Lo-lee-ta

Me acerqué al libro de Lolita de Vladimir Nabokov pensando que entre sus páginas iba a encontrar una tórrida historia de amor y belleza en la escritura. Encontré, sí, belleza en la escritura; Nabokov puede hacer de un  aburridísimo paisaje estadounidense,  una obra de arte.

Lo que no encontré fue una historia de amor. El mismo Humbert, protagonista del  relato, hace de Lolita una ficción; la hace una nínfula y para que exista una nínfula se necesitan dos condiciones.

La primer condición proviene del objeto mismo (objeto más no persona pues se le retira su condición humana). El objeto no debe ser hermoso sino que debe tener un halo de misterio y delicadeza en las facciones.  Además, debe tener entre nueve y catorce años de edad, ya que en ese espacio de tiempo “se revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana sino nínfica (o sea demoniaca)”. Lo que nos lleva a la segunda condición.

Para que la nínfula sea nínfula se necesita de un observador. En este caso de un hombre mucho mayor  “artista y loco, un ser infinitamente melancólico” que sepa reconocer los signos inefables del pequeño demonio “el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado.” Entonces ¿en dónde está la “verdadera” Lolita, aquella que no es nínfula, aquella que no es objeto?

Realmente no se puede saber mucho de ella, todo lo que se sabe proviene de la mirada de un hombre obsesionado que intenta, a veces, justificar las relaciones sexuales que mantiene con una adolescente casi niña. No hay que olvidar que Lolita tiene apenas doce años y que la única relación directa de parentesco, su madre, acaba de morir.

Lolita más allá de ser una nínfula demoniaca, si es que alguna vez lo fue, es una adolescente inquieta y berrinchuda que perdió a la única brújula que tenía; su figura materna. Una brújula un tanto descompuesta. Sin embargo, este no es espacio  para hablar de la compleja relación entre Lolita y Dolores Haze y sí, para hablar de la relación entre Humbert y Lo-lee-ta.

Harto complejas, apenas si se pueden vislumbrar las múltiples relaciones de poder y sus correspondientes matices. Humbert ocupa su papel de padrastro para legitimar al mundo la relación que tiene con Lolita, además, la relación de parentesco le brinda control y poder en la casi niña. Una y otra vez Humbert la amenazará con ir al reformatorio.

No podría decirse tampoco que Lolita funge como una persona totalmente subordinada, aunque sean bien pocos los espacios que tiene de agencia y el costo muy alto. Así, tenemos a una Lolita sin ningún tipo de independencia (por su edad y por su condición femenina) y sin libertad económica. Ella no recibirá nada de la propiedad de su madre hasta que tenga la mayoría edad y para ese entonces ya será muy tarde.

Tampoco la instrucción educativa le da armas a Lolita para salir del círculo vicioso de sus adoradas revistas sobre la cultura pop, el abuso de su padrastro y su hartazgo.

Durante la entrevista que Humbert tiene con la Directora de Beardsley (un claro ejemplo de que el sexismo no es determinado por el sexo biológico), ella le afirma: “nuestro interés principal no es que nuestras estudiantes sean ratas de biblioteca […] Lo que nos interesa es la afinidad de la niña como grupo social […] Su deliciosa Dolly ingresará pronto en un grupo en el que las relaciones significarán para ella tanto como los negocios, las relaciones comerciales, los éxitos financieros para usted”.

Y no es que a Humbert, al inscribir a Lolita en una escuela, le importara tanto su educación como el hecho de que la institución estaba cerca de su casa y podía observar a “la luz de su vida” y otras nínfulas desde una valla. Cuando se trata de amor, la falta de egoísmo, la completa libertad para decidir y la preocupación genuina por el bienestar del otro, se asoman por todas partes.

Por lo tanto, Lolita no es una historia de amor aunque en la mayoría de las reseñas se siga señalando lo contrario. Nabokov lo sabía.

Cuando un crítico norteamericano sugirió lo anterior, el escritor dijo: “El reemplazo de novela romántica por lengua inglesa habría sido más correcto”. Para Nabokov, Lolita representaba dejar de escribir en su lengua materna; la rusa y escribir en lengua inglesa una obra de ficción, retrato de un país complejo de doble moral.  

Entonces, es cuando se nos aparece un panorama más tétrico ¿qué está pasando en una sociedad que significa la obra de Nabokov como una novela romántica, que obvia las desgracias de Lolita y que termina por justificar las acciones de un Humbert “enamorado” mencionando que, aquella ninfula, no era más que una chiquilla precoz?