me olvidan las cosas.

Cinco días después, termino el tratamiento recetado por el doctor y comienzan los dolores en el pecho, al mismo tiempo inicia debilidad del cuerpo y poco a poco comienzo a perder la conciencia de la realidad, ya no hay energía para caminar, en la visita del médico sugiere que use oxígeno en casa. Al siguiente día, tercera visita del doctor en casa, después de ver el resultado de una radiografía de tórax sugiere la hospitalización, con un tanque portátil en auto me trasladan al ISSSTE Orizaba. 

Al llegar me bajan en silla de ruedas, la debilidad es mayor, colocan suero en mi mano izquierda, sacan varias muestras de sangre, me aplican antibióticos y toman radiografía. Día dos en el hospital, la doctora determina es urgente mi traslado a un hospital de alta especialidad porque será necesaria la intubación, el doctor de guardia me explica que para el procedimiento debo estar de acuerdo, era tanto mi suplico que acepté sin pensar en nada más que quitarme el dolor del pecho ¡Firmé!

Al siguiente día por la mañana, despierto con baja azúcar, el enfermero me dice debo comer lo que me llevaron a la cama, lo intento, pero es poco el apetito, en minutos llega la ambulancia, los camilleros se encargan de colocarme en la camilla, volteo a ver la cama de mi padre que está junto a mí, le digo en ese momento, ¡Papá te amo!, él me responde: -¡Ve hija, lucha por tu vida!, interpreté en ese momento que yo aquí lucharé por la mía. 

Una vez estando en la ambulancia sube la doctora que me acompañará, cierran la puerta e inmediatamente prenden la sirena, a alta velocidad comienza el traslado, lo único que puedo es ver las nubes correr rápidamente, no podía creer lo que estaba viviendo, mi vida estaba en peligro; en ese momento, cerré los ojos  porque perdía el conocimiento, las pocas veces que abría los ojos, sólo escuchaba la sirena y sabía continuaba en carretera, por fin llegamos a nuestro destino ISSSTE Veracruz.

Al llegar al hospital de alta especialidad, abren la puerta de la ambulancia y a los primeros que veo son a mi hermana y a mi cuñado, ambos con dedito arriba, lo que más recuerdo es la gran sonrisa de mi hermana que me decía: – ¡échale ganas, tú puedes!, por otro lado, mi cuñado decía: – César te ama. Los camilleros me bajan de la ambulancia y al entrar al hospital a lo lejos detrás de una reja, veo a mis sobrinos que me miran entrar, esas miradas de ternura y de mis dos amores fue lo último que vi del exterior, cierran la puerta del área de urgencias y ahí comienza mi historia…

Estando ya en urgencias del área restringida, me recibe una enfermera y nuevamente me realizan el mismo procedimiento de Orizaba, las pruebas COVID, me sacan tubos de sangre, un doctor desde la puerta pregunta a la señorita mis condiciones y mis datos personales, cuando ella me interroga le pregunté su nombre a lo que me responde: -Me llamo Serena, en ese momento pensé que era un mensaje de Dios, debía permanecer serena, a los minutos me quedo profundamente dormida. 

Llega el camillero y en compañía de una enfermera me llevan a que me tomen una tomografía y después me suben a piso, voy con poco conocimiento de la realidad, mis ojos ven a lo lejos un cuarto con ventanales de cristal, dentro se encontraba mi mamita acostada en una cama, con un suéter color beige, su cabello largo cepillado… en realidad era mi imaginación, las habitaciones en ese piso no son así, eran tan grades mis deseos de verla que la imaginé, ella al igual que yo estaba en la cuarta etapa de la enfermedad y su traslado fue un día anterior.

Una vez llegando a la habitación, llega un doctor con un enfermero y me hacen preguntas, el doctor me dice mi estado de salud, me reafirma lo que me habían dicho en Orizaba, voy en estado crítico, es necesaria y urgente mi intubación, le pregunto al doctor: – ¿Me va a doler?, a lo cual él me responde: -No, estarás dormida, no sentirás nada. Nuevamente le dije: – está bien doctor.

