Maldito internet

Tengo un túnel del tiempo personal (e intransferible). En la ficción siempre (o casi) se habla de máquinas. De máquinas del tiempo. Te metes, eliges el año y viajas. Pues mi túnel no es físico sino mental. Me concentro, elijo el año y viajo. En estos momentos me dispongo a realizar un viaje corto. O largo. Según se mire. Me trasladaré a 1975.

Quince añitos.

Tenía.

Yo.

Aquí estoy. En Valencia. Mirando discos en Viuda de Miguel Roca. Llevo unos pantalones acampanados. Una melena que mi padre mira con ojos de padre conservador de los setenta. Llevo poco dinero en el bolsillo. Llevo mucha ilusión no sé muy bien dónde. Aunque estoy mirando discos, ya sé cuál voy a comprar. Uno que no tiene título en la cubierta.

No tiene ningún título. Ni por delante ni por detrás. No pone nada. Tan solo que está editado e impreso por EMI-Odeon, S.A. y que es estéreo. El depósito legal y la fecha. Eso es todo lo que aparece en la cubierta. Fotos aparte, claro. En la portada hay una sola foto. Dos hombres trajeados dándose la mano en un polígono industrial. Uno de ellos ha comenzado a arder.

Maldito Internet.

Con lo bien que nos lo pasábamos yendo a por el disco, regresando a casa con el corazón sonriente, escuchándolo (con auriculares [para no molestar a la fami]) en la soledad de nuestro dormitorio, metiéndonos en la música, viviéndola, el obligado canuto y la letífica cerveza.

El sábado por la noche, a cenar un bocata con los amigos y al cine. Como en la televisión no daban nada actual, el cine era algo muy especial. Todo era algo muy especial. Curiosamente, ahora nada es muy especial. Ni siquiera especial (a secas). «Eso es por qué ya no tienes quince años», me dice mi lector imaginario. Puede ser. ¿Tú qué crees?

1975. No hay Amazon. No hay impresión bajo demanda. No hay periódicos digitales. No hay blogs literarios. No hay Facebook. Ni Messenger. Ni Twitter. Tampoco hay ordenadores. O escribes a máquina o a mano. Papel. En 1975, la literatura es papel y solo cuatro privilegiados trabajan en los medios de comunicación. En 1975, el escritor y el periodista tienen audiencia porque son pocos, muy pocos, mientras que mucha gente espera el correspondiente libro y todas las noticias.

¿Cuántos lectores tenía la columna de Perico de los Palotes en 1975? No lo sé, pero seguro que muchos más que la mía. A mí, si me leen trescientas personas, más contento que el flautista de Hamelín. Aunque ciertamente yo soy un desconocido, es obvio que si Perico de los Palotes aún siguiera con su columna, ya no tendría tantos lectores.

A veces, José Luis Vázquez, mi jefe en Ciudad Real Digital, me dice que mi artículo ha recibido más de mil visitas. Eso, desde luego, ya es una cifra. Creo que pocas veces sucede. Mil lectores son muchos. Me gustaría saber la media, aunque quizá no es buena idea (saberlo) porque a lo peor me deprimo.

Maldito Internet.

Que nos has dado voz.

Para que nos escuchen cuatro.

No sé si alguien leerá a alguien mañana.