Cuando vemos el origen de los grandes conflictos nos encontramos con que todos, o casi todos, están relacionados con el miedo al “otro”. Ese otro diferente, con costumbres que no entendemos, con dioses que no compartimos, con comidas que no conocemos, etc.
Nos reconocemos con los que creemos iguales, aquellos que tienen una historia similar, un color parecido, siempre buscamos algo que nos haga sentir pares.
El conflicto se da cuando en nuestra sociedad, en nuestro hogar, en nuestra vida diaria aparece alguien diferente; entonces ahí hay algo que nos incomoda, que no nos deja a gusto, que, en casos extremos, debemos eliminar para volver a esa especie de statu quo que nos hace sentir el hecho de vivir entre iguales.
Si nos damos cuenta el conflicto no se da por el hecho de que sea diferente, sino por el miedo que nos genera lo diferente. Sí. El miedo es el verdadero origen del rechazo a lo que percibimos como diferente. Miedo a lo desconocido, a lo que ignoramos.
Montaigne señala cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres[1]. A todo aquello que ignoramos lo tachamos como malo, como incorrecto.
Si vemos el origen de los conflictos mundiales y, sobre todo, de las violaciones a los Derechos Humanos, nos encontramos que existe una raza, especie, género, que se cree superior y con capacidad para someter, humillar, eliminar a otro al que considera inferior.
Quizás el más cercano a nosotros, un tema que forma parte de la actualidad permanente, es el de la homosexualidad. Cuántos gobiernos, ciudadanos, iglesias, etc. están, por muy extraño que parezca en el siglo XXI, en contra de concederles derechos similares de los que gozan los heterosexuales o los “normales”.
En un mundo moderno seguimos considerando ciudadanos de tercera a aquellos que, en este caso, por cuestiones de sexualidad son diferentes a la mayoría.
Resulta extraño que toda la lucha de siglos por la igualdad quede de lado cuando hay otro al que, de alguna manera, le negamos esa igualdad.
Se escuchan frases de “yo tolero pero”. No. No se trata de tolerar porque la tolerancia implica permitir algo pero sin aprobarlo del todo. El problema es que toleramos algo solo si ese algo no afecta a nuestra vida diaria.
Nuestra ignorancia, nuestra capacidad de juzgar sin conocer ha llevado a que en este siglo sigan existiendo ciudadanos de tercera que no pueden gozar de nuestros mismos derechos.
Nuestro miedo ha permitido la guerra contra aquéllos que tienen otra fe, otro color, otra cultura. Como no tenemos otro punto de vista para distinguir la verdad y la razón que el ejemplo e idea de las opiniones y usos del país en que vivimos, a nuestro dictamen en él tienen su asiento la perfecta religión, el gobierno más cumplido, el más irreprochable uso de todas las cosas. Así son salvajes esos pueblos como los frutos a que aplicamos igual nombre por germinar y desarrollarse espontáneamente.[2]
El problema está en que si seguimos sólo tolerando con ciertos límites, seguiremos matando o haciendo de la vista gorda, las miles de muertes que se producen en el mundo por querer volver iguales a aquellos ciudadanos, pueblos, hombres y mujeres bárbaros.
[1] MONTAIGNE, Michel. Ensayos Escogidos. Edit. Nuestros Clásicos. pp. 121
[2] MONTAIGNE, Michel. Ensayos Escogidos. Edit. Nuestros Clásicos. pp. 121