De repente, llega un muchacho que no recuerdo si es enfermero, doctor o camillero, y me pregunta: -Tú conoces a Héctor Martínez, a lo cual yo rápidamente respondí: –Sí, es mi tanatólogo. Me dice: ¿Quieres hablar con él?, nuevamente respondí: -Sí. Sale de la habitación, al poco rato me trae su celular y me dice es Héctor. Escuchar su voz me da alegría, de lo que recuerdo haberle dicho es: Héctor me van a intubar, tengo miedo. A lo cual me responde: -Recuerda que hay cosas en la vida, aunque se tenga miedo hay que hacerlas… ¡Fluye, fluye ante la vida!

Y es así como una vez que me acostaron boca abajo y apagaron la luz, tenía mucho dolor en el pecho, mucha debilidad y en ese momento llegó a mi memoria mi tío Rafa (QEPD), hermano de mi papá que meses atrás falleció intubado por COVID, le dije tío tú moriste solo, honré su memoria. También recordé a Paty Figueroa (QEPD) una amiga que tuvo cáncer por diez años (mi maestra de vida) y me dije ella sufrió tanto tiempo, por lo que pensé, aguanta esto no es nada ¡No seas cobarde!

Era tanta mi debilidad y las fuerzas se me terminaban, hacía un esfuerzo por mantenerme consciente no sabía lo que me estaba pasando, lo que pudiera pasar, sentía morir, quería estar despierta y no podía, en ese instante recordé el HOPONOPONO repetía en mi mente: -Lo siento, perdóname, gracias, te amo. Al tener presente las palabras de Héctor, “fluye ante la vida” me imagine que alzaba mis brazos y me dejaba caer en una resbaladilla.

 Mis deseos por vivir eran grandes, por lo que era necesario hablar con Dios, pedirle fuerzas y me ayudara a calmar el dolor, mi primer intento fue rezar el Padre Nuestro, a lo cual fallé, sólo recordé las primeras líneas, lo mismo con el Ave María, el Ángel de mi guardia. Mi cerebro no podía con esa información, me era difícil recordar, por lo que solamente le dije: -Dios perdona, pero ya no recuerdo como rezar, me pongo en tus manos… 

Una voz me dice: -Elda si me escuchas aprieta mi dedo, a lo cual le apreté con todas mis fuerzas y me dice: -Así está bien. Recuerdo las siguientes palabras: -Elda llevas 5 días intubada, estás en terapia intensiva en el hospital del ISSSTE en Veracruz, se presentó el doctor y me dio la fecha la cual en este momento ya no recuerdo; abrí sólo mi ojo derecho, el izquierdo estaba pegado con lagañas, lo que pude ver borrosamente fue que alrededor de la cama había varios doctores con sus vestimentas azules, cubrebocas y caretas, hablaron conmigo me hicieron preguntas que no recuerdo y se fueron. 

Ya despierta, estando con los tubos en mi boca, con aparatos conectados a mi cuerpo, con mucho dolor ahora en la boca, cara y cuello, trataba de mantenerme consciente y comprender lo que estaba viviendo, mi primer intento fue verme sobre la cama y me alcancé a ver todas las partes de mi cuerpo por lo que en ese momento agradecí: -Gracias Dios mío, porque estoy completa y despierta, a los pocos minutos me quedé dormida.

 Pasaba el tiempo, una señorita enfermera me despierta y se presenta, dice que me pondrá mis medicamentos, observo los inyectan en un catéter que tengo colocado en el lado izquierdo de mi cuello, me toma la temperatura, mira y anota los registros de los aparatos, ella se va. Me quedo despierta con mucho dolor, ya no podía más, en ese momento intenté rezar nuevamente, me sentía como perdida y no podía, recuerdo a mi novio, con mi pensamiento le pido que me ayude a calmarme: -César ayúdame ya no aguanto este dolor, envíame fuerzas. Volví a quedarme dormida.

Al despertar nuevamente, comienzo a ver a mi alrededor, estoy dentro de un cubículo con la mitad de las paredes de cristal, me permitía ver a las enfermeras y enfermeros cuando preparan los medicamentos. El cansancio y sueño es inevitable por lo que casi todo el tiempo estaba dormida, sólo despertaba cuando las enfermeras y enfermeros lo hacían para la aplicación de medicamentos. Pasan las horas y no tengo noción del tiempo.

Imagino que al siguiente día llega nuevamente el grupo de doctores, se presentan otra vez, me dicen la fecha y me hacen preguntas, de esa conversación sólo recuerdo hicieron el comentario que continuaba en terapia intensiva y que aún no estaba bien, lo único que les pedía era retiraran los tubos porque me dolía mucho, sin hacerlo aún se fueron nuevamente, en esa ocasión recuerdo que uno de los doctores jóvenes me sonríe y hace dedito arriba, lo interpreté como una señal de ¡Tú puedes! ¡Échale ganas! Me dio tranquilidad.

