Lobos en piel de ovejas…

Tenía los ojos llorosos. Me acerqué a preguntar qué pasaba, si sentía mal o algo. Dijo estar bien, pero sus manos temblaban y la voz, como dicen, se le quebraba mientras trataba de articular alguna oración coherente. Luego hubo silencio.

Ella se sentó y cuando me despedía lo dijo: “quiso violarme”. Me senté a un lado y esperé. Pasaron minutos antes que se decidiera a hablar. 

Había acudido a hacer una cobertura especial. Se trataba de un nuevo hotel en la ciudad propiedad de un afamado empresario del ramo y presidente de la respectiva asociación. Mientras trataba sin éxito de evitar el llanto comentó que había llegado a tiempo al evento, que luego del corte del listón inaugural y los discursos de agradecimiento y demás, ofrecieron a los periodistas un recorrido por el sitio.

Ella no tenía razón para desconfiar del sujeto porque en varias ocasiones había tenido oportunidad de entrevistarle, acompañarle en alguna gira con otros colegas del gremio o incluso encontrarle en algún otro acontecimiento público de los empresarios o las autoridades del estado. 

Contó que mientras hacían el recorrido, poco a poco se fueron rezagando del grupo, hasta que en algún momento y sin poder evitarlo, el sujeto la empujó hacia una habitación y cerró la puerta tras él; se deshizo de su saco y empezó a desabotonarse la camisa. Ella intentó huir pero en un brusco movimiento él alcanzó a tomarla de la cintura, aventarla a la cama y se abalanzó sobre ella. Trató de besarla y tocar su cuerpo. 

De alguna forma que no atinó a explicar dijo haberlo aventado con fuerza y el agresor cayó al suelo entre un buró y un sillón. Ella aprovechó el momento para salir del lugar a toda prisa y regresó a la redacción. Se sintió segura y solo cuando contó lo sucedido se tranquilizó un poco. Le sugerí presentar una denuncia, pero rechazó la propuesta y pidió no decir nada, por eso no hay nombres en este breve relato de una superviviente… 

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Benjamín Saúl Huerta Corona es un hombre famoso en esta época. Su nombre es una constante en los noticieros, los diarios, los sitios informativos y las redes sociales desde hace algunos días.

Para su infortunio, los reflectores no están sobre él a consecuencia de un excelente desempeño como diputado federal por Morena o por invaluables acciones en favor de la gente en Puebla, de donde es representante. 

Su nombre saltó a la fama por las acusaciones de abuso sexual en contra de un menor de edad en la Ciudad de México. 

El legislador federal con licencia rechazó las acusaciones y habló de haber sido desprestigiado e incluso de un intento de extorsión y chantaje. Su fallida defensa se vino abajo cuando apareció otra víctima con otra denuncia por el mismo delito. Tuvo que renunciar a su candidatura.

Saúl Huerta buscaba la reelección por el distrito XI, Puebla. 

Aquel 4 de abril, cuando inició su campaña, con todo el “rigor cívico” y una innegable “calidad moral”, lanzaba un exhorto a la ciudadanía para seguir consolidando el movimiento de la cuarta transformación y terminar con la corrupción, la desigualdad social y la impunidad…

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Es empleada doméstica y adora a los niños. Aceptó dejar su pueblo y venir a la ciudad porque creía haber hallado una oportunidad para crecer y confiaba en el matrimonio que le ofrecía el trabajo.

Los primeros días fueron bastante agradables: vestir a los pequeños, llevarles a la escuela, regresar y hacer su quehacer para luego salir al mercado a comprar lo necesario para la hora de la comida e ir a recoger a los chavales. Todo bien. Todo normal.

Una noche el patrón llegó borracho. Acababan de acostar a los niños y ellas disfrutaban con la última parte de la telenovela. El tipo entró gritando y pateando cosas. Le pegó a la esposa y la dejó desmayada en la sala luego de haberle golpeado en la cabeza con un palo.

Empezó a perseguirla. Ella salió corriendo al patio y gracias a que todas las habitaciones estaban interconectadas regresó y pudo fingir que abandonaba la casa a toda prisa. Dejó la puerta hacia la calle abierta. 

Temía más por los pequeños que por su propia seguridad. Cogió un cuchillo y regresó a la habitación de los chiquillos, dos varones y dos niñas, y se escondió bajo una de las camas con el rostro en llanto y una mano obligando a callar sus sollozos para que la bestia no se diera cuenta de que estaba allí.

El sujeto apenas podía mantenerse en pie y solo se asomó a la habitación para decirles a los niños que se durmieran y no lloraran. Luego regresó a la sala, tomó alguna de las botellas de licor y salió azotando la puerta del zaguán. Se escuchó un rechinar de llantas y un motor que se alejaba.

Ella esperó el amanecer sin poder dormir. Como pudo ayudó a la esposa a limpiarse, la recostó en su cama y la escuchó llorar toda la noche. Al primer rayo de luz tomó sus cosas y las guardó en una pequeña valija en la que estaba íntegro su primer sueldo. Abandonó el lugar. 

Cuando recibió el dinero, el hombre le había dicho que estaría con ellos muchos años y que con algo de suerte igual y podrían enviarla a terminar la secundaria y quizá hasta pagarle la prepa y una carrera. 

La bestia rozó su mano mientras le sonreía…

Twitter: @aldoalejandro