Foto en portada: guilherme rossi
Cuesta creer que en otros tiempos un libro fuera algo valioso. Hoy, desde luego, no lo es. Si en otros tiempos había quien soñaba con comprar su libro del mes, hoy no lo hay. Si ya sobraban libros antes de que llegara Internet, hoy sobran y sobran y vuelven a sobrar.
Qué mala es la abundancia. Te quita la ilusión. Cuando de pequeño bajaba al quiosco a cambiar tebeos, los ojos se me iban detrás de las portadas. Todas me parecían irresistibles. Pero solo tenía dinero para uno. A veces, para dos, y eso ya era un lujo.
Leía los tebeos dos o tres veces. Estaba viciado. Tan pequeñito y ya enfermo. En casa nunca me dijeron nada. Como no molestaba. Por lo visto, el vicio de leer en papel no inquieta a nadie. La adicción a las pantallas ya es otra cosa. Pantallismo. Nomofobia. Tecnofilia.
Lo digital nos ha invadido. Lo digital abruma porque su oferta es ilimitada. Lo digital no aporta nada pero ahí está. Lo digital es lo de hoy. Cuesta apartarse de lo digital. El mundo se ha digitalizado. Lo digital es probablemente el demonio que algunos intuíamos.
A mí me da la sensación de que con todo eso que ahora nos dan nos están quitando algo. Y aunque se supone que somos más listos que antes, me parece que el demonio digital es demasiado fuerte. La verdad, cuando alguien me dice que no es muy de redes, me hace feliz.
Claro que también hay abundancia fuera de lo digital porque lo digital lo ha hecho posible. Me refiero a los libros, claro. Mucha gente piensa que los escritores de hoy no son tan buenos como los de ayer. Se equivocan. Hay autores geniales. Muchos. Es normal. Escribe más gente.
Escribe más gente, y mucha de esa gente tiene mucho que contar y sabe cómo contarlo. La mayoría pasan desapercibidos, claro. Es lo que tiene la abundancia. Lo tapa todo. Lo bueno y lo malo. Solo se ve la capa de arriba, que nunca es la mejor sino la que más interesa.
Pues en la abundancia abundan los intereses y ya se encargan ellos de gestionar la capa visible. Visto así, la abundancia solo sirve para aupar a lo alto del montículo la mercancía de los poderosos. La gente piensa hoy que tiene voz, que todos tenemos voz gracias a las redes. Y no.
Riéndome estoy. Tienen voz los de siempre. Y los que nunca la tuvieron, hoy tampoco la tienen. Hablan, sí, pero solo les escuchan cuatro amiguetes que ni siquiera son amiguetes. Las redes son el camelo del siglo, y me pregunto cuánto aguantarán.
Publicar no es poner algo a la vista. Si nadie lo mira, no has publicado. Si lo miran cien personas, tampoco has publicado. Tendrían que mirarlo mil o más. Y con los libros es igual. Si no vendes más de mil ejemplares, es como si no hubieras publicado.
Digo mil y creo que me quedo corto. Pero tenía que poner una cifra. Este es el último párrafo de un artículo que publicaré sin publicarlo. No sé cuánta gente lee mis artículos. Bah, no nos engañemos, a mil no llego. Lo bueno de publicar sin publicar es que lo publicado queda ahí, y cualquiera lo puede leer, y me parece algo tan mágico, tan maravilloso, que voy a seguir escribiendo hasta que me muera.