Cabe precisar que cuando llegué a casa y le platiqué a mi novio que un doctor joven me dio tranquilidad y fortaleza con una gran sonrisa, me comenta: – ¿Cómo que sonreía? ¿Acaso no tenía cubrebocas? Me sorprendí por su comentario y tenía razón, estando en el hospital y más en un área COVID el uso de cubrebocas era necesario y obligatorio, así que en realidad no sé lo que pasó, me quedo con el recuerdo de aquel doctor joven me motivo a seguir adelante.

Me dormí nuevamente, por momentos abría los ojos y pude ver como una bolsa con líquido verde pasan por una sonda, comprendo que estoy comiendo, a lo cual me dije: ¡Ay Dios mío!, parece que como salsa verde y continué durmiendo. Así continuaron pasando las horas, las enfermeras y enfermeros, cambiaban de turno y para mí era difícil recordar sus nombres.

Estando intubada, acostada en una posición semisentada, tenía los ojos cerrados y tuve la sensación que de mi lado derecho estaba un doctor moviendo los tubos de mi boca, en ese momento pensé los iban a retirar, y del lado izquierdo sentí la presencia de alguien, en ese momento pensé que era una enfermera, de repente abrí los ojos y me percaté que no era nadie y por supuesto continuaba conectada a los aparatos con los tubos. 

Otra vez cabe señalar, que cuando llegué a casa con mi familia, me dicen que mamá falleció un día antes de que yo despertará y al checar las fechas cuando estaba aún con los tubos y sentí la presencia de alguien, me quedo con la idea de que fue mi mamita, ella se fue a despedir al hospital y mis familiares me expresan que ella se fue para ayudarme a sanar, el amor de una madre es inigualable.   

Al siguiente día llegó un doctor, me despertó y dijo que era momento de retirarme los tubos, me pidió que tosiera fuerte mientras él los retiraba de mi boca, me dolió tanto que cerré mis ojos, un sabor amargo llegó a mí y quedé en shock, la enfermera en turno al verme quieta mirando fijamente la pared, me pregunta: – ¿Te sientes bien, qué te pasa?, a lo que le respondí: -Sigo en shock señorita, sentí muy feo, sólo es eso. 

Después de retirarme los tubos comentan me pondrán unas puntas nasales de alto flujo, sin embargo, si mi memoria no me falla, me precisan que si no respondo favorablemente será necesaria nuevamente intubación, a lo que rápidamente respondí: -¡No! En ese momento no pude dimensionar que de ser necesario y de no permitir otra vez la intubación estaba sentenciando mi muerte, aún me encontraba en shock y llena de dolor. 

Pasan los días, continuo la mayor parte de tiempo dormida, sólo despierto cuando las enfermeras o enfermeros me atienden al ponerme mis medicamentos en el catéter del cuello, una inyección cerca del ombligo y hacer sus registros de mis signos vitales o bien para extraerme sangre de mi muñeca del lado derecho, ahí tenía colocado otro catéter en el cual solamente tenían que abrir una especie de llavecita y llenaban una jeringa con mi sangre. 

En terapia intensiva es difícil tener noción del día y la noche, ya que todo el tiempo están las luces prendidas y no se cuenta con ninguna ventana para ver hacia afuera, las veces que me encuentro despierta sólo puedo mirar un fregadero donde las enfermeras y enfermeros se lavan las manos. Mi cuerpo aún está inmóvil, no tengo fuerzas en mis piernas, poco y lentamente muevo mis brazos; para que me acuesten en posición prono (boca abajo), lo hacían con apoyo de las sábanas me volteaban las enfermeras con el apoyo del camillero.

Al transcurrir los días, los doctores dicen aún no me encuentro bien, por lo que será necesario continuar en terapia intensiva, me piden constantemente paciencia. Más tarde, no tengo claro cuantos días ya han pasado, estando acostada boca abajo, una enfermera me pregunta: – ¿Quieres comer? A lo que rápidamente le respondo: – ¡Sí! Tengo hambre, con una jeringa me da atole de arroz con leche a mi me supo delicioso. Ella me dice: – ¿Quieres más? Y mis ojos me brillaron y dije: – ¡Si!, en ese momento recordé que me encantan las paletas de hielo de sabor arroz con leche, sentí tanta alegría volver a saborear, agradecí tanto a Dios. 

