Libertades

Una buena manera de celebrar el aniversario 106 de nuestra Constitución Política consistiría en ejercer los derechos que ahí se garantizan. En especial, la libertad para tomar decisiones sobre nosotros mismos, establecida en el artículo segundo. La de dedicarnos a lo que nos dé la gana, en el artículo cuarto. El sexto garantiza la libertad de pensamiento; el séptimo, la de escribir y publicar escritos. Sin más límites que el derecho ajeno y la decencia. La Carta Magna garantiza libertades y supone un sujeto que las ejerce con responsabilidad y madurez ciudadana.

Nuestra ciudadanía ha dado pasos importantes en diversos ámbitos de participación, pero aún está lejos de la madurez y responsabilidad de otros países. No obstante, con frecuencia se le aplican encuestas sobre diversos temas, las cuales dan por entendido que las personas toman decisiones libremente. Llama la atención la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT) porque muestra a qué dedica su tiempo la población económicamente activa. Pero antes un caso curioso.

En diciembre pasado, después de la primera semana de vacaciones, un compañero de oficina comentó por WhatsApp la falta de información sobre el día en que volveríamos al trabajo. Sabíamos que el 2 de enero había que reportarse, pero no cuándo tendríamos que trabajar de forma presencial; mediante correo electrónico se nos informa cada quincena de los días que debemos presentarnos en la oficina. El resto de la semana trabajamos desde casa. Pero una mañana después de navidad, mi compañero despertó sin saber en qué ocupar su tiempo, pidió ayuda al grupo de trabajo y recibió respuestas destinadas a tranquilizarlo. Que no tardarían en dar esa información, que feliz año nuevo, que disfrutara sus vacaciones.

Sin embargo, de acuerdo con lo visto, cierta discapacidad anímica impedía a mi compañero darle a la experiencia del asueto un valor positivo. Atorado en el modo burócrata, mientras todos desaparecían en sus vidas privadas a mitad de vacaciones, clamaba en las redes por saber cuándo volvería a ocupar su escritorio. Ignoro el posible drama familiar que trastorne la convivencia íntima del compañero; al parecer no sabía qué hacer con su tiempo libre; tal vez necesitaba recibir órdenes.

O todo se reduce a la capacidad para tomar decisiones: incapaz de resolverse por algo, buscaba motivos para ocuparse en cualquier cosa. Estaba aburrido. Clifton Fadiman consideraba un rasgo inteligente “aburrirse en el momento adecuado”; mi compañero lo hizo cuando menos debía, cuando su propia vida corría o se supone que corría por su propia cuenta. No en un día laboral y dentro de su horario de trabajo, durante el cual debiera realizar ciertas actividades y excluir muchas otras más gratificantes, sino en su casa y en plena temporada decembrina. Con tiempo y espacio para hacer o dejar de hacer lo que le diera la gana.

Ya en conjeturas, cabe la posibilidad de que al compañero le haya caído de peso la famosa sentencia sartreana que nos condena a la libertad, obligándonos a asumir la responsabilidad de nuestras elecciones. A veces, para evitar esa condena, dejamos que otros nos den órdenes. Así podemos culparlos de cualquier error o consecuencia negativa. Y confundimos libertad con obediencia. Un claro signo de los tiempos.

También debe haber gente valiente y responsable, igualmente signo de la época, pero de carga opuesta a la del anterior. De otro modo nos engañaríamos al creer en la libertad. Mentiríamos al decir que tomamos decisiones de manera responsable. El libre albedrío, la conciencia individual y la independencia terminarían en la basura. Y todo consistiría en una compleja trama de manipulación en beneficio de oscuros intereses.

Ejercicios como la ENUT atribuyen a las personas entrevistadas la capacidad para tomar decisiones y dedicar su tiempo a lo que desean o necesitan hacer; y muestra la distribución de ese tiempo en actividades productivas e improductivas por sexo.

Entre las actividades improductivas se encuentran el estudio y la convivencia familiar y social. Según los resultados de la edición de 2019, las mujeres dedicaban 40.2 horas semanales al estudio, contra 39.9 de los hombres. Mujeres y hombres tenían tasas de participación muy parecidas: 18 y 19% respectivamente. En cambio, la convivencia familiar y social arrojó 8.6 horas a la semana para las mujeres y 7.6 para los hombres, con más participación femenina (83%) que masculina (76%). Los números indican que, aunque se dedicaban muchas horas a la semana al estudio, había poca participación, mientras que el tiempo para la convivencia familiar y social resultó menor, pero aumentó la participación.

Seguramente estos datos cambiaron con la pandemia. La deserción diezmó las filas de estudiantes. La convivencia familiar se volvió forzada y la social quedó proscrita. Pero muestran que la importancia de ciertas actividades no siempre radica en la cantidad, sino en su significado para un grupo. Su actualización mostraría el estado de nuestras libertades.