Diciembre, antiguo décimo mes en moderno duodécimo lugar, tiene –igual que el matrimonio– un significado distinto del que aparenta. Podemos considerar el término como una muestra de la tendencia del lenguaje a conservar formas huecas, muertas, en lugar de inventar un nombre para el mes acorde a su orden real en el calendario.
Julio César, responsable del que nos rige, en su afán de unificar los distintos calendarios del mundo antiguo olvidó actualizar los nombres de los meses después de meter el suyo y el de Augusto entre junio y septiembre. Ahora, siglos más tarde, a nadie incomoda una incoherencia léxica sin consecuencias prácticas, mientras este mes ocupe el último lugar en un orden establecido y sirva para clausurar el año.
En realidad la cáscara lingüística nunca dejó de contener algo vivo, relacionado con la vida colectiva. Y precisamente las formas populares de celebrar las fiestas religiosas del periodo –al menos las cristianas– hacen atractivas las fechas para otros grupos de población.
Muchos turistas extranjeros, por ejemplo, nos acompañan por compartir el espíritu festivo, no la fe religiosa. Y aunque lo hicieran, viajan para divertirse, a diferencia de los peregrinos que visitan los templos guadalupanos.
También vuelven los migrantes a sus lugares de origen, dentro y fuera del país –los de fuera, con importantes remesas de dólares–, aprovechando las vacaciones de invierno. Desde luego, un ejército de mercaderes y prestadores de servicios refuerza los desplazamientos de turistas, peregrinos y migrantes con opciones para pasarla bien.
De modo análogo a una digestión ciclópea, ya en el interior de las ciudades, estas mareas decembrinas se transforman: personas, mercancías y dinero generan consumo, esencial en la construcción de lo imaginario que a su vez forma parte de la vida de las palabras. Estos espacios dedicados al consumo se llenan con gente a la caza de regalos; calles y centros comerciales pletóricos expresan con su espectáculo la derrama registrada en el mundo económico.
Dentro de las ciudades también hay un consumo de bienes y servicios culturales que en esta temporada va de las pastorelas al Cascanueces y en el caso particular de la música incluye la que se transmite por radio. También constituye una marea que sube y baja de acuerdo con la época del año.
Así lo registran espacios como los de Rodolfo Popoca en Radio Alternativa 92.7 FM en Aguascalientes, con música académica: Concierto matutino (diario, 6 a 7 am), Opus 92.7 (3 a 4 pm, de lunes a viernes) y Partitura (miércoles, 9 a 11 pm y domingo, 9 a 10 am). Programó para estos días grandes obras maestras, sobre todo del periodo barroco, oportunamente comentadas para hacerlas más gratas al oído del escucha.
Con una trayectoria de más de tres décadas en la radio cultural, Popoca se presenta ante todo como un melómano; cultiva con igual pasión los géneros musicales contemporáneos, principalmente rock, sin ocultar su beatlemanía; condujo espacios dedicados a difundir y discutir ideas en torno del rock en nuestro idioma.
También escribe la columna El banquete de los pordioseros en el diario La Jornada Aguascalientes, desde la que ejerce con claridad y sencillez su opinión crítica con entera independencia sobre el acontecer cultural local en relación con su majestad la música, como le gusta decir.
De las mareas decembrinas, la música inspirada en temas alusivos a la fecha más importante de la cristiandad contiene obras consideradas como cimas de una cultura musical que sobrevive hasta hoy tanto por la fe religiosa como por el genio de Bach, Vivaldi, Haendel y muchos otros.
Por eso, no necesitamos compartir la fe religiosa para participar en el placer de escuchar El Mesías, el Oratorio para Navidad o el Gloria. Si buscamos un buen regalo, podemos darnos el gusto de disfrutar algunas de las mejores obras de la música sacra en Occidente, dejándonos llevar por una marea musical que fluye por la radio.