A partir de probar mi primer alimento, comienza mi mejoría por algunos días así es como ya me alimentan de atole, té y agua con jeringa, yo sólo les decía a las señoritas enfermeras: -Me siento como un becerro; a pesar de ello, agradecía tanto que pude recuperar el sentido del gusto. Me percaté que también logré recuperar el sentido del olfato, cuando en las visitas de los médicos había una dotora llamada Paty que usaba un perfume con olor agradable ¡Me encanta oler los perfumes!

Estando al cuidado de una pareja de enfermeros, con él comencé a platicar de la vida, de lo que había vivido durante la enfermedad, la señorita enfermera se acerca justo cuando yo le platicaba de lo que recordaba que imaginaba o soñaba cuando estaba intubada, Vale le dijo a él: -No dejes que hable, se puede agitar. A lo que respondí: -Estoy bien, me emociona que poco a poco hablo más, pausada, rara, pero podía externar pensamientos y sentimientos. Él le dijo a ella: -Déjala que nos platique lo que recuerda, le caerá bien desahogarse. 

Así fue como les platiqué desde que me enfermé junto con mi familia, que había dejado a papá en el hospital de Orizaba y mi mamá se encontraba intubada como yo en el mismo hospital, eso era mi mayor angustia, me causaba incertidumbre no saber el estado de salud de ambos. Estando intubada recuerdo que me encontraba en un quirófano de paredes altas con mosaicos color verde, escucho que una enfermera le dice al doctor: -Doctor, mire le aplico los antibióticos en el brazo y su cuerpo no los retiene. En ese momento el doctor le dice: -Pues haga algo, canalícela de ahí, y veo claramente como me inyecta en el cuello, dentro del sueño me quedo dormida.

En otro sueño, igual estaba en el quirófano, en esta ocasión veo a otros  pacientes, estoy débil y semi dormida, pero escucho como un grupo de doctores discuten acerca de qué pacientes hay que salvar, hablan de una mujer obesa y un señor que recién se accidentó, en ese momento quiero decirles a los doctores sálvenme a mi mí y a mamita, yo tengo muchas ganas de vivir, en mi mismo sueño me quedo dormida, cuando escucho una voz que dice mi nombre: -¡Elda!. Yo emocionada y feliz digo: – ¿Me eligieron a mi para vivir? A mi mamá ¿Salvaron a mi mamá?, ahí termina el segundo sueño.

Al término de platicarle a Luis y Valeria lo que recuerdo cuando estaba intubada, me aclaran que yo nunca pasé por un quirófano, que todo el tiempo de intubación fue en el área intensiva. Me sorprendo por lo que ellos dijeron, lo único que puedo pensar es que, a pesar de estar anestesiada de todo el cuerpo, mi mente continuaba trabajando, tenía claro mis ganas de vivir, éstas me ayudaron a progresar y despertar del coma. 

Al día siguiente de la plática con ellos, fue mi primer día de probar alimento sólido, no recuerdo qué me mandaron de la cocina; sin embargo, disfrutaba tanto comer, lo hacía poco a poco y en pequeños trozos, ya que no podía abrir bien la boca, me dolía mucho. Otra cosa que gocé fue el que me diera una enfermera mi primer baño en la cama, con esponjitas, aún inmóvil, todo lo hacía ella, sentir mi cuerpo fresco me levanta el ánimo, después del baño a pesar de que no hice nada, me sentí muy cansada y quedé profundamente dormida. 

Pasan los días, los doctores diariamente valoran mis avances, no tengo claro cuánto tiempo pasé en terapía intensiva, sólo recuerdo que una mañana, dieron la indicación de que era necesario otra tomografía para conocer el estado de los pulmones, más tarde regresa sólo uno de los doctores y le pide a la enfermera me aliste para salir, junto con el camillero me llevan a realizarme este estudio, todo el tiempo me pregunta cómo me siento a lo cual yo respondo que bien, al regresar a mi cama me quedo contenta porque tuve la sensación de salir de paseo, aunque éste solo fue dentro del mismo hospital. 

