Desde la segunda mitad del siglo XIX y en un tiempo donde la globalización cibernética y la exhibición cotidiana del usuario era inexistente, tiempos de atisbos de sociedades semifeudales en Europa, el filósofo alemán Carlos Marx colaboró en cuanto periódico le abrió las puertas alrededor de este planeta y ya era inmensamente crítico y detestado por los ostentadores del Poder.
Principalmente, fue desde la Gaceta Renana, diario liberal alemán del diecinueve, donde el escritor de La miseria de la filosofía comenzó a enfrentarse al poder imperial de Federico Guillermo IV. No más de cuatro artículos de Marx bastaron para el surgimiento de la ira del rey y la exigencia de cierre de la Gaceta, la cual no vivió más de un año.
Pero si no fuera por la prensa, como vulgarmente se reconoce a los medios impresos de información, el creador de El capital jamás se hubiera acercado a temas tan importantes para su pensamiento como la economía. Ahogado en su enojo por la censura, dos meses antes de la clausura definitiva de la Gaceta, Marx abandonó el periódico.
En la miseria, el conocimiento de lo inmediato llevó al mejor amigo de Engels al interés por la publicación de artículos a favor de una idea superior a la humanidad y no solo la simple necesidad de hacerse de un trabajo parlante de los hechos de ayer o de la vindicación vanidosa de la clase trabajadora o inclusive, también, posiblemente, Marx descubrió en el periodismo la capacidad de hacerse de un enorme Poder con todo y su timidez de señorita, como lo describió el siempre fiel de Engels.
Más allá de su innumerable militancia política, sus constantes exilios dentro de Europa, el espíritu dominante en cuanto partido u organización política lideró ese barbón de mirada asesina pero con un dejo de nobleza, Marx descubrió en el periodismo la posibilidad célere de su máxima irrevocable: la filosofía no solo piensa el mundo, debe cambiarlo. Y sus artículos surgieron para demostrarlo.
Siempre burgués en su mentalidad y quizá ese sea el motivo de sus desencuentros constantes con las izquierdas alrededor del orbe, para el escritor del Manifiesto comunista no hubiera sido posible su supervivencia económica sin el sacrificio empresarial de Engels, quien apostaba la fortuna de sus negocios familiares por la vitalidad de quien vislumbró como el gran explicador de las contradicciones y procesos del capitalismo, aún del posmoderno.
En ese sentido, fue Carlos Marx y sobre todas las cosas, el gurú de las tendencias económicas a futuro y el guía moral de la clase trabajadora internacional. Algo semejante a un profeta de los procesos internacionales del capitalismo, articulista de último minuto y editor y director despedido a cada paso.
El New York Daily Tribune (Estados Unidos) le publicó a Marx un aproximado de 500 artículos pero quizá la mitad de ellos fueron escritos por la incomparable ayuda de Engels, quien fungió más de una vez como su secretario particular cuando a don Carlos se le encargaba el tratamiento de temas bélicos, por ejemplo, de los cuales no sabía nada.
Es enorme el acierto del escritor y periodista británico Francis Wheen, en su biografía Karl Marx –evidente es quién nos referimos- el de haber encontrado la verdadera y primera frase del Manifiesto comunista, donde puede leerse “Un temible duende recorre Europa…”, publicado por primera vez por el periódico inglés Red Republican en 1850, sobreviviente por tan sólo seis diminutos meses. Esa versión del Manifiesto fue traducida del alemán al inglés por Helen Macfarlane, según Wheen, feminista cartista, amiga de Marx y Engels y admirada por ambos.
La versión hoy conocida por todos nosotros sucedió debido a la traducción de Samuel Moore, publicada en 1888 y reimpresa hasta el cansancio de nuestros agitados días desde entonces. Ese Manifiesto, lo sabemos bastantes, empieza así: “Un fantasma recorre Europa: es el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para cazar a este fantasma: el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los policías alemanes”.
De acuerdo con Wheen, si Marx hubiera tenido la iniciativa y el tiempo necesario, nuestro gran filósofo alemán pudo haber seguido así hasta el cansancio y hacerse de una reputación como el periodista más incisivo, temido y polémico de su tiempo. Empresas sólo logradas en México por Julio Scherer García y Manuel Buendía, por esto ya es una intromisión intelectual venida a menos y hecha por mí.
“Bajo el peso de la enfermedad y de las premoniciones, Marx también tenía que enfrentarse a su propio y obsesivo perfeccionismo: tanto si se trataba de El capital como de un breve panfleto, era reacio a hacer cualquier pronunciamiento sobre tema alguno hasta no haber cosechado y trillado todos los datos disponibles”, nos cuenta Wheen.
Bastante información se nos escapa hoy (mea culpa) sobre nuestro admirado Carlos Marx pero también y hasta ahora, el hombre y su pensamiento es casi inabarcable pues sus ideas desde antes de su muerte en 1883 son tan debatidas como la misma Biblia. A pesar de ello, su deceso fue uno de los más solitarios acontecimientos de una de las mentes más brillantes de la humanidad:
“Tan solo once personas asistieron al entierro de Karl Marx el 17 de marzo de 1883. ‘Su nombre y su obra perdurarán durante muchos siglos’, predijo Friedrich Engels en la oración pronunciada junto a su tumba en el cementerio de Highgate de Londres. Parecía una afirmación exagerada y jactanciosa, pero tenía mucha razón. La historia del siglo XX ha sido el legado de Marx, Stalin, Mao Che Guevara, Fidel Castro –ídolos y monstruos de la historia contemporánea- se han considerado a sí mismos herederos suyos. Otra cosa es que él les hubiera reconocido como tales”, apunta Francis Wheen en su introducción a Karl Marx, la biografía.
Nosotros, seguiremos leyendo. Este breve homenaje peca de inculto y en exceso breve. Bastantes son mis disculpas.