Al siguiente día de la tomografía, estaba en la cama desayunando un sándwich de queso con jamón y los doctores que se encontraban atendiendo en el cubículo de mi vecino el paciente Víctor, al verme a través de los cristales que como despacio pero solita, pasan a preguntarme: -¿Cómo te sientes? a lo que les respondí: -¡Bien!, me encuentro bien. Revisan los reportes de las enfermeras y doctores, uno de ellos me hace preguntas y da la orden que me alisten porque subiré a piso. El doctor una vez más pidió fuera paciente, ya que no hay fecha para que salga del hospital, aún así a mí me emociona la noticia tan sólo de subir, porque anteriormente me dijeron: -Si subes al tercer piso pronto te irás a casa.

En ese momento Fanny la enfermera en turno prepara para que me trasladen, arregla mis documentos, organiza mis cosas personales y llama al camillero, estaba realmente entusiasmada y contenta de que ya subiría. Llega el camillero y me colocan en la camilla, aún sigo inmóvil sólo tengo fuerza en los brazos, pero me voy muy contenta. Una vez arriba, me reciben con entusiasmo los enfermeros, José Luis se presenta y presenta a los demás enfermeros, su juventud, alegría y entusiasmo me contagian, así es como inicia otra etapa de este proceso de la enfermedad. 

En el tercer piso ya puedo mirar a lo lejos la ventana y veo cuando es de día y  de noche, decido que a partir de ese momento tengo que volver a habituarme a descansar sólo por las noches y trato de mantenerme despierta por mayor tiempo, también físicamente me voy sintiendo con más fuerzas a pesar de que aún no puedo bajar de la cama, me indican que mueva las partes de mis extremidades superiores e inferiores poco a poco, así comienzo a mover piernas y cadera. 

Ahí arriba es distinto que en terapia intensiva a pesar de que voy mejorando de salud, ahora viene una lucha constante con mis sentimientos y lo que pienso, al permanecer despierta la mayor parte del día, era inevitable dejar de pensar en mis padres, me dolía mucho no saber de ellos, imaginaba que llegaban a visitarme a ese cuarto de hospital, los visualizaba jóvenes; también imaginaba cómo iba a ser el regreso a casa, llegaría en la ambulancia y ellos me recibían juntos con un abrazo junto con mi hermana, sobrinos y mi novio; pero también imaginar lo peor, que papá y mamá no resistieran la enfermedad. 

El cuarto en el que me encontraba internada estaba casi al final del pasillo por lo que me sentía aislada, sólo veía personas hasta que me visitaban para revisar mis signos vitales, chequeo médico o dejar mis alimentos. El tiempo es más lento, la soledad es mayor, para mantenerme en equilibrio tomaba unos de mis cabellos que se me caían abundantemente y con ellos hacía nudos, al mismo tiempo repetía en mi mente la frase: -Yo soy paz, mente, cuerpo y espíritu.

Los días se volvieron una rutina, cada mañana despertar se vuelve una bendición, escuchar el carrito de comida me alegraba el día y reducía el tiempo. Los chicos del turno matutino ponían música que a lo lejos escuchaba, algunas veces las cantaba en voz baja, los enfermeros Azharael, Geovanny y Miguel Ángel se hacían cargo de mí. Me gustaba el turno de la tarde las platicas de con Julio y Elyazar me animaban mucho, su compañía me hacía mucho bien, me sentía consentida con la enfermera Karina de este mismo turno y el jefe de enfermeros Martín siempre estaba al pendiente. 

Una tarde, me hacen llegar unas cartas las cuales leí con mucho entusiasmo, mi novio, hermana, sobrinos, cuñado, la mamá de mi novio, mis tías y mis amigas me escriben palabras y mensajes de aliento, siento tanta alegría; cuando termino de ver el sobre y no recibir una nota más, en ese momento se me rompe el corazón al no recibir notas de mamá y papá, imaginé lo peor, lloré tanto que un enfermero me dice: -No te voy a decir que no llores, llora si lo necesitas, pero te pido dos cosas, la primera que no hagas prejuicios, espera a llegar a casa, y si te encuentras con una mala noticia debes saber que en esta pandemia la mayoría de las personas hemos perdido un ser querido y debes ser fuerte. 

El fin de semana estuve al cuidado de Zaida y Chivis, ellas jóvenes me inyectaban de su energía, recuerdo mucho a dos chicos Laura y Raúl, en diferentes turnos y momentos me dedicaron tiempo de calidad, me escuchaban atentos al platicar conmigo, la compañía en el hospital es importante para hacer menos pesada la estancia. Debo reconocer que el cuidado emocional lo es, así que trabajo social se encarga cuando estás en piso, que los pacientes se comuniquen con su familia, llevaron un celular hasta la cama para comunicarme con ella en diferentes días.

Con la primera que hablé fue con mi hermana, escucharla me regocija, le doy las gracias por las notas y le pregunto por qué mis padres no me escribieron, necesitaba saber qué pasó, ella sólo me informa de manera general que todo está bien, que le siga echando ganas. Para la segunda llamada con ella, me pasa a mis sobrinos y a mi cuñado para inyectarme de energía positiva. La tercera llamada fue con mi novio, sentí mucha paz escucharlo, incluso ese día andaba con presión arterial baja, después de colgar me subió, mi cuerpo sabe que él me hace bien, me llenó de alegría escucharlo, todo el tiempo deseaba estar con él viendo películas y comiendo palomitas. 

En esta ocasión voy contando los días y las noches, fueron ocho días los que estuve en el tercer piso, comía y bebía todo lo que me daban en las horas de comida, mi oxigenación iba mejorando cada día. El dolor físico de ese momento era dormir boca abajo, me pasaba horas de la madrugada despierta, sólo podía colocar mi cara sobre mi lado derecho por lo que el dolor del cuello era insoportable. 

Después de veinticuatro días de hospitalización, por la mañana el doctor de guardia me informa que en casa ya cuentan con tanque de oxígeno para mi rehabilitación, los trámites de traslado iniciaron para poder irme. Me emocioné tanto con esa noticia que mi presión arterial nuevamente bajó, el enfermero dijo:  – ¡Tranquila! Porque si sigues así no te vas. Por lo que hacía ejercicios de respiración y meditaba para mantenerme tranquila el tiempo que me era posible. Ese día se me hizo eterno.

Alrededor de las ocho o nueve de la noche, dijeron que mis familiares habían llegado, me entregaron mi bata, ver mi ropa me puso tan feliz que lloré, era tanta la emoción que le dije a la enfermera lo orgullosa que me sentía de mi ¡Lo logré!, ella lloró conmigo de la dicha que era regresar viva. Pedí a la enfermera me cambie y lave dientes, cuando llego el momento de quitar el catéter de mi cuello fue difícil, éste estaba cocido. Alrededor de las once de la noche me quedé dormida de esperar la llegada de la ambulancia, pasa el tiempo hasta que me despiertan y escucho que me preguntan: – ¿Tú eres Elda?, dije: – ¡Sí!, me dicen: -Ya venimos por ti, te vas a tu casa. ¡No lo podía creer!

Los camilleros me preguntan: – ¿Puedes caminar? A lo que respondo que no, me suben a la camilla, me sacan del cuarto y me despido de las señoritas en turno, no sé qué hora era de la madrugada. Cuando llegamos a la ambulancia veo a mi hermana y a mi cuñado, ellos se van en su carro. El chofer me pregunta si quiero ir con la luz prendida o apagada, con música o sin, pedí con la luz apagada y música. Por un momento disfruté parte del viaje, iba cantando canciones románticas de los noventas. Mis sentimientos eran encontrados, por un lado, me sentía afortunada de ir a casa y por el otro temerosa por conocer mi realidad.

Voy despierta todo el camino, cuando pasamos por la caseta de Fortín, de ahí en adelante empiezo a sentir ansiedad, respiro profundo, el camino se me hacía cada vez más largo, por fin cuando entramos a mi pueblo, noto vamos rápido como si ya supieran el camino a casa, me emociona porque pienso ya han ido a dejar a mi mamita, al llegar a mi domicilio abren la puerta, lo primero que veo es a mi novio y mis sobrinos, al mismo tiempo mi hermana y mi cuñado bajan de su carro, lo que me hacen pensar nos venían siguiendo. 

Al entrar a casa late fuerte mi corazón, me acuestan en una de las tres camas que han colocado en la planta baja, ya no pude más y lo primero que hice fue preguntar por mis papás, no recuerdo quien me dio la noticia, mi mamita hermosa había fallecido,  el mundo se derrumbó, no podía creer lo que estaba viviendo, duele en lo más profundo, quería estar con ella, mi deseo de abrazarla no se cumplió, Dios así lo quiso, así lo dispuso.

Todos estaban alrededor de la cama, mi novio me tomaba de la mano, hablaban conmigo dándome fortaleza, mencionaban que Dios me dio una segunda oportunidad, además que tenía que apoyar a papá porque al siguiente día después de veinticinco días, sería dado de alta. Una vez más tuve sentimientos encontrados, la tristeza de la pérdida de mamá y la alegría de que papá a pesar de ser diabético, venció a la enfermedad. Fue una noche larga, de reencuentro, de dolor, de llanto, de tristeza. 

Por la mañana después de dormir tan sólo una hora, llevan las cenizas de mamá a la iglesia a misa, en ese momento mi hermana me acerca a la cama su urna, mi mamita estaba ahí, aún en shock, escuché su misa desde el celular, con lágrimas en los ojos le pedí a Dios la cuidara, que la abrace y la llene de su luz. Es difícil comprender lo que sucede, el mayor dolor en este momento es del alma. 

Por la tarde, suena el teléfono de casa una llamada del ISSSTE, es mi papá que le pregunta a mi hermana ¿No van a venir por mí?, cuanto júbilo saber pronto llegará. Ese mismo día llegó su oxígeno, también será necesario su uso para su rehabilitación. Casi al llegar la noche, se van en carro mi hermana y mi cuñado por él, en casa me quedo con mi novio él platica conmigo y me pide que sea fuerte, porque viene algo duro que enfrentar, darle la noticia a papá del fallecimiento de mamá. 

Al instante de darle la noticia a papá, se quebró incluso se despidió de nosotros, con el amor de familia y después de hablar y escucharnos, papá continúa aquí luchando junto conmigo en su recuperación, él es mi motor, soy el suyo para salir adelante, ver sus avances me hacen echarle más ganas, su presencia es un motivo más para continuar viviendo. 

En familia, platicamos parte de esta experiencia, me sorprende saber que al igual que mi mamá (QEPD) me encontraba en estado crítico, mis horas de vida en el hospital estaban contadas, ya que comentaron que en el momento de ser intubada el reporte de los doctores fue claro, si en cuarenta y ocho horas mi cuerpo no reaccionaba, no había más qué hacer y tendrían que desconectar, mis pulmones prácticamente estaban sin vida, la máquina trabajaba por ellos a su máxima capacidad.

Antes de cumplir el tiempo que dijeron los doctores algo pasó que uno de mis pulmones comenzó a reaccionar, por lo que dieron más tiempo y mi segundo pulmón también reaccionó. Para mis cercanos es un milagro esté viva. 

En casa los días pasan más rápido, nuevas experiencias tengo que enfrentar, conforme pasan, voy teniendo más fuerzas en mi cuerpo me arrastro en la cama, me muevo de un lado al otro, hasta que después de varios días, mi novio me para a la orilla de la cama, no tenía fuerzas incluso me dolieron las piernas, pero intentarlo la primera vez me motivó para ir más adelante, hasta que logré ponerme de pie. Lloré de la emoción cuando pude sentarme en el sillón después de casi dos meses, la perceptiva de los muebles cambió.

Al pasar los días con ayuda de mi novio me apoyaba de su cuello y arrastré los pies patinándolos para intentar caminar, así lo hice día con día, hasta que logré despegar los pies del piso y dar mis primeros pasos, éstos eran apoyándome de los muebles o de alguien. Otro momento que me provocó llanto de alegría, fue que, al ir al hospital a mi primer día de fisioterapia, ir en el carro sentada, volver a ver el cielo, las casas, los carros y la gente caminar, fue recordarme que tenía el privilegio de vivir. 

El diagnóstico de fisiatría fue que tenía atrofiados mis músculos. Brandon, el chico que me revisa comenta que lo primero que hay que atender es la recuperación de mis pulmones para que pueda dejar el apoyo del oxígeno y también se trabajará cardio para fortalecer mi corazón.  

Una vez que inicié mis terapias de rehabilitación voy mejorando día a día; las primeras semanas los ejercicios son en cama, que consisten en respirar moviendo los brazos, apoyándome del inspirómetro. Más adelante, inicio mis ejercicios musculares, éstos consisten en respirar y mover brazos o piernas; me siento como una niña de preescolar al realizar los ejercicios son muy básicos, camino torpe (sin el apoyo de muebles, ni de nadie) y camino sólo distancias cortas.

Las pelotas de apoyo son pequeñas, uso mancuernas, polainas, cicloergómetro, no puedo hacer aún sentadillas, una vez que tuve más fuerzas en mis piernas me suben cinco minutos a la bicicleta fija, continúa mi rehabilitación. Después de cada consulta de fisiatría el cansancio y dolor del cuerpo se hacen presentes, termino envarada y débil, para recuperarme me acuesto el resto de la tarde y me quedo dormida.

Al mes con veintiocho días de regresar a casa, mi primer intento para subir las escaleras fue fallido, pero no pierdo la esperanza de lograrlo, más allá de que mis piernas me temblaran, me quebré quedándome en el descanso de las escaleras, al ver a lo lejos el cuarto de trabajo de mamá. El duelo está en proceso, tan sólo son dos meses y quince días de su partida, el dolor de su pérdida está latente.

A pesar de que ya habían pasado varias semanas de que dejé el hospital, continuaba teniendo una voz rara y pausada, conforme van pasando los días me escucho diferente, puedo percibir que pasé por cinco distinto tipos de voces, hasta que se desinflamaron mis cuerdas vocales, casi al llegar al segundo mes de regresar del hospital, mi voz volvió, ahora si me siento yo. 

Han pasado dos meses que estoy de regreso en casa, aún estoy con oxígeno por horas en el día y durante toda la noche, mi rehabilitación continua, me ejercito en el hospital y en casa, estoy cada vez más fuerte, mis movimientos son menos burdos. Mi cabello aún se cae abundantemente, es necesario cortarlo para proteger lo que me queda. No sé qué tiempo me lleve para restablecerme al cien por ciento, aún no me dan de alta, pero las ganas de vivir siguen presentes, doy todo de mí y sigo de la mano de Dios.

COVID 19 me cambió radicalmente la vida, cambió mi manera de percibir las cosas, es una enfermedad que debe tomarse con seriedad, no sé cómo fue, cómo es que llegó a mi familia, ahora comprendo que nadie está exento, esta es parte de mi historia de vida, aún me faltan más cosas por enfrentar. Con un tumor hipofisario e hipotiroidismo (ambos detectados desde hace siete años), logré vencer al coronavirus, soy una sobreviviente más.


Agradezco a Dios por darme una segunda oportunidad; gracias hasta el cielo mamita Lidia Elda por dar la vida por mí, por tu amor y lo mejor de ti, ahora como un ángel me cuidas; gracias a  mi papito Juan por ser mi ejemplo, mi motor y una de las razones por vivir;  gracias a mi familia por apoyarme en todo momento (hermana Lydia, sobrinos Cazandra y Oswaldo, cuñado Eric); gracias a mi novio César Alberto por su amor, cuidados y ser mi centro; gracias a la mamá de mi novio, señora Leticia por su afecto; gracias a mis tías Lety, Tere y Vicky por su afección, ayuda y atenciones. 

Gracias a cada doctor (a), enfermero (a), que estuvieron en el momento crítico de mi enfermedad, sobre todo a aquellos que me intubaron y estuvieron conmigo en el área intensiva y lograron salvarme la vida; gracias a todo el personal de ISSSTE Orizaba y Veracruz (doctores, enfermeras, fisiatras, radiólogos, laboratoristas, camilleros, choferes, cocineros, personal de limpieza, servicio social, administrativos, etc.) que acompañaron y continúan acompañando en mi recuperación. 

Gracias a Héctor Martínez mi tanatólogo, por estar acompañándome en ese camino, que tus palabras, tu luz y tus orientaciones me mantienen firme; gracias a mis amigas Celia, Brenda, Dulce y Maricruz que han sido incondicionales, siempre pendientes de mí y su afecto me hace tanto bien; gracias a todos mis demás amigas y amigos que han estado presentes con mensajes, llamadas y palabras de aliento. 

Gracias al maestro Ricardo mi supervisor escolar y al gestor contador Rodolfo por estar pendientes y su apoyo; gracias a mi jefa de sector la maestra Amalia y al ATP la maestra Pilar por sus atenciones; gracias a mi directora Itzel y mis compañeras de trabajo Pilar, Luz, Isabel, Martha, Maru, Hilda y Veneranda por toda su ayuda.

 Gracias a mis alumnos y a sus padres por sus muestras de cariño; gracias a todas esas personas conocidas y desconocidas, que con sus oraciones me llenaron de bendiciones. 

Gracias a Mario Islasáinz escritor y mi maestro guía en la redacción de textos.

Gracias, gracias, gracias.